Weber, Marianne Weber
El Doctor en Ciencias Políticas Luciano Nosetto analiza los aportes de una de las principales intelectuales feministas de principio de siglo XX en Alemania.
Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM) – El apellido resuena en la mente de aquellos que estudiaron carreras de Humanidades. Weber –Max Weber- fue uno de los más importantes intelectuales del siglo pasado. Sus definiciones sobre el Estado y la burocracia en la modernidad son parte del ABC de la Sociología contemporánea.
Sin embargo, él no llegó a percibir el impacto de su obra fundamental, Estado y sociedad (1921), porque no llegó siquiera a verlas publicadas. La verdadera responsable de que esas ideas lleguen a distintas latitudes fue su compañera, Marianne Weber, que editó decenas de manuscritos de su difunto esposo y construyó, así, una pieza clave del pensamiento occidental.
Marianne Weber fue mucho más que una notable compiladora. Ya en 1907, era una autora consagrada y una representante del feminismo en Alemania. Ese año publicó su obra más voluminosa sobre el desarrollo jurídico de la mujer y la madre, Matrimonio, maternidad y ley, un tratado que pensadores de la talla de Emile Durkheim discutían en la academia.
En su trabajo intelectual, Marianne Weber reconstruyó la historia del matrimonio occidental y denunció que, en una época en la que los ideales liberales e individualistas estaban en plena vigencia, la dominación patriarcal en el matrimonio resultaba una contradicción.
Según el investigador y Doctor en Ciencias Políticas, Luciano Nosetto, la intelectual fue principalmente una activista jurídica y tenía una forma peculiar de ejercer el feminismo. “Marianne Weber –explica- tenía una preocupación sistemática por la plena realización de la mujer, pero no a partir de la imposición de valores feministas, sino a partir de la posibilidad de elegir a qué dedicar su vida”.
Con esta convicción, la intelectual trabajó por la independencia jurídica de las mujeres respecto de sus esposos. No obstante, desconfiaba de las ideas socialistas de esa época, que creían que la igualdad de los géneros se alcanzaría con la inserción de la mujer en el ámbito del trabajo. En efecto, Weber anticipaba que dicha opción perjudicaría aún más a las mujeres, que no podrían relegar las tareas domésticas ni el cuidado de los hijos.
“Weber creía que, aquellas que quisieran realizarse como madres en los hogares, tendrían que poder hacerlo, y aquellas que tuvieran la vocación de vincularse con el mercado de trabajo, tenían el derecho de hacerlo. Creó una institución que se encargaba de la formación de las mujeres para profesiones liberales, pero no era una fanática de que todas tuvieran que ir a trabajar”, cuenta Nosetto.
Su vida personal distaba del modelo familiar establecido. Antes de ser marido y mujer, los Weber eran primos, y armaron una familia sin hijos porque Marianne no tenía una gran estima por la maternidad. Por otra parte, tenía una mirada bastante complaciente respecto de las actividades extramatrimoniales de Max. Es así que, en su caso particular, no tenía una cerrazón muy conservadora respecto de lo que debiera hacerse en la familia.
A pesar de ser una gran referente del movimiento feminista alemán, y de su propia experiencia, su militancia no adoptaba ideales radicales. Marianne Weber revestía al matrimonio con una suerte de halo sagrado, lo respetaba como institución, como “núcleo ético” que debía preservarse, y se encontraba en las antípodas de luchas como la despenalización del aborto y las que pregonaba el movimiento socialista.
“Marianne Weber fue más feminista en los hechos que en las ideas”, resume Nosetto, y pondera el valor de las reflexiones jurídicas de esta intelectual que, pese a no adherir a todas las batallas que libró el movimiento de mujeres, supo poner en jaque el sexismo en el lugar más institucionalizado de su época, en la letra fría de las leyes de la Alemania decimonónica, y ganarse así un lugar entre los y las pensadoras más influyentes de principios de siglo XX.