Ecos y memorias del 17 de octubre
A través del recuerdo de un testigo presencial de aquella noche y de la contextualización académica, la Agencia CTyS repasa mitos y anécdotas de una jornada histórica. El rol de los medios, el papel de Evita en la movilzación y el primer mártir peronista, en detalle.
Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS)- El reloj marcaba cerca de las 23. Desbordada desde el anochecer por cientos de miles de obreros y estudiantes, la Plaza de Mayo fue testigo de una atronadora ovación cuyo eco atravesó siete décadas, sin perder su vigencia. ¿Se imaginaba aquel coronel, luego de entrar al balcón y saludar a una muchedumbre enardecida, que esa noche se convertía en el líder de un movimiento que cambiaría para siempre la historia del país?
“¡Perón! ¡Perón!” corea una multitud, feliz de ver a su referente. Allí, parado en medio de la Plaza, entre esos obreros que aún llevan puesto el overol, un joven escucha las palabras de Juan Domingo y se convierte en testigo de una escena histórica. “Fue muy emotivo el discurso, llorábamos todos. Sentías hablar a un tipo en contra de la oligarquía, de los patrones… La gente lo aceptó como si hubiera caído el Mesías”, evoca Francisco Vega, quien luce, orgulloso, sus 91 años.
El paso del tiempo no ha borrado de la memoria de Francisco – o Toto, como le dicen los conocidos- cada detalle y cada imagen de aquel 17 de octubre de 1945, cuando se desempeñaba como empleado del Ministerio de Obras Públicas. El entusiasmo y la fuerza de su voz desafían al tiempo y ayudan a rememorar las vivencias de aquella jornada.
Pero, ¿qué llevó a que esa fecha alcanzara niveles míticos para la posteridad? “Existen dos historias de la Argentina, una antes y otra después del 17 de octubre”, opina Alberto Lettieri, doctor en Historia, para quien esa fecha tiene una importancia similar al 25 de mayo de 1810, al marcar el fin de un modelo de país y de una forma de concebir el papel del Estado.
Un coronel llamado Perón
Unos años antes, la situación política estaba marcada por la inestabilidad, la corrupción y el fraude, que habían sido una constante durante la denominada Década Infame, iniciada con el golpe de Estado de 1930. Será otro golpe –el que derroca al gobierno de Ramón Castillo el 4 de junio de 1943- el que parecía poner punto final a esta etapa y depositar a los militares en el poder.
La dirección del Departamento Nacional del Trabajo, convertido luego en Secretaría de Trabajo y Previsión Social, quedaría en manos de Juan Domingo Perón. “Cuando él hablaba, toda la muchachada decía ‘Me voy porque va a hablar el coronel’”, rememora Toto, quien destaca que términos como ‘sindicalismo’, ‘clases sociales’ o ‘jubilaciones’ no eran muy habituales en el vocabulario de los políticos de aquella época.
“Sin duda, Perón tenía un conjunto de características que lo diferenciaban claramente del resto de la dirigencia política de su tiempo. La inclusión a través del sufragio pero también a través del empleo y de la calidad de vida de las grandes mayorías populares resultaban fundamentales a la hora de volver realidad el paradigma democrático”, aporta en la misma línea Lettieri.
Así, la consolidación de los sindicatos, la revalorización de la mujer y el Estado como articulador del proceso de desarrollo nacional se convertían, poco a poco, en pilares de la nueva política. “Perón se diferencia de la vieja política planteando que viene de afuera de la política: trata de llevar adelante un proceso de transformación asociado a aquello que considera el alma de la nación, los sectores populares”, apunta el académico.
Perón, al lograr mejoras sindicales y un creciente apoyo entre los trabajadores, también se gana la oposición de ciertos sectores de las Fuerzas Armadas. El 8 de octubre de 1945, luego de un enfrentamiento con el general Eduardo Ávalos, jefe de guarnición de Campo de Mayo, los oficiales superiores deciden exigirle la renuncia a todos sus cargos, que incluía la vicepresidencia y la secretaría de Guerra. Pocos días más tarde, se emitiría la orden de su detención y lo llevarían preso a la isla Martín García.
“Mi pobre vieja querida”
Toto vuelve a internarse en su memoria y viaja hasta la tarde del 17 de octubre, con un Perón que había pedido el traslado al Hospital Militar por cuestiones de salud y con una dirigencia gremial que, desde distintos puntos, organizaba las movilizaciones hasta la Plaza de Mayo.
“Estábamos en las oficinas del Ministerio de Obras Públicas, en el cuarto piso, y nos llamaba la atención un grupo de gente que pasaba con banderas. Una compañera nos alertó que no eran las mismas personas que estaban dando vueltas al edificio, sino que eran otros”, relata Francisco quien ese día no concurrió a la secundaria nocturna de Flores porque se suspendieron las clases y estuvo en la Plaza, como muchos miles.
“Había hombres, mujeres, gente muy joven, vestida humildemente y con su ropa de laburo. Recuerdo que en un momento llegó la Policía en aquellos viejos camiones y la gente se subía a los techos para poder ver mejor”, rememora. Como si el escenario ya no fuera por sí solo particular, se produjo un corte de luz, que fue rápidamente solucionado por los asistentes a la plaza. “El diario La Época –cuenta Toto- había sacado una edición de urgencia y había gente repartiendo los ejemplares, entonces muchos hacían un rollo y lo prendían fuego para iluminarse un poco”.
La explosión de júbilo que hubo frente al anuncio de que Perón se dirigía a la Casa de Gobierno desde el Hospital Militar solo podía ser comparada con el momento en que el coronel se presentó en el balcón. “Era tanto lo que la gente gritaba que Perón no podía hacerse escuchar, hasta que después de varios intentos logró pronunciar su discurso”, recuerda el testigo.
La memoria, por esas cuestiones de la mente, suele retener con más detalle algunas escenas en particular. Aquella noche, la frase de Perón “ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja querida habrá sentido en estos días” quedó marcado a fuego en Francisco.
“Al lado mío había un tipo grandote, vestido de mecánico. Al escuchar esa frase me abrazó, ¡me abrazó!-recuerda, mientras hace el gesto con sus brazos- y me dice, visiblemente emocionado: ¿Oíste, oíste? ¡Dijo ‘vieja’, habla como nosotros!”.
Tal vez la anécdota sirva de referencia para entender el vínculo entre los que habían asistido a la Plaza ese día y su líder. “Quienes participan de todo este proceso son los que advirtieron que si Perón no seguía jugando un papel determinante en la vida política, las conquistas que habían obtenido iban a quedar liquidadas”, argumenta Lettieri. Así, los obreros como sectores de la clase media que se vieron favorecidos por la redistribución de los ingresos decían presente ante su líder.
El primer mártir peronista
Pero no todos los recuerdos de esa noche tuvieron ese tono emotivo y triunfal. Si bien, al final de su discurso, Perón había pedido un regreso a los hogares en paz, la imprudencia se hizo presente y se cobró una víctima fatal, de la que Toto fue un triste testigo.
“Cuando las columnas de gente pasaron por el edificio del diario Crítica, que estaba en contra de la manifestación de ese día, algunos empezaron a disparar contra las cortinas, que estaban bajas- relata con pesar-. Desde el diario le respondieron y se produjo una estampida: todos estábamos desesperados y no sabíamos dónde escondernos”.
Por ese entonces, en la Avenida de Mayo había muchas cervecerías que atendían en la vereda y tenían unas mesas de mármol redondas. “Uno de los chicos agarró una de esas mesas para cubrirse, pero no pudo hacerlo correctamente y le metieron un tiro de carabina en la cabeza”. Ese chico resultaría ser Darwin Passaponti, considerado luego el primer mártir del peronismo.
Toto y el amigo que lo acompañaba lograron volver a Flores al hacerle seña a uno de los tantos coches que pasaban. Quien los trajo de regreso fue nada menos que Bartolomé Descalzo, coronel y amigo de Perón y por ese entonces presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano. Al día siguiente, el joven se enteraría de cómo los dirigentes gremiales habían marchado desde distintos lugares de la provincia y, al llegar a la Casa de Gobierno, metían sus pies en la fuente, para refrescarse un poco.
“Esa imagen la usaron para cualquier cosa”, protesta, a la distancia. En efecto, como detalla Lettieri, los medios tuvieron un papel crítico respecto a los hechos de la jornada. “Los diarios y radios correspondían a los intereses de la oligarquía: tiene una actitud descalificatoria que se representa en discursos denigratorios como ‘Las patas en la fuente’ y en asemejar a la base del peronismo con un ‘aluvión zoológico’”, analiza el doctor en Historia.
El mito de Eva
Lettieri alerta que hay un proceso de reconstrucción mítica del 17 de octubre donde se le asigna a Eva Duarte un rol que en realidad nunca tuvo. “Perón, de hecho, nunca le adjudicó un papel importante en la movilización de masas de ese día”, aclara y agrega que el rol que tendría Evita como articuladora del movimiento plebeyo para recibir y escuchar las demandas y expectativas de los sectores populares recién se consolidaría en el primer período presidencial, iniciado en 1946.
Pero, más allá de la escasa participación de quien fuera la segunda esposa de Perón, hay un consenso respecto a la enorme importancia que tuvo el 17 de octubre en el devenir de la política argentina, no sólo por el contexto sino por los alcances de su referente, al punto tal que, para Francisco, “con Perón se perdió alguien que podría haber sido el líder de América”.
Lettieri, por su parte, considera que se puede plantear la idea de una prehistoria de la Argentina moderna hasta esa fecha y una Argentina moderna que inicia en ese 17 de octubre. “El surgimiento del peronismo implicó una guía y referencia para muchos de los países del llamado Tercer Mundo, así como la posibilidad de una articulación en bloque de Sudamérica, para potenciar la economía e impulsar el desarrollo”, concluye.
Colaboración: Cecilia Laclau