El problema del neoliberalismo
En los últimos tiempos, las derechas neoliberales han cobrado fuerza en países que supieron mantener, desde comienzos del siglo XXI, procesos de inscripción de derechos sociales. El Dr. Pablo Castagno analiza las causas y los alcances de este nuevo esquema político regional.
Pablo Andrés Castagno para Agencia CTyS-UNLaM - Hasta hace poco tiempo, analistas críticos consideraban impensable que fuerzas políticas en Argentina alcanzaran cierto consenso para implementar otro proyecto neoliberal. El neoliberalismo, la ideología que afirma que la libre circulación del capital beneficia a la humanidad, había demostrado ser un infierno al destruir una masa de vidas con su exclusión social a la vuelta del milenio. Según diversos analistas, las subsiguientes políticas estatales en Argentina habían superado esa crisis al incrementar el empleo y extender derechos sociales. Sin embargo, nuestra situación es que, sin elaborar una salida consistente del neoliberalismo, hoy estamos más circunscriptos a éste. Antes de describir esta urgencia, necesitamos investigar al neoliberalismo como un problema.
Lecturas de la crisis
El neoliberalismo es un proyecto que aplica el poder estatal para constituir relaciones entre capital y trabajadores, capital y Estado, y Estado y ciudadanía, en beneficio de una clase transnacional propietaria del capital. Ciertos intelectuales como Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek y Milton Friedman, en consonancia con los economistas liberales de los siglos XVII y XVIII, desde comienzos del siglo pasado plantearon esa idea de un estado mínimo que, no obstante, apuntalase la libertad total del capital frente al trabajo. Este proyecto, implementado por Chile, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros estados desde la década de 1970, estableció un nuevo orden global capitalista. Su diseño prescribe un régimen de control social diferente de los compromisos entre Estado, corporaciones y trabajadores que regularon el capitalismo después de la segunda guerra mundial.
En una lectura crítica: en tanto el incremento constante de la explotación laboral por unidad de tiempo, llamado productividad, fue posible por la mecanización y la planificación de la producción, la clase capitalista acrecentaba el plusvalor que obtenía de ese trabajo. Al mismo tiempo, los trabajadores, cuyos salarios aumentaban, consumían más mercancías estandarizadas y cada día más baratas. A su turno, corporaciones y Estados invertían sus ganancias en expandir la producción y el empleo, incluso en la semi-periferia capitalista. Ese fue el compromiso hasta los años setenta. Este proceso, como David Harvey explicó (The Condition of Postmodernity, Blackwell, 1989), finalmente desembocó en una crisis de sobre-acumulación de capital (capital fijo) cuando el costo de reproducción de la fuerza de trabajo fue insostenible dado un declive en el incremento de la productividad, el conflicto entre trabajadores y capitalistas y las dificultades del sistema en continuar extendiendo el consumo. A estas tensiones se sumó la competencia entre centros capitalistas: Estados Unidos, Japón y Alemania.
En el Norte y en el Sur, el colapso se expresó en una caída estrepitosa de la tasa de ganancia, inflación y bancarrota de cuentas estatales y activos financieros (Michel Aglietta, A Theory of Capitalist Regulation: The US Experience, Verso, 1979). A su turno, los tecnócratas neoliberales efectuaron un movimiento de pinzas para restaurar el poder de la clase capitalista.
Encierro
Los gobiernos neoliberales intensifican la circulación del capital a través del planeta. Sus políticas eliminan las restricciones al comercio internacional que protegían a los mercados nacionales de la competencia y remueven las limitaciones sobre inversiones extranjeras y remisiones de ganancias. Los bancos centrales, convertidos en la caja de seguridad de la burguesía transnacional, garantizan con sus reservas monetarias la exportación de capital.
Sin poseer bancos centrales como prestamistas de última instancia, los gobiernos neoliberales toman deuda en el mercado global, multiplicando la servidumbre financiera de sus poblaciones. Los papeles de deuda son la especia por la que compiten los traders de la burguesía transnacional. Bonos y securities (opciones, futuros y derivados) son obligaciones financieras que mercantilizan todo flujo esperado de valor: pagos de deuda, cuotas de hipoteca o ventas de soja. El capitalismo neoliberal, como Randy Martin analizó (Financialization of Daily Life, Temple University Press, 2002), “financializa” nuestra vida entera.
Mientras tanto, los cuadros estatales eliminan obstáculos a las fusiones de firmas, como las cláusulas que restringen que una misma empresa comercialice servicios audiovisuales, de telecomunicación e Internet. Pocos fondos de capitales controlan múltiples corporaciones en incontables sectores. Estas medidas convergen con la privatización de toda producción y servicio estatal, controladas por una burguesía transnacional con socios locales. Los gobiernos neoliberales privatizan todo espacio que sea fuente de ganancias: desde las pensiones a la salud, la educación y el agua. Mientras, sus cuadros anuncian la ideología de que el sistema satisface no el mandato de la ganancia sino nuestras necesidades.
“Exportar valor al mundo” es el apotegma de los gerentes, aunque estos no sobrevivirían si aplicaran sobre sí la eficiencia que demandan. Sus gobiernos des-regulan para que las empresas intensifiquen su explotación: eliminan cargas laborales, limitan el aumento salarial a la productividad y extienden los contratos precarios. El desempleo de masas es el mecanismo de extorsión para que firmemos. En contraste, los convenios colectivos de trabajo que estipulan derechos laborales en todo un sector de producción representan, como se desprende del celo del Fondo Monetario Internacional por los contratos intra-firma, el incubus de los cuadros neoliberales y sus sicofantes. En latín, Jorge Luis Borges nos enseñó, el íncubo es el demonio que inspira la pesadilla. Entretanto, la industria cultural modula nuestros sueños como vasallos en un régimen de consumo a deuda de mercancías infinitas siempre más efímeras.
Al profundizar nuestra alienación, el proyecto neoliberal requiere procedimientos o regímenes no democráticos. A pesar de su retórica libertaria, su ensamblaje estatal son democracias controladas por el Poder Ejecutivo, pactos parlamentarios sin consenso, zonas grises, políticas de vigilancia, represión y dictaduras.
Urgencia
Un planteo global es crítico. En Latinoamérica, luego del colapso de las primeras avanzadas de neoliberalización, fracasaron las regulaciones neo-desarrollistas, que estipularon ingresos mínimos para los trabajadores precarizados y la masa marginal de los excluidos. Esta endeble regulación nacional de la acumulación capitalista, como diversos críticos analizamos (véase, por ejemplo, Jeffery R. Webber y Barry Carr, The New Latin American Left, Rowman & Littlefield, 2013), no concluyó sino que profundizó la exportación de recursos naturales (petróleo, soja, gas) al Norte global. Esta política, aún en su momento ascendente, no frenó la exportación de las concomitantes ganancias a los centros financieros del Norte, ni socializó los recursos tecnológicos que posibilitaran la acumulación nacional del valor. Sin una socialización del capital o un capitalismo regional la llamada marea rosada de gobiernos progresistas perdió altura.
En Brasil, el gobierno de Dilma Rousseff no tuvo un apoyo social efectivo que impidiese el golpe parlamentario de fuerzas políticas de derecha que ahora ejecutan una “política de austeridad”. En Venezuela, un proyecto de socialismo renovado se descompone al no resolver su dependencia de la renta petrolera en declive. En Argentina, trabajadores y clases medias eligieron un gobierno nacional que deja sin efecto la contención social de los gobiernos previos. Los cuadros neoliberales realizan una devaluación in eternum de la fuerza laboral que la torne tan competitiva como la asiática. En el corazón del Sur global, no obstante, la idea de un “capitalismo Chino” que salvara las contradicciones globales evidencia su irrealidad. El establishment chino ha visto estallar sus burbujas financieras, decaer las ganancias y declinar la tasa de crecimiento de su producto bruto.
La coyuntura es dramática también en el Norte, donde el endeudamiento estatal y de las familias está conectado a la precarización laboral indefinida. Las fuerzas de izquierda no encuentran una salida del laberinto. Después de prometer romper con las “políticas de ajuste”, en Grecia, por ejemplo, un gobierno de izquierda firmó un memorándum con la Unión Europea que privatiza toda propiedad y servicio estatal. En España, la fuerza emergente Podemos, construida en círculos de asambleas, no detuvo la hegemonía del Partido Popular y sus pactos con el Partido Socialista Obrero Español, cuyas desregulaciones del mercado de hipoteca y bienes raíces llevaron al estado a la crisis de sobreproducción sin fin. La tasa de desempleo que registra solo a desempleados buscando empleo es en Grecia y España del 25 y 20 por ciento respectivamente. Italia, a su turno, está inmersa en un impasse: ninguna fuerza puede radicalizar el descontento popular o administrar el estancamiento.
Ante la crisis social en Estados Unidos y Europa, fuerzas de derecha con discursos xenófobos, racistas, sexistas y clasistas pretenden transfigurar la insatisfacción de masas en un régimen de odio a migrantes, mujeres y jóvenes, quienes devienen “chivos expiatorios” de los problemas del capitalismo. Esa trampa de regresión social fue la carta de Donald Trump. Cómo este proceso converge o colisiona con la tecnocracia neoliberal y la industria cultural, no podemos ver aún claramente.
Lo que sí podemos, en la caldera argentina, es tornar nuestra construcción pública del problema del neoliberalismo, su ineficiencia y contrapartes autoritarias, en contratos colectivos de vida y producción democrática.
Profesor Titular en la Universidad Nacional de La Matanza, donde enseña estudios culturales y teoría política contemporánea. Dirige los proyectos de investigación Latinoamericanismos y Espacios virtuales. Profesor de posgrado en la Universidad de Buenos Aires. Sus textos aparecen en TripleC: Capitalism, Communication & Critique, Mediations, Cultural Studies y Cultural Studies and the 'Juridical Turn': Culture, Law, and Legitimacy in the Era of Neoliberal Capitalism (Routledge, 2016). PhD in Cultural Studies por George Mason University.