Una Red creciente para la popularización de la ciencia
A diez años de la creación de la Red Argentina de Periodismo Científico (RADPC), su presidente Matías Loewy, reciente ganador del premio Konex 2017, analizó los avances y los cambios que se han producido en los últimos tiempos en la comunicación de la ciencia.
Las categorías periodismo científico (Nora Bär; Federico Kukso; Matías Loewy; Valeria Román; Lucas Viano) y divulgación científica (Diego Golombek y Adrián Paenza) de los premios Konex 2017 dieron amplio reconocimiento a la miembros de la Red que difunde la ciencia argentina y, actualmente, está compuesta por más de 100 comunicadores de todo el territorio nacional.
(Agencia CTyS-UNLaM)* ¿Qué sensaciones te provocó recibir el premio Konex 2017 y que también hayan sido reconocidos varios miembros de la RADPC?
Lo considero un gran honor, por el prestigio del Premio, por los colegas que me acompañan y porque entiendo que también es un reconocimiento a la Red. También celebro que la Fundación Konex, a diferencia de la anterior premiación de 2007, haya establecido dos categorías diferentes para Periodismo científico y para Divulgación científica. Somos "hermanos", a veces los roles se comparten y confunden, pero la distinción sirve para consolidar y legitimar la rama del periodismo de ciencia. Estoy seguro de que la trayectoria de la Red pudo haber contribuido en ese sentido.
¿Cómo nació la Red y como nació tu pasión para contar al mundo la ciencia?
En 2007, once periodistas de ciencia de distintos medios nos empezamos a reunir para charlar sobre nuestra realidad laboral. Hoy, la Red tiene alrededor de 100 miembros y ha establecido relaciones con otras organizaciones a nivel mundial.
Desde luego, mi orientación a la comunicación de la ciencia nació antes de la conformación de la Red. Pocos meses después de haberme recibido de farmacéutico en la UBA, leí un aviso del Instituto Leloir para formar graduados de distintos campos en el periodismo científico. Me anoté, concursé y fui uno de los elegidos.
Era una beca con dedicación exclusiva durante un año y me dijeron que iba a tener que dejar mi carrera de farmacéutico. Tenía 23 años y no dudé en decir que sí.
Fue un amor a primera vista con la comunicación científica…
Podría decir que sí, pero, en realidad, respondí a esa convocatoria porque ya tenía latente esta vocación desde mucho antes.
Siempre fui lector de productos y revistas de divulgación científica. Al reconstruir mi historia, noté que de chico ya había señales que indicaban que tenía un interés por la comunicación.
En el afán de popularizar la ciencia, ¿cómo hace un comunicador para que los conocimientos científicos puedan llegar a un público general?
Desde una visión tradicional, se puede considerar al periodista científico como un traductor del discurso técnico a un lenguaje más llano. Pero, más que hablar de traducción, creo que habría que hablar de una adaptación del discurso, porque la finalidad de un científico cuando escribe un paper, un texto técnico en una revista dirigida a sus colegas, es transmitir un tipo de información que no es relevante para el lector de un diario.
Por ejemplo, en ciencias experimentales, un científico describe la metodología utilizada para determinado experimento con lujo de detalles, para permitir que ese experimento pueda ser replicado por otros investigadores. Pero el lector de un diario no va a pretender hacer ese experimento, por lo que la finalidad de la comunicación es diferente.
Por otra parte, al lector común pueden interesarle cosas que no aparecerán en un paper: por ejemplo, qué sintió el investigador frente a los resultados que obtuvo; cuáles son sus expectativas a futuro...
¿Pensás que, en los últimos tiempos, se ha incrementado la tendencia del periodismo científico a mostrar a los investigadores como personas comunes?
Considero que la idea de mostrar al científico como una persona común viene de mucho antes de que el periodismo científico estuviera consolidado. Por ejemplo, cuando Leloir obtuvo el premio Nobel de Química en 1970, muchas notas lo mencionaban como persona humilde que iba en un Fiat 600 al Instituto.
Lo que faltaba, creo, era articular cómo esa persona reaccionaba ante la investigación que estaba realizando. Ese aspecto, me parece, se empezó a trabajar con más intensidad en los años recientes.
¿Qué tensiones pueden haber entre los científicos y los periodistas en el momento de comunicar sus investigaciones?
Ha existido, está bien documentado, y aun existe, cierta reticencia de los científicos hacia los periodistas. Ocurre que, cuando un científico produce un paper, se toma su tiempo, lo envía a una revista, vuelve con sus correcciones… En cambio, cuando lo llama un periodista, es para publicar una nota en dos o tres horas. Entonces, esa diferencia en la dimensión del tiempo que le dedica uno y otro para hacer una publicación ya genera tensiones.
Otra tensión clásica entre el periodista y el científico es que, muchas veces, el científico quisiera revisar el artículo antes de que sea publicado. Como que no confía en que el periodista pueda haber interpretado y escrito de manera adecuada el conocimiento. Y esto ocurre porque el científico acostumbra a revisar mucho todo aquello que publica y quiere mantener el domino, el control. Pero todo esto se ha ido reduciendo en los últimos años y hay una mayor apertura de los investigadores a la comunicación. Algunos, porque realmente les gusta comunicar; otros, porque hay una política pública que los incentiva a que comuniquen a la sociedad el fruto de sus investigaciones.
Los mismos científicos buscan nuevas maneras de transmitir los conocimientos que producen…
Es asombroso el cambio que hubo en este sentido. Hay investigadores que hacen cursos de stand up sobre noticias científicas por ejemplo. Esto hubiera sido muy difícil de aceptar hace 20 años. Todos los científicos que, desde el siglo XIX hasta Carl Sagan, alcanzaron cierta fama por la tarea de divulgación fueron, de alguna manera, desvalorizados por la misma comunidad científica. Cuanta mayor era su popularidad, más eran criticados por sus colegas. Ese tipo de aprensión de la comunidad científica hacia quienes se embarcaban en la tarea de la popularización de la ciencia es mucho menor a la que existía en otros tiempos.
Recientemente has publicado el libro “Inmortalidad: promesas, fantasias y realidades de la eterna juventud”, ¿es verdad que allí está la fórmula para alcanzar el elixir para la vida eterna?
Debo contarles, confesarles, que yo en verdad nací en el año 1782 (risas)… En verdad, el libro intenta recrear, reproducir o contar las distintas estrategias que se han desarrollado a lo largo de la historia para prolongar la vida.
Ese solía ser un territorio de charlatanes o autores de la ciencia ficción, pero pasó a ser un campo científico realmente reconocido. El envejecimiento pasó a ser identificado como un proceso biológico, bioquímico y metabólico; y, en la medida en que uno pueda identificar cuál es la naturaleza de ese proceso, ya se está pensando de qué manera intervenir sobre esos pasos.
La verdad es que no puedo dar la fórmula decisiva, pero sí es cierto que hay muchísima investigación. Y, desde luego, hay fórmulas sobre las cuales ya hay consenso y son bastante conocidos por todos: hacer actividad física, vivir en un ambiente lejos de presiones, consumir alimentos con menos aporte de grasas. Pero la expectativa es producir más efectos para prolongar la juventud y es posible que, en los próximos años o décadas, lo podamos constatar.
*Entrevista cedida al programa Ciencia modulada de la Agencia CTyS-UNLaM, que se transmite por FM 89.1 de la Universidad Nacional de La Matanza y la Asociación de Radios Universitarias Nacionales (ARUNA).