El desafío de comunicar el conocimiento científico
Los prejuicios sobre las Ciencias Sociales y Humanidades, el sesgo de la formación hacia las Cs. Exactas y la calificación de "opinólogos" que recae sobre los cientistas sociales son algunas repercusiones recopiladas en esta nota a partir del artículo "De qué hablamos cuando hablamos de ciencia".
Para leer el artículo ¿De qué hablamos cuando hablamos de ciencia? puede ingresar aquí.
Antonio Mangione
Biólogo e investigador del CONICET- Docente de la Universidad Nacional de San Luis
Es posible reconocer dos ejes entre las repercusiones de estos artículos, uno el de los prejuicios sobre el tema y otro sobre el estado del tema y sus posibles abordajes. Esto me hizo recordar que si bien tuve la fortuna de recibir una buena formación de grado en epistemología y metodología de la investigación, nada me preparó para enfrentar la realidad de dos campos disciplinares como las ciencias sociales y las naturales. Mucho menos para abordar los problemas de comunicación y de lenguajes entre disciplinas. Un desafío mayúsculo fue vencer los prejuicios sobre lo que en cada ámbito se entiende por ciencia.
Mientras las ciencias naturales son sindicadas como objetivas, confiables y rigurosas, las ciencias sociales son culpadas de subjetivas, poco confiables y endebles. Esta confusión entre los métodos, las limitaciones y los propósitos proviene en parte de la ignorancia sobre el tema al mismo tiempo que son leídos como amenazas.
Las ciencias naturales no son objetivas, pero si requieren de objetivación para poder abordar un sistema. Esta objetivación no es siempre posible ni en las ciencias naturales ni en las ciencias sociales y humanas. Las objetivaciones requieren de mucho conocimiento sobre el sistema y además tienden a simplificar al sistema. Es entendible entonces la relativa facilidad de objetivar canales de sodio en una membrana celular y la relativa dificultad de objetivar el comportamiento humano. De ahí a sostener que una ciencia es más fiable que otra, hay una distancia enorme que entorpece al diálogo entre investigadores, académicos, artistas, juristas, ingenieros y también con la sociedad.
Las universidades podrían contribuir a no profundizar estos prejuicios. También podrían recorrer otros caminos de integración y diálogo entre estudiantes y académicos de distintas carreras de grado. Abrir los espacios áulicos a las experiencias colectivas de trabajo interdisciplinarios ya desde el grado y fomentar la incorporación en el grado de formación filosófica y epistemológica.
Ana María Vara
Licenciada en Letras (UBA) y PhD in Hispanic Studies (University of California)- Investigadora y divulgadora científica- Docente en la Universidad Nacional de San Martín
En primer lugar, celebro el debate sobre el lugar que ocupan las ciencias sociales y humanas en la esfera pública y cómo se comunican. Es un tema interesante para opinar y para investigar más a fondo.
Hay algunos trabajos internacionales sobre el tema que dicen que, en realidad, a los cientistas sociales les resulta más fácil publicar en los medios, apoyándose en la figura del "intelectual", es decir, un académico que habla, en general, de la realidad social, extendiéndose un poco a partir de su área de expertise.
Sin disponer de estudios equivalentes en la Argentina, es decir, a partir de una observación no sistemática, podemos decir que esto se verifica acá. Si uno lee un diario como Página 12 o La Nación, están lleno de columnas de cientistas sociales: politólogos, economistas, etc. No así de representantes de las ciencias exactas y naturales: su presencia como columnistas es excepcional. Sí son consultados en notas sobre su temática.
La contracara de esta "ventaja" de los cientistas sociales podría ser que no sean percibidos como "expertos", es decir, como auténticos especialistas en un tema y como investigadores, como productores de conocimiento. Que sean vistos un poco como "opinólogos", pero no como científicos.
Otra cuestión es que los periodistas científicos en la Argentina (y diría que en gran parte de América Latina), son formados con un sesgo hacia las ciencias exactas y naturales y la salud. Esto porque hubo muchas iniciativas de formación y entrenamiento que se crearon con el objetivo específico de dar mayor visibilidad a estas ciencias. Ahora, esto también lo digo desde la observación, porque no hay trabajos que cuenten la historia de esta especialidad en nuestro país. Hay algunas publicaciones pero son más bien anecdóticas.
María Laura Tagina
Doctora en Ciencia Política- Docente en la Universidad Nacional de La Matanza y en la Universidad Nacional de San Martín
El artículo en el diario Página 12 es de suma importancia, porque trata sobre la imagen de ciencia como sinónimo exclusivamente de disciplinas "duras" que han ayudado a construir los medios de comunicación, y la necesidad de ampliar los espacios de divulgación para las ciencias sociales.
Mi opinión es que resulta muy valioso llevar a los medios de prensa masivos este tipo de debates; ello prestigia a la UNLaM, que además sostiene un espacio como la Agencia de Divulgación Científica, lo cual da cuenta de su compromiso con la sociedad en general y con el territorio en la que está inserta en particular.
Diego Pereyra
Doctor en Sociología- Investigador del CONICET y del Instituto de Investigación Gino Germani- Docente en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Lanús y la Universidad Nacional del Litoral
Una función posible y necesaria de la divulgación científica es dar cuenta de los diálogos y tensiones entre las diferentes disciplinas. Se debería dejar de lado el énfasis de publicar noticias sobre resultados científicos para adentrase más reflexivamente en la discusión sobre los procesos y contextos de la producción de datos. Otra importante y requerida tarea sería aleccionar pedagógicamente sobre los hitos básicos de la historia social de la ciencia, comunicando claramente los debates epistemológicos y metodológicos que guían la acción científica. También sería un aporte una mejor ilustración del vocabulario científico, para que los lectores puedan participar con más herramientas en el debate conceptual, pudiendo diferenciar tradiciones, escuelas y legados cada vez que se hable de descubrimiento, explicación, tecnología, innovación o aplicación. Debe asumirse desde el vamos que el discurso científico es polisémico y los conceptos tienen una historicidad determinada; ello facilitaría la comunicación entre los divulgadores y su público.
El periodismo científico local podría, a su vez, profundizar el sentido crítico de sus intervenciones, incursionando en un análisis más exhaustivo y polémico sobre el impacto social de la ciencia en Argentina y la orientación de la política pública en el área. Por ejemplo, cuestionar el financiamiento y evaluar sus resultados, discutir con la idea que afirma el carácter “más barato” de la investigación en ciencias sociales con respecto a las naturales o criticar seriamente las políticas de incentivos en las universidades.
Más y mejor ciencia van de la mano de una buena y responsable divulgación científica. La mayor presencia de noticias sobre los pormenores de la actividad científica legitima la tarea de químicos, biólogos, historiadores y sociólogos. Ayuda además a que los lectores puedan comprender mejor la relación entre ciencia y desarrollo, y entiendan consiguientemente porque ellos financian mediante los impuestos este tipo de tareas. Al fin y al cabo, ésta es la principal función del periodista científico: mostrar que la ciencia es parte ineludible de un proyecto de país; y que todo conocimiento científico (sea matemático, físico o sociológico) puede ser socialmente útil por lo que, mediado por las instituciones científicas, la política y en algunos casos el mercado, podría ayudar en la resolución de problemas sociales y contribuir al bienestar de toda la sociedad. (Fragmento del artículo. Para leer la nota completa ingrese aquí).
Sebastián Pereyra
Doctor en Sociología- Investigador del CONICET- Docente del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín
La discusión propuesta por el artículo es un debate que en mi generación está muy presente. Hay una contracara de eso y tiene que ver con el lugar que ocuparon y en cierto modo ocupan las ciencias sociales en el debate intelectual y político a nivel nacional. Hay que reconocer también que en el mundo de las ciencias sociales el rol del intelectual ha sido siempre más prestigioso y deseable que el del investigador. Y que ese registro de intervención pública sigue siendo un horizonte fuerte para muchos. Al fin y al cabo, las páginas de Revista Ñ o de Enfoques están plagadas desde hace años de textos y entrevistas a personas que han desarrollado un perfil de intelectuales proviniendo del oficio de la investigación en ciencias sociales.
Celina Lértora Mendoza
Doctora en Filosofía y en Ciencias Jurídicas- Investigadora del CONICET- Presidente de la Fundación para el Estudio del Pensamiento Argentino e Iberoamericano (FEPAI)
Hay efectivamente un debate sobre las relaciones entre ciencias “duras” y “blandas”; y hay otro –distinto pero conectado- sobre la divulgación científica. Tratando de acercar y relacionar ambos debates, diría que vemos una primera y ostensible diferencia: los científicos sociales y de humanidades pueden ser –y de hecho lo son muchas veces- los divulgadores del estado científico de sus áreas respectivas. No parecen tener ningún prejuicio, sino más bien al contrario, en escribir en medios masivos de comunicación, prestarse a entrevistas e incluso organizar y conducir programas de radio, TV, etc., sea en canales de gran difusión o especializados. Los científicos “duros” parecen tener dificultades o preconceptos para hacer lo mismo. No creo que esta diferencia provenga de decisiones de los medios de difusión, me consta que suelen invitar a una entrevista o a escribir, indistintamente a científicos de todos los campos.
Otra cuestión es si estos escritos pasan el “examen” del medio. Hay un cuento adecuado a lo que quiero decir. El director de un medio masivo de difusión invita a un físico muy reconocido para que escriba un artículo sobre la teoría de la relatividad., explicándole que debe ser adecuado a la comprensión del lector medio del periódico. El científico se estruja el cerebro y logra pergeñar algo que le parece muy simple. Pero el director lo rechaza diciendo que es demasiado difícil. La escena se repite varias veces, cada vez el científico rebaja su versión y el director, reconociendo que está mejor, no termina de “aprobarlo”. Finalmente el científico le lleva un último intento. “Ah! –exclama gozoso el director- ahora sí está clarísimo hasta yo lo entiendo perfectamente, gracias por su explicación de la teoría de la relatividad” –“Es que ahora –le contesta el físico- eso que escribí ya no es más la teoría de la relatividad”. Esta ficción tiene una buena dosis de verdad y el resultado es que los científicos “duros” no se sienten motivados a pasar por estas situaciones.
Por otra parte, considero que también hay una diferencia relevante en la valoración de los pares a estas actividades de difusión. En Humanidades y Ciencias Sociales una nota de difusión no tendrá gran crédito académico, pero es aceptable y ninguna autoridad de CyT reprochará a un cientista social por escribirla, nadie le dirá que pierde el tiempo o que se ocupa en tareas insustanciales. En la mayoría de los casos, con un científico “duro” sucederá a la inversa. En mi concepto, esto se debe a que hay una autopercepción diferente en ambos campos. Las ciencias “duras” parecen estar legitimadas sin apelación, va de soi que son importantes y no es necesario promocionarlas, y menos ocupando tiempo de labor científica. En cambio las Humanidades y las Ciencias Sociales siempre parecen escasas de consideración en tanto ciencias. En otros términos, pareciera existir una percepción de que para la gente común las ciencias humanas y sociales son prescindibles y las otras no. Esto muy posiblemente es cierto. Un individuo medio seguramente contestará a una pregunta en este sentido, diciendo que no puede prescindir de la tecnociencia, pero sí de la sociología, la ciencia política, la antropología y un largo etc., prescindencia de la cual posiblemente sólo se salven la ciencia jurídica y la economía.
En todo caso y para cerrar estas pocas ideas un tanto deshilvanadas, pienso que a) es necesario que haya un periodismo especializado –en ambos campos- porque hay un modo de escribir y recrear las versiones técnicas que no se enseña en la Universidad ni en los institutos de investigación; b) que el ideal sería que este periodismo fuese ejercido –al menos en parte y colaborando con expertos en comunicación- por científicos de la misma disciplina. Quiero decir, que es deseable que esta tarea les sea reconocida como valiosa, y no solamente como –en el mejor de los casos- tolerada.
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