Invisibles y entre muros
En el Día Mundial de la Salud Mental, Solana Yoma, becaria post doctoral del CONICET, analiza las situaciones de vulneración de derechos que padecen las mujeres internadas en centros de atención psiquiátrica. La violencia y la exclusión, como un particular patrón de género que se imprime en este contexto de encierro.
Marianela Ríos (Agencia CTyS - UNLaM) - Doce años atrás era sancionada, en Argentina, la Ley 26.657 de Salud Mental que venía a romper con el paradigma manicomial. La norma y, sobre todo, su debate, echaron luz sobre la vulneración de derechos que enfrentaban las personas internadas bajo ese sistema. Sin embargo, muchas situaciones siguen siendo invisibilizadas. Aún más cuando se trata de mujeres.
“Hay una primera problemática que es la incorporación de una mirada interseccional, que consiste en pensar las diferencias de raza, género y clase social como fuentes estructurales de desigualdad. En este caso, funciona en el cruce mujer, usuaria de salud mental y pobre, lo que genera una modalidad agravada de exclusión e inequidad”, explicó Solana Yoma, doctora en Psicología, becaria post-doctoral del CONICET e integrante del Observatorio de Salud Mental y Derechos Humanos de Córdoba.
Según precisa Yoma, actualmente existen alrededor de 12 mil personas internadas en 160 instituciones monovalentes, contrario a lo que establece la normativa, que instituye que deben ser tratadas en hospitales comunes. “Pensemos que a ese padecimiento que el manicomio imprime en sus vidas, a las mujeres se le suma esa triple discriminación”, enfatizó, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
La salud que no
Una de las situaciones que evidenció Yoma en estas instituciones, junto a las investigadoras Jacinta Burijovich y Soledad Buhlman, también integrantes del Observatorio, fue la priorización de los tratamientos enfocados en la salud mental, en detrimento de otras dimensiones que permitan un abordaje integral, como la sexual. Las falencias en este sentido, aseguró la especialista, son varias.
“No existen protocolos al momento de la internación de la mujer ni durante, que permitan tomar conocimiento sobre su situación en relación a enfermedades de transmisión sexual o existencia de embarazos. Tampoco tienen profesionales de ginecología que les hagan un seguimiento preventivo”, precisó.
La falta de controles periódicos genera que, en muchas ocasiones, la atención necesaria llegue tarde. “En esos momentos, se activan derivaciones a hospitales que presentan dificultades porque hay una ausencia de procesos protocolizados. Las derivaciones se suelen dar por contactos de las profesionales que acompañan a esa mujer con algún centro de salud general”, lamentó.
Otra problemática que atraviesan en estos contextos se relaciona con el acceso a productos de gestión menstrual, que queda a librado a la asistencia de los familiares, la capacidad de pago de la persona o la disponibilidad dentro de estas instituciones. “Esta situación hace que se enfrenten a la necesidad de usar algodones, lo que no solo preocupa por su carácter antigénico sino porque les restringe la posibilidad de circulación libre dentro del lugar”, sostuvo y agregó: “Tampoco hay posibilidad de elegir el método anticonceptivo que mejor se adecue a las necesidades, demandas e intereses de las mujeres”.
Mirar para otro lado
Son varias las violencias de género que atraviesan las mujeres insertas en el sistema de salud mental. Los abusos y violaciones son algunas de las más graves. Para la investigadora, estos hechos son, en ocasiones, conocidos por el personal de estas instituciones, pero muy pocas veces llegan a transformarse en denuncias concretas.
“Esto ocurre por varios motivos: por un lado, hay una escasa credibilidad de las denuncias de estas mujeres por el solo hecho de su condición de usuarias de salud mental. Hay una vinculación de las denuncias con supuestos procesos psicopatológicos. Y por el otro, en algunos casos, circula esta idea de que se trata de relaciones consentidas y no hay una escucha de la gravedad de esas denuncias”, puntualizó.
En esa línea, aclaró que en los casos en los que sí se cree en su relato, las medidas que se toman actúan en detrimento de la salud y la libertad de circulación de las mujeres internadas, ya que les dan altas anticipadas o son aisladas en salas de cuidados especiales. “Lo que también ocurre es que, muchas veces, las denuncias se hacen cuando las mujeres salen voluntariamente de la internación. Las hacen ellas, familiares o integrantes del equipo de salud que deciden acompañarlas”, señaló.
La mala madre
La división sexual del trabajo asigna históricamente las tareas de cuidado de hijos a las mujeres, por lo que el incumplimiento de ese rol social implica, desde la mirada patriarcal, una falta grave. Para aquellas con padecimientos mentales también recae este mandato, aunque desde las mismas instituciones no se contribuye a mantener este tipo de vínculos.
Según un informe sobre la situación de las mujeres internadas en el Hospital psiquiátrico Dr. Alejandro Korn en La Plata, elaborado por Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) en 2017, solo el 20 por ciento de las mujeres conserva lazos afectivos, sobre todo con otras mujeres (madres, hermanas, hijas). Además, se observó que, en algunos casos, tienen mayor contacto con sus hijos cuando son mayores de edad.
“Prima una idea de que las mujeres locas son malas madres. Hay un cuestionamiento a la capacidad para maternar y, en relación a eso, se ven muchas prácticas de separación de sus hijos al momento de nacer en algunos casos y también durante las internaciones. No hay estrategias que permitan a las mujeres sostener los vínculos durante estos procesos”, aseguró Yoma.
Por último, la becaria del CONICET señaló que en los casos de madres lactantes la vulneración de derechos se agrava. “No pueden decidir en relación a sus lactancias por los protocolos invasivos que priorizan el abordaje de la sintomatología psiquiátrica en detrimento de las posibilidades de sostener el vínculo. Se dan medicaciones que están contraindicadas con la lactancia y no se buscan otras alternativas de abordaje farmacológico que sean compatibles”, concluyó.