La vuelta a Cortázar en mil cuentos
Dentro del complejo universo cortazariano, el cuento parece haberse convertido en uno de los géneros más emblemáticos del prolífico y reconocido escritor argentino. La Agencia CTyS dialoga con tres académicos para analizar la obra de un literato comprometido socialmente con su época.
Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS)- Era, sin duda, un Perseguidor. Buscaba continuamente nuevos lenguajes y nuevas formas de configurar el arte. En cada cuento apelaba a las armas secretas de su inventiva para dejar al lector con la noche boca arriba, explorando en los pasajes impensados de la realidad cotidiana. Por eso, leer sus relatos implicaba entrar en un complejo bestiario de surrealidades. No había otro desenlace: el lector quedaba atrapado por su magia y con la casa tomada.
¿Qué tienen los cuentos de Julio Cortázar que los hacen tan particulares e impactantes? A 100 años del nacimiento del escritor, la Agencia CTyS consulta a tres destacados académicos para intentar develar las complejidades, misterios y objetivos que este gran literato argentino perseguía en sus relatos breves.
Los escritores detrás del escritor
Una lectura atenta de la bibliografía de Cortázar permite vislumbrar una enorme cantidad de autores a los que el argentino leía y admiraba. “Hay que pensar en una enorme voracidad literaria por parte de Cortázar”, destaca el doctor en Letras Modernas y profesor de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Jorge Bracamonte.
También el autor de la biografía Leer Cortázar, Mario Goloboff, coincide en este análisis. “Cortázar leía de todo, durante toda su infancia y adolescencia leyó copiosamente. Tenía lecturas muy diversas y en distintas lenguas, como por ejemplo las novelas de aventura de Julio Verne o Jean Cocteau y su novela Opio”, asegura el docente de la Universidad Nacional de La Plata.
Para ambos investigadores, uno de los escritores que ocuparían un lugar importante en los gustos del joven Cortázar sería Edgar Allan Poe. “Al leer a este cuentista estadounidense, Cortázar se da cuenta de la importancia de la atracción y tensión que debe generar el cuento en el lector desde las primeras líneas hasta la última”, señala Bracamonte, quien también se desempeña como investigador del CONICET.
Esta lectura y admiración por Poe, indica el académico cordobés, encuentra su correlato en una frase de Cortázar en la que afirma que “el cuento debe ganar por KO, mientras que la novela gana por puntos”. “Por eso – continúa el Doctor en Letras Modernas- es que hay una preferencia de Cortázar por los cuentos más cortos. Consideraba que le daba más posibilidades de que el lector se contagie de la intensidad y la tensión que el escritor transmite en su relato. Esto también lo aprenderá de los cuentos de Horacio Quiroga”.
Por su parte, el semiólogo Eduardo Romano aporta que si bien es visible la gran admiración de Cortázar por Poe, del cual fue traductor de toda su obra, “este escritor norteamericano está en la base de toda la literatura moderna. Es un punto de partida muy importante para los cuentistas”.
Según Romano, poetas franceses como Sthépane Mallarmé, Lautréamont y Antoine Artaud también marcaron presencia en las producciones de Cortázar. “Hay que decir que Julio respetaba mucho a Jorge Luis Borges, a quien admiraba por su rigurosidad para escribir cuentos. Siempre decía que gracias a Borges, los escritores argentinos debían escribir con más rigor y con la menor cantidad posible de palabras”, detalla el director de la Maestría en Comunicación, Cultura y Discursos mediáticos de la UNLaM.
Otro de los autores argentinos a los que el literato elogiaría sería a Leopoldo Marechal y su Adán Buenosayres. “Según Cortázar, hay un antes y un después de esa novela, porque a partir de allí se empezará a escribir en argentino, cosa que nunca se había hecho. Es decir, escribir como hablamos”, explica Romano.
Julio, el surrealista
Para Bracamonte, la producción cuentística de Cortázar puede dividirse en varias etapas, donde la primera, con títulos como Bestiario (1951) o Final de Juego (1956), se caracteriza por una fuerte presencia de lo fantástico y las exploraciones en lo surreal.
Al respecto, Goloboff afirma que tal vez el rasgo distintivo de Cortázar en relación al cuento fantástico es “estirar los límites de lo real. Lo insólito, lo inesperado, lo excepcional, lo extraordinario surge de la realidad cotidiana, y así el relato se transforma imperceptiblemente en un cuento fantástico”. Este aspecto, para el docente de la UNLP, será un sello distintivo que no estará presente en colegas como Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares o el mismo Borges.
Por su parte, Bracamonte coincide al señalar que “para Cortázar, lo fantástico está dentro de la realidad misma, y por eso trabaja la idea de lo surreal como la realidad que no vemos”. Asimismo, apunta que en esta primera etapa de los cuentos cortazarianos, lo fantástico va de la mano con una exploración de las otredades, “ya sea el otro social, el otro cultural o incluso las otredades que el sujeto tiene en sí mismo”.
Así, según el académico de la UNC, en los cuentos que integran Bestiario se puede distinguir al otro que invade un espacio, como en “Casa tomada”, a los otros sociales en “Las Puertas del cielo”, el otro como amenaza por no ser homogéneo a uno como en “Ómnibus”, o el otro desconocido pero con el cual hay una fuerte conexión, como el caso de “Lejana”.
Con respecto a estos cuentos, Romano explica que la aparición de Bestiario fue una ruptura muy fuerte en relación a este género, “y por eso pasó desapercibido porque en el 51 no lo leyó nadie, recién se empezó a vender cuando salió Rayuela, en 1963”.
Según el semiólogo, ya desde el título “se puede ver una polisemia y diversidad de significados muy grande: bestiario era el nombre de los que peleaban en la arena romana con los animales y era el nombre de las colecciones de cuentos sobre animales fantásticos medievales”.
A esto, alerta el académico, se le debe agregar lo bestiario “como el aspecto irracional, instintivo, oculto y siniestro” que plasma Cortázar en los cuentos. “Todos los relatos de este libro tienen diferentes estratos o niveles de significación que, en definitiva, hace que sean cuentos muy valiosos”.
En Final de juego, expone Bracamonte, se puede apreciar, ya desde el título, la cuestión lúdica en los textos de Cortázar, que luego retomará más profundamente con Rayuela. “Él quería reflejar lo lúdico de la realidad, un juego donde uno puede ganar o perder y donde hay riesgo, peligro, emoción o humor. Todo esto está muy condensado en el cuento “Final de Juego”, pero se ve en todos los relatos”, analiza.
En los otros cuentos de Final de juego, explica el académico, es donde también se podrá apreciar la cuestión de los pasajes internos de la realidad, temática muy explorada por Cortázar.
“En ‘Axolotl’, por ejemplo, se analiza la complejidad psicológica que puede ser humana o también animal. Hay una búsqueda en diálogo con problemas psicológicos. En cambio, en “La noche boca arriba”, si bien se puede analizar desde el mismo enfoque, se retoma principalmente la otredad de la cultura pre hispánica y la cuestión latinoamericana”, ejemplifica.
El factor psicológico es, a su vez, un enfoque que Goloboff utilizó para analizar otra veta del Cortázar cuentista, como el aspecto autobiográfico –presente en el caso de “Los venenos”, donde el escritor toma elementos de su infancia en Banfield- y en muchas ocasiones catártico de sus cuentos. “A través de sus cuentos pude observar varias obsesiones que lo perseguían”, narra el docente de la UNLP.
“Alguien de su entorno-continúa el académico- me confirmó que Julio tuvo una época en la que tenía constantemente una sensación de pelos en la garganta. Así habría nacido ‘Carta a una señorita en París’. Noto también que está muy presente el tema de lo bucal, como en este último cuento, ‘La noche boca arriba’, ‘Circe’, u otros”.
Del jazz y la filosofía existencialista al compromiso social
La siguiente etapa en la cuentística de Cortázar se verá marcada por uno de los relatos más clásicos del escritor argentino, “El Perseguidor”, incluido en el libro de cuentos Las armas secretas (1959). Allí se narra la vida del jazzista Johnny Carter, personaje basado en la vida del músico Charlie Parker. Este período, además, coincide con el proceso de escritura de Rayuela, que se publicaría cuatro años después. ¿Casualidad?
“En ‘El Perseguidor’ –explica Romano- se empieza a ver vertientes de Cortázar que ya no son estrictamente literarias sino más bien filosóficas. Es un período en el cual el escritor lee filósofos existencialistas, y ese no es un dato menor”.
Para el semiólogo, “un personaje como Horacio Oliveira, de Rayuela, tiene sus raíces, su punto de partida, en esa versión de Charly Parker. Pero además es interesante que en esa reconstrucción de la vida de un artista, Cortázar no elija a un pintor, a un escultor o a otro escritor, sino a un saxofonista. Es la valoración del jazz como música popular”.
Bracamonte, por su parte, agrega que en esta etapa “empieza a hacer mucho más fluida la manera de construir sus cuentos. Con “El Perseguidor”, Cortázar se da cuenta que le interesaba más explorar al otro pero de forma más concreta. Si bien Charly Parker era un personaje conocido, la perspectiva que Julio le da a la narración hace que ese personaje aparezca en toda su complejidad”.
Según el doctor en Letras, esta etapa y la siguiente serán también integradas por las cuestiones de la complejidad de las relaciones afectivas, incluyendo las amatorias o las de amistad. "Este aspecto ya estaba en los anteriores cuentos pero aparece aquí de forma más matizada. Aparece mucho más la complejidad de los afectos y sentimientos y la ambigüedad de los mismos”, señala.
Los siguientes años, ya en el último período, verán desarrollarse a un Cortázar que parece tomar un mayor compromiso social. “Hay que aclarar que Cortázar siempre pensó que el escritor tenía que estar comprometido socialmente, no políticamente. Él tenía un compromiso como escritor con la sociedad”, advierte Romano.
Bracamonte coincide en que el literato argentino siempre se resistió a la idea de que el escritor estuviera supeditado a un programa político, y aduce que aún así en los relatos del último período se ve reflejada dicha temática.
“Hay cuentos como ‘Reunión’, de Todos los fuegos el fuego (1966), donde el que narra supuestamente es el Che Guevara. Y allí lo central no es que se quiera hablar de la Revolución Cubana, sino cómo se está contando la historia de los revolucionarios”, analiza Bracamonte.
Otros ejemplos de este aspecto, explica, serán “Graffiti” o “Recortes de prensa”, ambos incluidos en Queremos tanto a Glenda (1980); o “Satarsa”, relato que integra Deshoras (1982) donde la historia transcurre en Argentina y “alude, supuestamente, a la época de la dictadura”, expresa el académico.
Un cuentista de primer nivel
Para los investigadores consultados, la narrativa de Cortázar le hace ganar un lugar entre los mejores del género del cuento. “Cuando hablamos de cuentistas universales, hay pocos de los que se podría hacerse una lista de veinte cuentos que pueden estar en cualquier antología”, señala Goloboff.
Romano, por su parte, asegura que Cortázar “está entre los mejores escritores de Argentina y del mundo. Sus textos dan para lectura, la relectura y para una interminable discusión. Su gran acierto, tanto en los cuentos como en sus novelas, fue incluir a la poesía y la metáfora dentro de la narrativa”.
Bracamonte, asimismo, señala que “sorprende el nivel que tienen todos sus libros de cuentos”. “En los mismos- concluye- logró explorar la realidad en la mayor complejidad de sus aspectos, y al hacerlo logró nuevas concepciones del lenguaje”.
La muerte encontró a Cortázar en una Lejana París el 12 de febrero de 1984, cuando en su país se aprendía a vivir con una naciente democracia. Aún hoy, alguien que ande por ahí, leyendo y releyendo sus historias, no podrá evitar suspirar, con nostalgia “Queremos tanto a Julio”…