Tres lecturas sobre la rebelión de 2001
La socióloga Maristella Svampa, especialista en movimientos sociales, plantea los diferentes abordajes sobre el estallido social del 2001 que interpelan a las ciencias sociales y a la sociedad en general.
Especial para Agencia CTyS (Maristella Svampa) - Lo ocurrido el 19 y 20 de diciembre implicó un corrimiento del límite de lo posible. Estos hechos desplegaron una serie de interpretaciones que se insertan en una doble dimensión. Están aquellas lecturas elaboradas por representantes de las ciencias sociales, pero también están aquellas otras que provienen de un conjunto de actores comprometidos con las luchas, se trate de organizaciones y movimientos sociales como de partidos políticos. Ambos registros se cruzan e interpenetran. En ese sentido, el 2001 interpeló a las propias ciencias sociales y generó una reflexión acerca de la forma y el compromiso respecto de los actores sociales involucrados.
Tres conceptos intentaron apresar aquello que plantea lo ocurrido el 19 y 20 de diciembre. Estos son: crisis, rebelión o “argentinazo” y la noción de acontecimiento. Sin embargo, aún si cada una de estas tres categorías intentó hacerlo, ninguno de ellos es un concepto totalizador.
La noción de crisis es el primer concepto en aparecer. Sin duda, se trata de una crisis generalizada, de múltiples dimensiones, financiera, económica, social, política y cultural. Esta presenta dos niveles fundamentales. Existe una primera lectura que hablará de crisis de hegemonía, es decir, del quiebre de un modelo de dominación, que venía de los ´90, asentado en el consenso neoliberal, el cual había creado acuerdos sociales y un marco de referencia post-inflacionario, con la convertibilidad como centro intocable. La crisis abre las puertas a una disputa, a una “oportunidad”, sobre todo en relación a la posibilidad de articulación de los sectores subalternos.
Un segundo nivel de lectura hace eje en la crisis de representación, pero no como un síntoma de otra cosa, sino como colapso de las formas de representación dominante, centradas en una democracia delegativa. Esta lectura remite, en términos de memoria corta, a los años ´90, los cuales habrían producido un vaciamiento de la política, visible en la subordinación de la política a la economía, a la reducción misma de la figura de la democracia y al autocentramiento en la clase política. También reenvía a los años `80, al fracaso de la promesa democrática. Lo que la crisis de representación expresa es que, a partir de 2001-2002, la política se va a dotar de nuevos sentidos y dimensiones, algunas de ellas irreductibles a la representación, como parece expresar la consigna “Que se vayan todos y no quede ni uno solo”.
Ahora bien, el concepto de crisis tiene un problema y es que no logra dar cuenta de las diferentes dimensiones del proceso. Tanto la mirada economicista como la institucionalista de la crisis han subrayado de modo unilateral esta dimensión del proceso. Es una mirada anclada en las ciencias políticas y en aquellos sectores tanto conservadores como progresistas, que retienen de 2001 sólo la imagen del caos y la descomposición social y desdibujan aquellos componentes que tienen que ver con la recomposición del tejido social. Además, las crisis siempre son portadoras de demandas ambivalentes, esto es, no solo hay una demanda de cambio, sino también de orden y estabilidad.
El segundo concepto que se desprende es el de “argentinazo”. Esta noción tiene varios niveles: por un lado, enuncia el carácter nacional del evento; por el otro subraya el componente insurreccional; por último, alude a la dimensión acumulativa de las luchas. Surge desde las ciencias sociales tanto de aquellos que tienen una postura más militante como de los más apartados.
Cuando se habla de los hechos de aquel diciembre a veces se aborda como algo que sucedió en la ciudad, en el centro porteño. Sin embargo al calor de las jornadas hubo juicios políticos y destituciones en más de 30 localidades en unas 15 provincias argentinas. En la Provincia de San Juan, en la ciudad de Jáchal el intendente fue destituido y ese año construyeron un monumento a la cacerola que tiene una leyenda que dice “La cacerola te vigila”. Este mensaje tiene que ver con lo que nos sigue diciendo hoy el 19 y el 20.
La pueblada se inserta no sólo en el registro corto de las luchas, sino en la memoria larga que nos permite vincular los acontecimientos del 2001 al 17 de octubre o al Cordobazo.
Hay dos hechos que cuentan en el proceso acumulativo de las luchas, en su forma insurreccional. En realidad, el ciclo se abre con el Santiagazo en 1993, aquel día en que los empleados estatales, a quienes se les adeudaba tres meses de salario, incendiaron las tres sedes del poder público, y tiene un punto de inflexión en la pueblada que sucedió en 1996 en Cutral-Co, Neuquén. El santiagazo signa el primer quiebre en términos de representación política, de crítica al conjunto de la clase política. En Neuquén la consigna fue “Que venga Sapag”, la cual señalaba ya la ruptura del sistema de mediaciones. El tercero es la consigna “Que se vayan todos”, a cual señala el desplazamiento el cuestionamiento al sistema mismo de representación.
Una tercera lectura es la que ve el 19 y el 20 como acontecimiento, y es una mirada que reconoce muchas voces. Esta no inscribe el sentido de la crisis en el proceso de acumulación de las luchas, sino que señala su carácter novedoso, como hecho único e irrepetible, que abre a un nuevo protagonismo social.
La diferencia de esta interpretación es que proviene desde el lenguaje de los intelectuales. Desde ese lugar impulsa debates teóricos y políticos sobre cómo se piensa lo político y la política. Señala la importancia de la vuelta de la política a las calles y las consecuencias mismas de la territorialización de la política. Propone pensar los límites de la política como tal y agrega la cuestión del surgimiento de nuevas subjetividades.
Para cerrar, efectivamente no hubo recomposición política desde abajo. Pero ello no significa que no haya quedado nada. Han quedado muchas marcas o huellas de 2001.
La crisis evidencia todo un trabajo de recomposición del tejido social desde abajo, que interpeló incluso epistemológicamente a las ciencias sociales. Por otro lado, los hechos han dejado una huella en la memoria política de las clases medias, una marca de orgullo identitario, algo que se visibiliza en la transformación en el vínculo político, donde la delegación completa ya no es aceptada.
También se advierte la emergencia de una nueva generación militante, la generación de 2001, que se construye al calor de una dialéctica territorial: del centro a los barrios. Hay nuevos ecos militantes que plantean una relación entre política y ética diferente. Por último, la concepción de la política se transformó, ya que ésta hoy se piensa desde diferentes ámbitos y no solamente desde el ámbito político institucional. Esta pluralidad de ámbitos, nunca suficientemente valorizados, nos hablan de la demanda de “demodiversidad” que atraviesa aún hoy a la sociedad argentina.