Los “fantasmas” del 2001
El reconocido antropólogo Alejandro Grimson analiza cómo las experiencias de la represión de la dictadura, la guerra de Malvinas y la hiperinflación posibilitaron los episodios del 19 y 20 de diciembre.
Especial para Agencia CTyS (Alejandro Grimson) - Uno de los puntos más interesantes para pensar el 2001 y 2002 es cómo una nación, un espacio nacional o una cultura política se constituyen a través de ciertas experiencias, ciertas vivencias comunes que no siempre son procesos de construcción identitaria controlados por el Estado, como la educación o el servicio militar obligatorio.
Estas vivencias comunes son lo que el antropólogo brasileño Roberto DaMatta denomina “espacios de totalización” de una comunidad o sociedad, como es el carnaval en el caso de Brasil.
No obstante, DaMatta también señala que hay otros momentos de totalización no planificados ni por el Estado ni por la sociedad y que son, por ejemplo, el asesinato de Kennedy en los Estados Unidos o el atentado a las Torres Gemelas.
O sea, plantea que hay totalizaciones que no son planificadas y que, a mi juicio están vinculadas con las experiencias sociales. Estas, en el caso argentino, hasta entrada la última década, fueron experiencias de disgregación de la sociedad.
A mi juicio, para entender el 2001, hace falta analizar tres experiencias cruciales en la configuración de la cultura política argentina; tres experiencias de disgregación que determinaron, en el sentido de Raymond Williams, el espacio de la imaginación política, los sentimientos de pertenencia y los repertorios de la acción colectiva.
Por un lado, hace falta entender cómo la experiencia de la dictadura militar fue constituyendo, a través del proceso del terrorismo de Estado, el fantasma de la represión política y de la coacción, en primer lugar. Pero a la vez se fue convirtiendo en un fantasma que impulsó el miedo a la represión y la movilización democrática.
En segundo lugar, hay que entender cómo el discurso nacionalista de la dictadura militar y su correlación con la guerra de Malvinas, generó la convicción de que el nacionalismo siempre es autoritario, represivo y de derecha. Lo cual produjo un efecto muy perverso hasta 2001, separando la noción de democracia del concepto de nación.
Y, por último, también hay que entender el terrorismo económico, que desembocó en la hiperinflación, uno de los procesos de disgregación social más impresionantes que atravesó la sociedad argentina.
Sin embargo, a diferencia del terrorismo político de la dictadura, que concentró una gran cantidad de investigaciones, muy interesantes por cierto, este proceso económico no fue prácticamente estudiado por las ciencias sociales ni por la historia reciente.
En la hiperinflación, el dinero, como parte de un lazo social que unifica y genera una cierta confianza, estaba desapareciendo y se estaba evaporando a partir de la intervención de poderes económicos muy específicos.
¿Cuál es el significado de cada uno de esos fantasmas? ¿Cuáles son sus efectos? En realidad, una de las cosas más claras es que los significados y los efectos son cambiantes en estos 25 años.
El primer efecto, el más visible que se puede señalar, es cómo el fantasma de la dictadura y de la represión estatal se activó ante la declaración del Estado de sitio, vinculado con la propulsión de amplios sectores de la sociedad argentina a obturar cualquier tipo de proceso autoritario o represivo.
Tanto el Estado de Sitio, en diciembre de 2001, como los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, el 26 de junio de 2002, provocaron una crisis institucional, relacionada con el este fantasma de la dictadura.
En el primer caso, Fernando De La Rúa dejó el gobierno y, en el otro caso, Eduardo Duhalde se vió obligado a acortar su mandato para preservar el poder durante unos meses más.
Sin embargo, cuando nos preguntamos por qué fue posible la crisis del 2001, también debemos discutir cómo fue posible el neoliberalismo extremo, muy peculiar incluso en el contexto latinoamericano.
Evidentemente, este neoliberalismo salvaje no fue posible sólo por el fantasma de la dictadura, sino también como respuesta al fantasma de la hiperinflación. La estabilidad prometida por la convertibilidad no hubiera sido posible sin una previa dolarización imaginaria y profundamente práctica de la sociedad argentina.
No obstante, también creo que ese neoliberalismo extremo no hubiera sido posible sin el fantasma del nacionalismo, sin el fantasma de Malvinas, que provocó que, entre 1983 y 2001, se produjera una escisión entre democracia y nación.
Es decir, en la Argentina de fines del siglo XX, cualquier cuestión nacional era una cuestión militar y autoritaria, lo que explica que no hubiese una noción de patrimonio nacional, lo que permitió el desguace de las privatizaciones.
En resumen, creo que la conjunción de estos tres fantasmas fue la que generó las condiciones para la enorme tolerancia que tuvo esta sociedad para con un proceso de exclusión tan gigantesco como el que se vivió en ese momento.
Ahora bien, ¿qué paso con estos fantasmas del 19 y el 20? Creo, en primer lugar, que se plantea un punto de inflexión con el fantasma nacionalista, porque aparecen ese día banderas argentinas.
Para muchos manifestantes, en su memoria cultural, la única hipótesis de comunidad que podía anudarlos era su pertenencia a la nación Argentina.
De esa situación del 19 y del 20 hasta los festejos del bicentenario hay toda una historia para contar, que tiene que ver con cómo entró en crisis el fantasma de Malvinas y se cuestionó la visión de que el nacionalismo es siempre negativo.
Por otro lado, también surgen otros fantasmas de los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001. El principal es lo que podríamos llamar el fantasma de las cacerolas, que no es exclusivamente argentino y que es el fantasma de las crisis hegemónicas. Es decir, se moviliza la idea de que “las cacerolas vigilan”, y que implica la necesidad de negociación entre los distintos actores sociales y el rechazo de la represión.
Por su parte, el fantasma de la dictadura sigue vigente. Ahí están los ejemplos de Mariano Ferreira y de Carlos Fuentealba. Ferreira, un militante de izquierda asesinado a escasos metros del lugar donde mataron a Kosteki y Santillán; Fuentealba, un maestro acribillado en un conflicto gremial.
Ambos se convirtieron en mito y símbolo, pero nadie sabe el nombre ni las caras de los muertos del Parque Indoamericano, de Formosa o de Jujuy.
¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que, culturalmente, tenemos clasificaciones de personas que implican que, lamentablemente, no signifique lo mismo la muerte de una persona que de otra, lo que está muy relacionado con cómo sigue trabajando el fantasma de la dictadura en la Argentina de hoy.
En la actualidad, también sigue operando muy fuerte en la discusión política el fantasma de la hiperinflación. La cuestión del aumento de los precios está en el eje del debate, con la máscara del discurso conservacionistas de no ir por más para no poner en riesgo lo conseguido.
No obstante, creo que el desafío es que la sociedad pueda procesar y elaborar memorias complejas sobre estos episodios disgregadores que son tan cruciales en las configuraciones contemporáneas porque, de esa manera, al menos ilusoriamente, podríamos dominar a nuestros fantasmas para que esos fantasmas no dominen nuestra vida social y política.