"Volver a pensar los problemas de la política es volver sobre los textos de Maquiavelo"
Para Eduardo Rinesi, rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), la obra de Nicolás Maquiavelo "es una de las más importantes jamás escritas en el amplio campo del pensamiento político de Occidente". En diálogo con Agencia CTyS, el reconocido académico aborda los principales ejes de una obra que sigue vigente.
Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS)- “Si lo tuviera que definir en una sola palabra, usaría anticristiano”, afirma Eduardo Rinesi, rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), para hablar de uno de los autores más leídos, polemizados, criticados pero, increíblemente, todavía vigente. A 500 años de la publicación de El Príncipe, el nombre de Nicolás Maquiavelo sigue en el centro de la escena académica, y todo indica que permanecerá allí por bastante tiempo.
Con motivo del aniversario de su aparición, la UNGS organizó el ciclo de charlas “Variaciones sobre Maquiavelo”, para dialogar y debatir sobre el autor que, gracias a sus consejos para gobernar y la postulación de una moral distinta a la cristiana (algo totalmente impensado para la época), hizo que su nombre terminara convirtiéndose en un sinónimo de malvado.
Entre los que participaron de dichas conferencias estuvo Rinesi, quien en su ponencia abordó la problemática que planteó Maquiavelo al “crear” una nueva moral, que es totalmente distinta de la cristiana imperante, pero no mejor. “No hay ningún metasistema de valores que nos pueda decir cuál sistema de valores es más moral que el otro, ni metadios que nos diga cuál dios es más divino que otro”, asegura el académico.
Además, el rector profundizó sobre otros ejes de la obra de Maquiavelo, como lo real y lo imaginario en la política; la contraposición entre el ser y el deber ser, que conduce a una discusión sobre los grandes modos de escribir en filosofía política; la problemática de las pasiones, y el célebre planteamiento del autor florentino acerca de si es mejor ser amado que temido, o viceversa. Antes de la conferencia, Rinesi brindó una entrevista a Agencia CTyS, donde abordó estos conceptos y otras cuestiones de El Príncipe.
Se suele decir que El Príncipe es atemporal, y de hecho se sigue leyendo hasta hoy en día. Pero, ¿cuál era el contexto político y social que vio nacer su obra?
Es muy interesante esa pregunta, porque siempre se tiene en cuenta el contexto político, social y económico y no se tiene en cuenta el contexto de textos que influye en el autor. Nicolás Maquiavelo escribe en un contexto en el que la Europa del feudalismo va dejando lugar a una Europa capitalista, donde se desarrollan, en algunas zonas, en mayor medida, el comercio y también la industria. Pero, además, hay que tener en cuenta lo que dice el historiador inglés Quentin Skinner: cuando se habla del contexto de un texto, este último, en el caso de un intelectual, en general está compuesto por muchos otros textos. Maquiavelo sin duda pertenecía a una clase social, tenía cierta historia familiar y vivió en un tiempo histórico. Pero, para él, seguramente su clase social, su historia familiar y su tiempo histórico era menos importante que los libros que lo habían formado, libros contra los cuales discute. Para entender a Maquiavelo, hay que entender también las lecturas que lo formaron, que son las lecturas del gran humanismo cívico del Renacimiento.
De los grandes líderes...
De los grandes republicanos de los siglos XIII y XIV de Italia, diría. Hace lecturas de la historia romana y hace lecturas mayores que las que uno puede suponer en un primer momento de la filosofía griega, de Aristóteles. Esto llama la atención porque Aristóteles no era una lectura generalizada en la Europa del Renacimiento y hay una fuerte influencia de Aristóteles en Maquiavelo. No hay que olvidar tampoco que Maquiavelo escribe en un período en que la centralidad de la idea de Dios, como garante de lo bueno, lo justo y el orden, empieza a entrar en una seria crisis, lo que luego sería conocido como Renacimiento. Y Maquiavelo contribuye en gran parte a esa crisis. Si tuviese que definir a Maquiavelo en una sola palabra, usaría ‘anticristiano’. El gran enemigo filosófico y conceptual de Maquiavelo era el cristianismo.
¿Se puede pensar que las ideas que propone Maquiavelo son, en realidad, ideas inherentes a la condición humana y que la gran virtud de Maquiavelo fue plantearlas?
Maquiavelo se inscribe en una gran tradición que es la tradición de los libros de consejos para Príncipes. Hay una larga tradición en el humanismo cívico florentino, que viene de los dos siglos anteriores a Maquiavelo. ¿Dónde radica entonces la originalidad de Maquiavelo? En que sus consejos son muy provocadores desde el punto de vista de la moral. Son muy perturbadores de las seguridades que los lectores de su tiempo tienen respecto a lo que es bueno, a lo que es justo, a lo que es adecuado… Eso lo ha puesto a Maquiavelo en un lugar muy incómodo en la historia de las ideas. Y ha hecho del apellido de Maquiavelo casi un insulto. Porque Maquiavelo era un gran provocador; a él le gustaba mostrar las dificultades que tenía la moral corriente, para dar cuenta de los modos en los que debe actuar un Príncipe. Que mandamientos provenientes de la moral cristiana, como no mentir, no engañar, no matar, sean en efecto los mandamientos que deban gobernar la conducta de un príncipe era problemático para Maquiavelo. Y eso ha llevado a generarle a Maquiavelo la fama de ser un inmoralista. Y eso es un problema, porque eso supone que la única moral adecuada para pensar la política es la moral cristiana, que es la que Maquiavelo combatía.
¿Y cuál era la postura de Maquiavelo en cuanto a esta moral?
Maquiavelo no combate la moral cristiana en nombre de una “no moral”, en nombre de un desprecio por la moral o de un cinismo. Combate la moral cristiana en nombre de otra moral, que es la moral republicana, pagana, antigua, la moral que valora por más el bien de la república que la propia vida. Y eso plantea un conflicto entre morales enfrentadas, que es algo que no tendemos a pensar que pueda existir. En general, pensamos que algo está bien o está mal y no cosas que está bien para cierta moral, pero mal para otra y viceversa. Y Maquiavelo dice: “Yo sostengo una moral republicana pagana y hay gente que sostiene una moral cristiana. Y la verdad es que ni yo tengo para decirle a ese otro nada concluyente de mi moral, ni él a mí”. Porque esa lucha de morales enfrentadas entre entidades que no pueden ponerse en una misma balanza, no tienen una misma unidad de medida.
De hecho, hace poco hablaba con Sebastián Pereyra, de la UNSaM-IDAES, y me alertaba sobre el problema de pensar que la política y la moral se rigen por las mismas reglas.
Sí, y me gustaría advertir contra otro error. No se trata solamente de que Maquiavelo separe la moral de la política. De hecho, no separa la moral de la política, lo que hace es asociar a la política a una moral distinta de la moral cristiana. Maquiavelo no es un inmoralista, es claramente un moralista y, de hecho, un moralista muy exigente, es un moralista al que es difícil seguirle el paso porque exige mucho. Exige, por ejemplo, sacrificar cosas que bajo otras perspectivas serían valores muy altos. La idea de que Maquiavelo sería un teórico de la política y que para eso tuvo que despreciar la moral nos lleva a la interpretación de Maquiavelo como alguien amoral. Y eso es muy perturbador porque nos obliga a entender que, si en el mundo hay dos o más morales en pugna y es necesario elegir entre ellas, algo tenemos que perder en el camino.
Este modelo perturbador que propone Maquiavelo al plantear otra moral ha generado hasta el día de hoy una especie de amor y odio: de profundo respeto por un lado y de total desprecio y rechazo por el otro. ¿A qué cree que se debe esto?
Yo no estoy seguro que haya una relación de amor-odio con Maquiavelo. Sí estoy seguro de que hay una relación de odio, hay mucha gente que lo odia. Hay un tipo de pensamiento, que podemos llamar moralista antimaquiaveliano, de los que no quieren saber nada con Maquiavelo porque piensan que es un pensador endemoniado. Pero a medida que esta tendencia de considerar a Maquiavelo un inmoralista despreciable va cediendo a un impulso racional de estudiar su obra, se van descubriendo las cosas interesantes que tiene la obra de Maquiavelo. Nos enseña cosas sobre el mundo de las apariencias y de las ficciones de la política e introduce el tema de las pasiones, que será el gran tema de la filosofía política en el siglo siguiente al suyo. También introduce la cuestión de la fortuna y de la virtud, es decir, el problema de la contingencia y de lidiar con la contingencia del mundo. Y, hoy, todas esas cosas se pueden leer con mucho interés. En el siglo XX, Gramsci leyó a Maquiavelo y encontró cosas muy interesantes. También Althusser descubrió cosas muy interesantes. Y, hoy, lo leemos y seguimos descubriendo cosas. Me parece que es un pensador fundamental para pensar los problemas de la acción política y de las instituciones políticas.
¿Y cómo ha sido el proceso de incorporación de los textos de Maquiavelo a las carreras de ciencias políticas?
Creo que la historia de la lectura de los textos de Maquiavelo es la historia de las carreras de ciencias políticas. Es decir, las ciencias políticas se sostienen sobre la interpretación de Maquiavelo como el autor que habría construido cierta autonomía del campo de la política al separarlo, justamente, de la moral. Así como Newton construyó la física moderna a partir de aquella célebre manzana, Maquiavelo lo que habría hecho es estudiar el campo objetivo de las fuerzas políticas y estudiarla desprovisto de valores. Insisto en que esa es una interpretación parcial, pero las ciencias políticas son tributarias de las ideas de Maquiavelo, de eso no hay duda, porque les gusta pensar que la política es un campo accesible al estudio de puras fuerzas objetivas. Y eso es interesante porque Maquiavelo, al introducir las ideas de las pasiones, es menos objetivista del objetivista que hemos hecho de él.
Es decir, claramente, hubo un antes y un después de Maquiavelo y su obra
No hay duda alguna de eso. Volver a pensar los problemas de la política es volver sobre los textos de Maquiavelo, una y mil veces. Por eso es que uno no se cansa de leerlo y sigue descubriendo cosas interesantes. Y así como antes hablábamos de los contextos de escritura, también hay que hablar de los contextos de lectura de los textos. Maquiavelo no nos dice a nosotros lo mismo que le dijo a Mariano Moreno, ni lo que le dijo a Gramsci o a Le Fort. Los textos, entonces, tienen un decisivo contexto de lectura y eso es clave. Por eso, a los autores se los puede seguir leyendo cinco siglos después y se les puede seguir descubriendo cosas. Tal vez, lo que vuelve visible, hoy, algo que antes no lo era es el contexto actual: el contexto simbólico, político, histórico y lingüístico.
¿Cuál es su conclusión respecto a esta obra de Maquiavelo?
La obra de Maquiavelo es una obra de las más importantes jamás escritas en el amplio campo del pensamiento político de Occidente. Establece un antes y un después e inaugura de un modo muy original y muy potente ese período en la historia de la reflexión sobre la política y sobre lo humano a lo que llamamos modernidad, es decir, esa ruptura con las visiones teológicas, teocéntricas, con la idea de que existen garantías divinas acerca de dónde está lo bueno, dónde está lo justo y cuál es la naturaleza segura de un orden. Todo eso salta en mil pedazos en la obra de Maquiavelo y lo hace de la mano de una teoría de la acción muy potente, de la acción de un sujeto individual (en El Príncipe) o colectivo (en Discursos sobre la Primera década de Tito Livio). Es un gran lector de los antiguos que inaugura la modernidad. Y lo hace de un modo poderosísimo que nos enseña que el que actúa, en la acción política, actúa siempre sosteniendo siempre su acción sobre un terreno muy frágil, muy pantanoso. Y, en eso, radica su grandeza y su debilidad.
Eduardo Rinesi es rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Es licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario, Master en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y Doctor en Filosofía por la Universidad de San Pablo. Es titular de la cátedra de Sociología en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Entre 2002 y 2010 dirigió el Instituto del Desarrollo Humano de la UNGS. Ha publicado Seducidos y abandonados: carisma y traición en la ‘transición democrática’ (1993); Ciudades, teatros y balcones. Un ensayo sobre la representación política (1994); El último tribuno. Variaciones sobre Lisandro de la Torre (2002); Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo (2005); Tiempo y Política. El Problema de la Historia en Montesquieu (2007); Las máscaras de Jano. Sobre el drama de la historia. (2009), entre otros títulos.