“Necesitamos ciencias sociales masivas para pensar el problema del conocimiento”
El director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia José Babini, en entrevista con Agencia CTyS, analiza el rol del científico más comprometido con la sociedad y el “desafío de abrir la producción de conocimiento a instancias más amplias, de debate y de consenso”, para que el ciudadano pueda tener mayor participación en las decisiones.
¿Es posible hablar hoy de una vigencia y resignificación del pensamiento latinoamericano en ciencia?
Hay algo que es muy claro y es cómo vuelve a emerger este pensamiento, que fue elaborado en las décadas del `60 y `70 a partir de las reflexiones y las intervenciones de algunos científicos como Jorge Sabato, Oscar Varsavsky y Amílcar Herrera. Se trata de un conjunto de pensadores que en esos años mantuvieron una preocupación seria sobre cómo hacer que la ciencia y la tecnología se incorporaran al proceso de desarrollo social y económico en economías complejas como las latinoamericanas, caracterizado por procesos de dependencia económica, cultural y social. Cuando volvemos hoy a pensar cómo hacer para que la ciencia y la tecnología se transformaran en vehículo de desarrollo social y económico en América Latina, el punto de partida son estos pensadores.
¿Las décadas posteriores al `70 cómo abordaron a la ciencia y la tecnología?
Los `80 y los `90 la pensaron pero desde otro lugar, se intentó convertir a la ciencia en un recurso más del mundo de los negocios. Ahí hay un choque de paradigmas para el conocimiento. El pensamiento latinoamericano comienza a desvanecerse. La forma en que se pensó la ciencia en este período puede pensarse como el producto de operaciones ideológicas sobre sociedades que salían de dictaduras sangrientas que respondían a un cambio de escenario global, que a nivel geoeconómico y geopolítico hoy llamamos consenso de Washington.
¿Hoy cómo se retoma el paradigma entonces?
La mutación política que se da a la salida de la crisis de 2001 resignifica prácticas sociales y también las prácticas de producción de conocimiento. A partir de entonces, se comienza a construir un lugar protagónico para el Estado en los procesos de toma de decisiones. Esto muestra cómo la ciencia y la tecnología son productos culturales que tienen que ser contextualizados. Los científicos deben seguir una política que debe provenir del Estado. Estamos avanzando en esa dirección, pero todavía falta.
¿Qué rol debe jugar un científico en ese proceso?
Me gusta pensar al científico como ciudadano y su tarea de científico comprometida en la medida que un ciudadano tiene que estar comprometido en su tarea profesional o laboral. Muchos científicos provenientes de las ciencias duras, comienzan a incursionar en las ciencias sociales en este proceso de repensare como investigadores.
¿Cuál es la relevancia de las ciencias sociales en el desarrollo de una ciencia que se oriente hacia la inclusión y el desarrollo?
Hoy las ciencias sociales juegan -o deberían jugar un papel- más importante que las ciencias naturales. Porque tenemos que resolver para qué queremos conocimiento científico, qué tipo de conocimiento necesitamos y cómo hacer que esa producción de conocimiento articule de manera dinámica con el proceso de desarrollo social, de redistribución del ingreso. Eso solo se puede responder desde las ciencias sociales. Necesitamos ciencias sociales masivas, mucho más que lo que hoy tenemos, para pensar el problema del conocimiento, en relación con los problemas de equidad, cómo generar puestos de trabajo calificado, a partir de lo que se hace en los laboratorios científicos. Nos asombra la teoría del Big bang pero no nos asombra no poder resolver el problema del 95% de la población mundial que es la pobreza. ¿Dónde están las prioridades?
Para el país esta transformación, ¿implicaría repensar las instituciones vinculadas a ciencia y tecnología?
Me gustaría responder con un ejemplo. Yo creo que hoy el CONICET es un gran problema para la política científica y tecnológica de nuestro país. Hablando de forma un poco esquemática, podría decirse que encarna una ideología de la libertad de investigación, de la autorregulación de la actividad científica y de los estándares internacionales en la producción de conocimiento. Al no incorporar entre sus criterios de producción cuestiones que lo vinculen a su contexto social y económico, surgen varias consecuencias. La primera es que se prioriza la ciencia básica y esto significa aumentar el conocimiento disponible para que los países centrales busquen aplicaciones y desarrollos comerciales. La búsqueda de estándares internacionales significa publicar en revistas de prestigio internacional. Lo cual a su vez significa aceptar qué temas son relevantes y cuáles no. Cuando el CONICET evalúa a sus investigadores contando los papers que publican en revistas internacionales y valora de forma acrítica la colaboración con grupos de investigación prestigiosos en los países centrales está incentivando la producción de conocimiento que puede ser asimilado a la maquinaria económica de los países centrales.
¿En qué situación estamos hoy en el proceso de transformación?
Estamos volviendo a alcanzar esa frontera en la cual fracasamos en los `70. Mejor dicho, claramente nos hicieron fracasar porque las dictaduras en América Latina no son una contingencia. Llegamos a un límite estructural en la medida que queríamos lograr un estadio en el cual ciencia y tecnología engranaran de manera virtuosa con el proceso económico y social y se nos cayó todo a pedazos.
Ahora estamos en condiciones mucho mejores que en esa época; hay una voluntad política muy clara, hay un proyecto de país. Hay aprendizaje institucional y político. Los propios científicos se piensan a sí mismos en los ´90 y dicen `yo no quiero volver a cometer errores como científico, de alinearme a ciertas ideologías o a ciertos procesos ´.
En ese proceso de decontrucción y construcción de sentidos ¿cuáles serían las transformaciones que habría que hacer?
Tenemos que ser muy sofisticados en cómo usar el conocimiento que proviene de las ciencias sociales para lograr entender y desmontar el mito del universalismo científico y elaborar nuestros propios criterios de legitimación. Se trata de un nuevo proyecto como región, que incluye la construcción de criterios y jerarquías epistemológicas propias. Un científico que se forma en nuestras universidades tiene que entender cómo producir conocimiento para el país, para la región. Pero además, tiene que estar convencido de que produce conocimiento de punta, y que la resolución de estos problemas es una aventura intelectual y una elección óptima de desarrollo personal. Necesitamos un premio Nobel latinoamericano que premie y transforme en héroes de la razón moderna a quienes descubran o inventen conocimiento que le sirva a la región, no a la NASA, a Merk o Monsanto.
¿Cuáles son las causas de que vuelvan a explorarse pensadores como Varsasky o Sábato?
Lo que está mostrando el proceso de globalización en los países en desarrollo que este modelo no cierra y que tiene a la ciencia y la tecnología produciendo para esto que no es sustentable. Tiene que ver con un proceso de globalización del riesgo, pero privatización de los beneficios. Se visualiza en la migración de las industrias más contaminantes a los países más pobres, la división internacional del trabajo que hace que a países como la Argentina le toca la producción primaria y eso a veces implica minería a cielo abierto…y eso no va a ser sometido a instancias de control democrático y consenso porque está asesorado por expertos. El nuevo modelo de producción de conocimiento científico tiene que tener como componente intrínseco la consulta, el debate de los actores sociales, que no son expertos en ciencia, pero son sobre los cuales la producción de conocimiento va a impactar y que entonces son actores relevantes.
En ese sentido, ¿Se está avanzando hacia una democratización de la ciencia?
El desafío es no solo abrir la producción de conocimiento a instancias más amplias, de debate y de construcciones de consenso, sino también de circulación de información, de educación. Cuanto más informado esté el ciudadano, el público especializado, más va a comprender los riesgos de la minería a cielo abierto. En términos culturales, en parte se trata de perder la inocencia y saber que toda tecnología tiene costo ambiental, pero también se trata de tener la capacidad de evaluarlos. Creo que, en niveles diferentes, la creación de un ministerio de ciencia, los llamados fondos sectoriales, el programa de repatriación de científicos, televisión digital terrestre, el desarrollo nuclear o Tecnópolis son hechos muy significativos en este escenario. En el horizonte tenemos interrogantes como el problema de la soja, la minería a cielo abierto, o algunas cuestiones vinculadas al programa nuclear.
Entrevista realizada por María Florencia Alcaraz
*Diego Hurtado es doctor en Física (UBA), director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia José Babini y secretario de Secretario de Investigación, Innovación y Transferencia de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
**Las expresiones vertidas en esta entrevista corren por cuentadel autor y no representan la opinión institucional del CONICET.