“Frente al mercado, el arte tiene que batallar”
Un equipo de investigadores de la Facultad de Bellas Artes de La Plata estudió las “desobediencias sexuales” en el arte contemporáneo argentino que cuestionan las formas normalizadas en que se construye el cuerpo.
Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM) En su histórico postulado de filosofía, René Descartes ya lo había advertido: los sentidos engañan. Traicionado por lo que estos le contaban del mundo, se refugió en sí mismo tratando de hallar algo de verdad. Ahí se enteró de que la duda era certeza de la duda y que aquella permitía el acto de pensar, reflexión con la que arribó a la frase que lo hizo famoso, “pienso, luego existo”.
Sin embargo, el intelectual dejó una deuda que todavía se intenta saldar: ¿qué pensamientos operan por debajo de aquello que se mira? Si los sentidos no son de fiar, entonces se puede desconfiar de la visión que, en su afán de contar cómo es la imagen del exterior, oculta las claves de lectura que la guían en una u otra dirección.
El investigador y profesor de la Facultad de Bellas Artes de La Plata, Fernando Davis, dialogó con Agencia CTyS-UNLaM sobre las obras de arte que ponen bajo la lupa las normas de la observación y le dan a la mirada el beneficio de la duda para hacer visibles y pensables otras realidades por fuera de las etiquetas.
¿Cuáles es la clave de lectura que emerge a la hora de observar una imagen de un cuerpo?
Es imposible leer un cuerpo fuera del género; vos ves un cuerpo e inmediatamente lo leés desde esas coordenadas. Pero también existen otras dimensiones como la raza, la clase, es decir, que hay toda una serie de coordenadas que están operando en la construcción de los cuerpos. Si ellos son efectos de estas operaciones de poder, al mismo tiempo esas condiciones son la base de un ejercicio contra-productivo que precisamente ponga en entredicho el modo en que el poder funciona produciendo, coersionando o volviendo visibles los cuerpos a partir de determinados cánones hegemónicos.
¿Qué significa “arte queer”? ¿Qué sucede con esta categoría?
Muchas veces, la noción de “arte queer” aparece como feminista, arte de mujeres o arte gay, en fin, como marcaciones identitarias de las obras o de determinados artistas. Estas marcaciones, en el contexto del capitalismo globalizado, tiene que ver con una política de la transparencia que expande el neoliberalismo en su llamado a la diferencia, sin que en ningún caso se problematice los modos en que esas diferencias son hechas visibles y puestas a hacer sentido. Ninguna categoría es pura y todas son susceptibles de ser apropiadas y descalzadas de sus enclaves hegemónicos, incluso la categoría de arte queer que, en realidad, tiene que ver con una estrategia de queerización de la mirada sobre la historia del arte, esto es, interpretar las imágenes con otras herramientas de cuestionamiento.
¿Qué representa la noción de “desobediencia sexual”?
Nosotros hablamos de desobediencias sexuales como concepto para dar cuenta de estas prácticas de contraescritura, de subjetivación, de construcción de visualidades críticas que interfieren cierto orden de la representación naturalizada. Esta noción manifiesta una voluntad deconstructiva del arte, que no se queda en el mero despiece de este mecanismo, sino que posibilita nuevas formas de agencias inventivas. Pensamos que, desde el arte, es posible producir formas de interferencia crítica, de desorganización de ese régimen sensible y representacional.
¿De qué manera opera el orden dominante sobre los códigos que impone el arte crítico?
El mecanismo del capitalismo es el sometimiento semiótico que sobrecodifica todas las áreas de la existencia, incluso las formas de acción crítica que, bajo esta lógica, son rápidamente instrumentalizadas por la propia maquinaria capitalista. Eso mismo pasa con el arte; ciertas formas de arte político -o de activismo artístico- de repente son integradas al sistema del mercado internacional del arte. El problema allí, para los artistas, investigadores y curadores, es pensar desde un trabajo de interrupción, entendiendo que siempre esas prácticas críticas pueden ser absorbidas pero, frente a eso, el arte tiene que batallar.
¿Cómo se supera esa confrontación de intereses?
Todas estas prácticas críticas del llamado “arte político” empiezan a aparecer en bienales internacionales de arte porque existe una preocupación por inscribirlas dentro del mercado internacional. Sin embargo, la institución artística es un espacio que siempre es susceptible de ser ocupado estratégica y políticamente y, por lo tanto, puede interpelar esa clave de sentido. No creo que los museos, las galerías y las bienales de arte tengan que ser abandonados, sino que, si la propia institución está reclamando esta aparición de lo queer, hay que trabajar desde esos espacios para cuestionar las coordenadas de sentido dominantes.
¿Se gesta un espacio de conciencia sobre las desigualdades?
No pasa por una concientización, sino por la posibilidad de provocar un corto circuito, una distancia frente a esa imagen que consumimos de manera acrítica y se ha vuelto habitual en nuestro paisaje cotidiano sin preguntarnos por el entramado de poder que la articula. Entonces, el arte está ahí precisamente para punzar, para instalar una sospecha respecto a eso. Se trata de un espacio donde las representaciones que aparecen normalizadas, que han sedimentado nuestra cultura y se muestran como obvias o naturales, son susceptibles de ser puestas a prueba, de ser descalzadas de esa especie de ser estable que tienen. Frente a eso, lo que hace el arte no es precisamente proponer nuevas imágenes estables, sino instalar preguntas, sospechas, queerizar la mirada.