La ética en las tecnociencias, ¿avance o retroceso?
El paradigma tecnocientífico arribó a las universidades y al mercado, y con él, los cuestionamientos a su estructura de conocimiento, donde la ética y lo social parecen quedar por fuera de la formación científica. A continuación, la Dra. Alicia Massarini reflexiona sobre los bemoles de este modelo.
Alicia Massarini (especial para Agencia CTyS-UNLaM) A partir de la segunda posguerra, entramos en una etapa en que la ciencia ya no responde a las definiciones tradicionales, en que el campo científico y el tecnológico podían ser concebidos como dos ámbitos separados. Esta es una etapa de tecnociencia, en que el desarrollo de los temas de investigación y la inmediata aplicación a la producción de mercancías están indisolublemente ligados.
En este nuevo escenario, la dimensión ética queda definitivamente excluida; la racionalidad que marca el rumbo es la del mercado, la lógica de la maximización de la ganancia y de la expansión económica, de la creciente apropiación de los bienes de la naturaleza y de la comercialización de la vida. Esa es la lógica implícita y a veces explícita de los principales desarrollos tecnocientíficos actuales, y por cierto, estas tendencias se corresponden con un tipo de formación de los futuros científicos, funcional a esos propósitos.
Se asume que tenemos que producir profesionales superespecializados, capaces de contribuir a crear o a incorporar acríticamente innovaciones tecnológicas que satisfagan o incluso creen nuevas necesidades en el mercado. Y al mismo tiempo, la ausencia en los espacios formativos de la dimensión ética, de la cuestión epistemológica, de la historia de la ciencia, del análisis de los vínculos entre ciencia, tecnología, sociedad y naturaleza, obturan la posibilidad de una reflexión crítica que permita situar a la ciencia y la tecnología en su contexto, en nuestros contextos. No tenemos en la mayor parte de las carreras científicas –y eso es especialmente grave- un espacio de reflexión sobre para qué y para quién estamos haciendo ciencia.
Ciencia y ética siempre estuvieron escindidas. Esa fractura es inherente a la concepción clásica sobre la naturaleza del conocimiento científico que se presenta como neutral, objetivo, universal, como inherentemente progresivo, acumulativo, siempre contribuyendo al bien de la humanidad. Esta representación hegemónica y fundante es parte de la construcción social de la ciencia, y abona la separación entre ciencia y ética.
Si todo conocimiento científico es benéfico, no hay discusión ética posible en el ámbito de la investigación científica. A lo sumo, se podrá discutir acerca de los usos del conocimiento científico, recién en ese ámbito podría ingresar la dimensión ética. La gravedad de esta escisión se hace más patente a partir de la posguerra, época en la que se establecen proyectos tecnocientíficos de gran alcance y fuertes impactos, que se multiplican y expanden fuera del alcance de todo debate ético.
Por ejemplo, en el caso de la biología, hace varias décadas que la biotecnología, caracterizada por una fuerte impronta tecnocientífica de mercado, se expande exponencialmente. ¿Qué ocurrió con las otras ramas de esta disciplina?
Hay una fuerte hegemonía de la forma reduccionista de pensar y de intervenir en el mundo biológico que conlleva la biotecnología. Hay ramas de la biología que son más integradoras que otras, como la ecología o la biología evolutiva. Pero, todas las ramas de la biología son fragmentos del conocimiento, distintas aproximaciones a la comprensión del mundo biológico y de nuestro lugar en él –que es lo más importante-. Pensar de manera inteligente nuestro presente y nuestro futuro impone la necesidad de articular esas aproximaciones.
Pero la dificultad para ello es la propia lógica de producción del conocimiento científico que siempre es fragmentada, y la ausencia de espacios de articulación entre las distintas maneras de pensar ese mundo, lo cual se reproduce a través del sistema educativo.
En este contexto, las distintas ramas de la disciplina quedan expuestas a una competencia que tiene ver también con la lógica de mercado, y el área más dinámica, desde hace algunas décadas, es la biología molecular, porque en esta etapa de tecnociencia, es la rama que está más ligada al desarrollo de herramientas y procesos que permiten generar mercancías.
Este paradigma reduccionista no está de ninguna manera tensionado ni interpelado por el estilo de formación, que en alguna medida, podría ponerle un freno. Si nosotros formáramos biólogos que tengan una mirada integradora y que puedan pensar los problemas complejos en los que está involucrada la biología, esos distintos fragmentos de la biología podrían dialogar en sus cabezas. Y más aun si se incorporaran los aspectos sociales y éticos, los saberes tradicionales, las problemáticas sociales. Pero lejos de ello, actualmente la formación está cada vez más sesgada.
Entonces cabe preguntarnos: ¿cómo puede ese profesional pensar problemas complejos?, ¿cómo puede reflexionar sobre los impactos o los riesgos de lo que está haciendo en otras dimensiones de lo biológico y de lo humano? No cuenta con elementos para ello porque se ha formado en una parcela de su disciplina, no ha sido preparado para integrar saberes, no ha integrado herramientas sociales, humanísticas y filosóficas que intervengan en su formación.
Hay una ausencia de debate acerca de los rumbos de la ciencia, una suerte de sometimiento epistemológico, pero también una falta de pensamiento crítico, porque esto trasciende lo epistemológico, se proyecta hacia lo político, lo social, lo ético y, como tampoco esto está presente, hay un sojuzgamiento o una resignación de otros campos de la biología al prestigio, al impulso, al impacto y al financiamiento que tienen los campos llamados “de punta” como el de la ingeniería genética.
Y este orden de cosas también se refleja en los estilos divulgativos, que lejos de democratizar la reflexión acerca de la ciencia, contribuyen mayoritariamente a reproducir su lugar jerárquico e inapelable en la sociedad. Frecuentemente el discurso divulgativo asume que hay un constante “avance” científico y frente a cualquier novedad, su misión es comunicarla de manera exitista y acrítica y, en todo caso, simplificarla y explicarla en términos que todo el mundo pueda entender. Pero ese enfoque dista diametralmente del papel democratizador que la divulgación debería asumir.
Frente a la imperiosa necesidad de un debate social y de una mayor participación de los ciudadanos en las decisiones que involucran a la ciencia y la tecnología, una divulgación “democratizadora” debería mostrar los intereses, los conflictos, las tensiones que involucran los desarrollos tecnocientíficos.
No solo se trata de advertir acerca de los riesgos y los impactos –lo cual es muy necesario y frecuentemente ausente-, sino también de transparentar los debates que hay dentro de la comunidad científica respecto a ese tipo de desarrollos y comunicarlos de una manera problematizada. En contraste con ello, el estilo divulgativo predominante se limita presentar y en muchos casos a promocionar una sumatoria de novedades, sin duda alguna de la existencia de un “progreso” científico, que avanza en una sola dirección, sin debates ni incertidumbres.
Pero a veces no va en una sola dirección. A veces hay una tensión dentro de la comunidad científica donde, por ejemplo, hay quienes promueven el desarrollo de transgénicos mientras otros reclaman la necesidad desarrollar técnicas agroecológicas, que suponen modelos científicos tan o más complejos que los biotecnológicos, pensando el agrosistema en otro nivel: no en el nivel genético o del individuo sino considerando la dinámica de comunidades diversas y complejas, que involucran al ambiente de una manera muy diferente.
Democratizar es mostrar que la ciencia no es monolítica, porque es una manera de presentarla como una actividad humana problematizada, con conflictos de intereses y, sobretodo, de valores. Y en ese sentido, enfatizar la necesidad de incluir al conjunto de la sociedad en estos debates, que no pueden quedar sólo en manos de lobbistas de las empresas, científicos, tecnócratas o funcionarios políticos.
Alicia Massarini es Doctora en ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires, investigadora adjunta de CONICET y docente universitaria. Fue coautora de la séptima edición de Biología de Curtis y escribió diversos artículos sobre Biología Evolutiva.