"A veces, lo que vuelve clásico un juego es su historia"
Daniela Pelegrinelli, licenciada en Ciencias de la Educación (UBA), hace un recorrido por la historia del juguete en la Argentina. Analiza los factores sociales y económicos que marcaron esta industria y aborda las causas que convierten a ciertos juegos de mesa en íconos generacionales.
Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS)- No cuesta tanto cerrar los ojos y remontarse a esas tardes mágicas de la infancia donde soldaditos de plomo, peluches o muñecas cobraban vida para ser protagonistas de historias increíbles. ¿Quién no ha tirado los dados sobre el tablero del Juego de la Oca, del Ludo o algún otro juego de mesa para la familia?
Daniela Pelegrinelli es licenciada en Ciencias de la Educación por la Universidad de Buenos Aires y directora del Museo del Juguete, ubicado en San Isidro. Autora del Diccionario de Juguetes Argentinos, Pelegrinelli ha investigado en profundidad sobre los factores y avatares de la industria del juguete en Argentina. En diálogo con Agencia CTyS, expone los sentidos que se le daban a los juguetes en otras culturas y los distintos cambios en la producción nacional de los juguetes a partir de los escenarios políticos y económicos.
Los antropólogos y arqueólogos constatan la existencia de juguetes pero con otro sentido del que le damos hoy ¿Cuáles eran dichas significaciones?
Hay consenso en señalar que pequeños objetos que podemos asociar a la idea de juguetes fueron efectivamente objetos rituales, o parte del ajuar o elementos con que se acompañaron los funerales y sacrificios. Los niños del Llullaillaco, por ejemplo, fueron hallados con una miríada de pequeños y lujosos objetos, miniaturas, que eran objetos rituales. En ciertos casos, como los astrágalos o el yo-yo, sabemos que eran utilizados hace unos dos mil años pero con un sentido entre lúdico y sagrado (en tanto la vida cotidiana era mucho menos secular que la nuestra).
¿Cuáles es el escenario que se plantea a partir de la modernidad?
A partir de la modernidad, los cambios en la sociedad occidental alrededor de la economía, la vida familiar, la aparición de la escuela como dispositivo obligatorio, entre tantos elementos que constituyen un fenómeno amplio, ven surgir una industria específica de juguetes, que de algún modo acompaña esos cambios y el nuevo estatuto de la infancia. Estos juguetes tienen otros sentidos, ya que transmiten valores modernos. A estas nuevas maneras de ver el mundo se les adjudican funciones -enseñar, ilustrar, entretener- asociadas a esos cambios sociales. Con el avance del capitalismo industrial, los juguetes serán un objeto de consumo más, asociado a la infancia. En las últimas décadas, el capitalismo de mercado refuerza y naturaliza más esa alianza entre niños y juguetes y genera un marco cultural infantil complejo y abigarrado donde los juguetes se enlazan con otros objetos de consumo en amplios mundos narrativos (el mundo de Pokemon, de los Minions, etc).
¿Se puede hablar de etapas o puntos de inflexión dentro de la industria del juguete en la Argentina?
Sí, hay claramente períodos: de fines del Siglo XIX hasta 1939, es un período caracterizado por pequeños talleres, improvisación, materiales y procesos tecnológicos muy básicos, más cerca del artesanado que de la industria. La Primera Guerra Mundial permite, por un tiempo, la aparición de algunos talleres, ya que siempre que hubo un descenso de la importación la industria juguetera local creció. Esto sigue ocurriendo aunque los motivos del cese o disminución e importación sean otros. Va a ser el estallido de la Segunda Guerra lo que -como se sabe- genera el proceso de sustitución de importaciones que caracteriza a la industria del período. Cuando asciende el peronismo al poder había un cúmulo de fábricas como para hacer frente al desafío que fue producir hasta tres millones de juguetes para satisfacer los repartos masivos que se realizaron durante todo el Gobierno peronista.
¿Qué efectos tuvo el derrocamiento del peronismo?
Hubo un momento de incertidumbre, un cambio demasiado brusco que preocupó a la Cámara del Juguete, que como respuesta a la crisis empezó a pensar en el Día del niño. La llegada masiva de los diferentes procesamientos del plástico generó un nuevo impulso, algunas fábricas quedaron en el camino, pero la industria creció como nunca antes. Durante los años sesenta y setenta la producción de juguetes argentinos, más o menos protegidos por las leyes aduaneras, se extendió enormemente. Los chicos y chicas de esos años jugaron con juguetes nacionales muy célebres como Duravit, Buby, Rayito de Sol, Piel Rose, Gorgo, Mis ladrillos y San Mauricio, entre otros.
¿Cuánto impacto tuvo la llegada de la dictadura, en este contexto?
La apertura económica de la dictadura acabó con ese esplendor pero, contradictoriamente, dejó entrar muchos juguetes que también modificaron el juego infantil y aportaron sentidos nuevos. Algunos de esos juguetes estaban ligados al cine, por ejemplo todos los juguetes ligados a la saga de Star Wars, aunque también entraron otros juguetes innovadores como muñecos sexuados que se veían por primera vez en el país. Para la industria argentina fue un cimbronazo del que no se va a reponer. La hiperinflación y más tarde las políticas neoliberales de la década del noventa hicieron que prácticamente la industria de juguetes dejara de existir. La recuperación se produjo post 2001.
¿Qué lleva a que ciertos juegos de mesa, como por ejemplo El Juego de la Oca, se hayan institucionalizado como clásicos? ¿Es la dinámica, los significados que se ponen en juego, el hecho de que integren a grandes y chicos?
No es tan fácil generalizar, habría que investigar cada caso. En muchos casos, lo que vuelve clásico un juego es su historia. La Oca es un juego muy antiguo, que luego quedó asociado a la infancia victoriana y a la concepción de juegos educativos. El Siglo XIX fue muy prolífico en producir juguetes y juegos de papel ya que coincide con una época donde se expande la litografía color y la imprenta se masifica y diversifica. La relación entre ideal de infancia que floreció en Inglaterra durante el Siglo XIX e influyó notablemente en la industria juguetera (una idea heredera del romanticismo, el puritanismo y los modos de vida burgueses) y los juegos de sociedad (que llamamos de mesa) fue muy intensa. Hay una tradición fuertísima en la industria, que tiende a reproducirse a sí misma, de ciertos juegos de sociedad. Es decir, se fabrican ciertos juguetes porque se han venido fabricando. A eso se suma que esos juguetes van marcando generaciones, sumando capas y capas de sentidos, volviéndose íconos generacionales o símbolos de experiencias vividas. Eso puede o podría explicar en parte por qué perduran esos juegos.
¿Y en cuanto a los juegos más modernos?
Hay ciertos juegos que transmiten valores del sistema económico capitalista, como el Monopoly, que tenía antecedentes y que en nuestro país, en 1937, va a inspirar una versión igualmente ideologizada: El Estanciero. El TEG ha ganado fama más por la afición adulta que por el interés infantil. Hay juegos que se rodean de una cierta aura, una mística, que vale decir, no siempre está asociada a las bondades del juego. El Cerebro mágico, por ejemplo, es celebérrimo. Y como juego es previsible y se agota en poco tiempo, no exige del jugador más que memoria y es un modo encubierto de aprender datos la más de las veces inútiles. Pero es un clásico que despierta las emociones, los suspiros y los "¿Te acordás?".
Daniela Pelegrinelli es Licenciada en Ciencias de la Educación (UBA). Como especialista en historia de los juguetes ha desarrollado diversos proyectos desempeñándose como curadora, investigadora y asesora. También es directora del Museo del Juguete, en San Isidro. Se desempeñó como docente de posgrado en el FLACSO, en el curso "Educación Inicial y Primera Infancia".