Contar la ciencia, un viaje por mundos literarios
Los libros de la escritora Paula Bombara recorren las escuelas de todo el país. Su trabajo reúne los dos ámbitos que más la apasionan: la ciencia y la literatura. En esta nota, reflexiona sobre la incidencia de su trayectoria científica en sus producciones literarias y pone en discusión los preconceptos en torno a los géneros que la atraviesan.
Marianela Ríos (Agencia CTyS-UNLAM) – Paula lee varios libros a la vez. Siempre tiene alguno en el bolso. Desde chica, la literatura fue un lugar que sintió propio. Sin embargo, sus primeros pasos profesionales los dio como bioquímica. Mientras trabajaba en un laboratorio y estudiaba Filosofía, la escritura la llamaba, así que empezó creando poemas y cuentos. Un taller en el que analizaba libros de literatura para las infancias y juventudes fue el que la marcó y, desde entonces, son su público preferido.
Hoy sus obras forman parte de ese ritual de lectura que tienen muchos niños, niñas y adolescentes en las escuelas y en sus casas. Entre sus novelas más premiadas están El mar y la serpiente, Una casa de secretos, La chica pájaro, Lo que guarda un caracol y La fuerza escondida. Además, publicó varios cuentos que formaron parte de diferentes proyectos y editoriales.
En 2003, le propusieron crear una colección de comunicación científica para chicos y desde entonces dirige ¿Querés saber? publicada por EUDEBA, que hoy cuenta con más de 40 títulos y premios: fue destacada por la Asociación de Literatura infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA), en 2005 y 2013, como mejor colección de divulgación científica para niños y reconocida por su calidad y permanencia.
Así pasa muchos de sus días, entre personajes y personas que trabajan en ciencias, escenas imaginarias y ensayos. Dos ámbitos que se vuelven uno con palabras como piezas de un rompecabezas que solo cobran sentido juntas. La obra de Paula Bombara recorre esas historias, las desarma, las mezcla y las vuelve unir.
¿Cómo repercute en tu obra literaria tu background científico?
Lo que rescato mucho de la formación científica a la hora de escribir literatura es la manera de encarar los proyectos. Al principio, no tenía tanta conciencia de esto, pero después, a medida que se fueron dando los proyectos literarios, me di cuenta de que siempre arranco con un puñado de preguntas, investigando, haciendo experimentos con el lenguaje para ver cómo me siento. Hay algo de la metodología de la investigación científica que voy reproduciendo a la hora de armar mis mundos literarios. Y después también hay mucho de “prueba y error”, mucha corrección de lo escrito. También me ha pasado de detener la escritura del todo por un tiempo para seguir investigando porque surgió algo no buscado al escribir que cambió toda la trama y me llevó a otros lugares.
Me resulta complicado separar el mundo literario del científico porque, en mi modo de mirar, confluyen ambos. También cuando escribo comunicación de la ciencia o algún artículo académico algo de lo literario se filtra... es difícil escindir una cosa de la otra. Volviendo a la pregunta inicial, lo que distingo hoy es que el espíritu de la investigación científica, de la observación interesada por el detalle, es lo que se hace más presente en mí a la hora de escribir literatura.
Existe el preconcepto de que la literatura juvenil debe ser más simple, mientras que la divulgación científica requiere una lectura más compleja. ¿Cómo te llevas con estas ideas?
No coincido con ninguna. Creo que nuestros jóvenes y nuestros niños y niñas son capaces de leer cualquier tipo de texto. Tal vez no los comprendan del todo en la primera lectura, pero seguro leer algo complejo les generará alguna pregunta que ocasionará un pensamiento nuevo. Valoro mucho sus modos de leer y no se los hago fácil a propósito (risas). Confío plenamente en mis lectores y lectoras.
La verdad es que cuando empiezo a escribir literatura estoy centrada en la voz que va apareciendo, en el punto de partida, que suele ser una pregunta sobre un personaje o una escena y, a partir de ahí, voy desarrollando la trama. No pienso en quién va a leer. Lo hago después, cuando decido publicar el texto. Y en ese momento elijo llevarlo a editoriales juveniles justamente porque me encantan los encuentros con lectores. Es algo habitual para mí visitar colegios, generar estos espacios. De hecho, varias de las últimas novelas no eran claramente juveniles, pero las editoras les dieron una oportunidad y durante la edición trabajamos en equipo para que lo fueran, como La chica pájaro o La desobediente. Incluso en la primera, El mar y la serpiente, el editor apostó a que la novela fuera parte de la colección Zona Libre. Hay algo de la división en franjas etáreas con lo que yo me resisto a acomodarme. Sé que con esta decisión pierdo público adulto, pero bueno, apuesto a que mis historias vayan desbordando las colecciones en las que están.
Y respecto a la comunicación científica, he dejado de usar la palabra “divulgación” para quitar cualquier resquicio de interpretación de que mis escritos se dirigen a un “vulgo”. Quienes pertenecemos a la comunidad científica no estamos “más arriba” de quienes no son parte. Simplemente trabajamos en algo distinto. Creo que tenemos que desterrar la idea de que la ciencia es algo elevado y pensarla como un trabajo. Utilizar la palabra “comunicación” implica un ida y vuelta horizontal, un diálogo entre personas que buscan compartir experiencias, algo que yo busco con chicos y grandes.
De hecho, los primeros lectores científicos pueden tener cualquier edad. Yo misma soy primera lectora a la hora de leer algo de, por ejemplo, economía. Entonces, en realidad, se podrían catalogar a los libros de las colecciones como la que dirijo en Eudeba, ¿Querés Saber?, como obras de comunicación científica para primeros lectores de cualquier edad, más que como libros de comunicación científica para chicos, porque hay personas grandes que me dicen que lo leyeron y aprendieron un montón de conceptos básicos, primarios, de determinado tema.
Cuando escribimos algo sobre ciencias es importante sostener el entusiasmo y la curiosidad, no solo preocuparnos por la rigurosidad y la fácil comprensión: en mi caso, voy al autor o la autora científica con todas mis preguntas sobre esa disciplina, preguntas que se puede hacer cualquier persona de cualquier edad, también hablamos sobre recuperar aquello que nos hizo dedicarnos a las ciencias e intentar transmitirlo. Y pasa que, a medida que vamos haciendo el libro, volvemos a maravillarnos con nuestros objetos de estudio, con lo que aprendemos día a día.
Creo que, en nuestro sistema educativo, hay una falta respecto a la alfabetización científica, especialmente entre la población adulta. Y tal vez por vergüenza o prejuicios no nos animamos a reconocernos primeros lectores, sin embargo opinamos sobre todo. Me parece que podemos ir alfabetizándonos científicamente leyendo, escuchando, consumiendo comunicación de las ciencias. Para no frustrarnos, en un primer momento podemos acudir a libros para primeros lectores y después sí, si queremos saber más, abordar libros de mayor complejidad. Ese es el proceso de aprendizaje que siguen las infancias y que también nosotros podemos seguir cuando queremos aprender cosas nuevas, ¿por qué no darnos la oportunidad de seguir aprendiendo a cualquier edad?
¿Creés que estas colecciones dan lugar a que adultos alimenten esa curiosidad que se vivencia más durante la infancia?
Cada universo lector es diferente, cada persona es diferente y su modo de relacionarse con los libros también lo es. Sin embargo, a la hora de leer sobre ciencias, hay que considerar que existen muchos prejuicios y estereotipos instalados en la población adulta. Ideas como "yo no voy a entender" o "yo soy malísima para la matemática”. Hay algo ahí que es complejo de desarmar porque está arraigado, producto de los años de educación en los cuales quizá no se tuvieron las mejores experiencias de aprendizaje. Por eso, compartir la curiosidad con los chicos y chicas ayuda muchísimo, nos aporta mucha frescura. Cuando llegan a tu casa y te comparten algo que aprendieron, te invitan a dejar de lado esos prejuicios y así, hacen que los conocimientos fluyan. La ciencia es muy disfrutable y gran parte de eso se pierde en la rigidez que se les imprime a los contenidos científicos en los diferentes niveles educativos. Sería buenísimo recuperar ese disfrute.
Tus libros se leen mucho en las escuelas y son lugares donde muchos tienen su primer contacto con la ciencia. ¿Fue algo buscado?
Desde el comienzo de mi carrera yo busqué ser leída por personas nacidas en democracia y esas personas, veintipico años atrás, cuando yo empecé, eran jóvenes. Las infancias y juventudes son muy desafiantes y disfruto mucho esos desafíos, por eso cuando tomo la decisión de publicar algo que escribí, primero lo presento en editoriales que publican para jóvenes. Y si me lo rechazan porque consideran que es para adultos pregunto por qué. Si es algo menor, se puede conversar. Lo que escribo suele transitar los límites entre lo juvenil y la narrativa para adultos. A veces en la edición logramos que esté del lado juvenil de la frontera y otras, no. Me ha pasado que en una editorial juvenil me rechacen una obra por considerarla para adultos y en una editorial para adultos me la rechacen por considerarla para jóvenes. Lo mejor es que la literatura es un espacio de total libertad y cuando me pasan cosas así puedo darme todo el tiempo que quiera para decidir sobre mis escritos, qué destino darles.
A mí me interesa mucho ser leída en esas instancias de formación lectora tan intensas que se dan en la adolescencia. Me parece que puedo aportar alguna pregunta, algún debate que provoque curiosidad, que estimule a seguir leyendo y se genere algún lazo emocional con los libros. Es un tiempo en la vida de los y las lectoras en el que me gusta que mis historias estén presentes. Respecto a tu pregunta, me ha pasado que en encuentros lectores en colegios por mis libros de ficción aparecieron preguntas sobre mi costado científico y las charlas sobre literatura y ciencia que se terminaron dando resultaron súper estimulantes también para mí, porque no solo ellos y ellas me hacen preguntas, yo también las hago y las respuestas que me regalan me hacen pensar un montón. Creo que sucede porque la literatura es muy inclusiva, funciona como puente y así abrazamos también el contenido científico.
Al momento de escribir, ¿pensás en que siempre estén presentes estas dos disciplinas?
No en todos los casos. Se dio de modo buscado, deseado, en Lo que guarda un caracol y en La desobediente. También en La sombra del jacarandá, mi última novela.
En La Desobediente de modo doble. Tanto por el lado de las ciencias naturales como por el lado de la lingüística. Al ser una intertextualidad buscada, más que el contenido científico ineludible, yo quería de algún modo homenajear la escritura de Mary Shelley, una escritora que admiro desde que leí Frankenstein en la adolescencia. Por eso, por ejemplo, mi novela tiene una estructura narrativa de “cajas chinas” como la de ella.
En cuanto al perfil de los personajes, ahí sí creo que la mirada desde las ciencias naturales tuvo peso, porque una de mis preguntas de partida fue ¿qué hubiera pasado si a la criatura la creaba una mujer? Esa cuestión hizo que investigara en profundidad las historias de las primeras mujeres que estudiaron ciencias antes de que el sistema lo permitiera, cómo lo lograron, qué estrategias siguieron. Mi protagonista y el resto de los personajes fueron tomando forma a medida que avanzaba en esa investigación.
¿Qué opinas sobre el rol actual de la mujer en la ciencia?
Nosotras estamos presentes en muchísimas etapas de las carreras científicas, pero, en todas las disciplinas, cuando mirás quienes están en los puestos de mayor poder, hay cada vez menos representación femenina. Sucede en todos los campos de trabajo. Pero vamos dando algunos pasos, en los últimos años hubo algunos cambios importantes. Hoy tenemos una científica en la presidencia del CONICET, una científica al frente del Ministerio de Salud, investigadoras muy reconocidas nos ayudaron a salir adelante en los tiempos de la pandemia diseñando tests para diagnosticar el COVID, por ejemplo, hay gran cantidad de mujeres médicas, bioquímicas, enfermeras, en nuestros hospitales y clínicas. Y no podemos dejar de mencionar a nuestras pioneras, que fueron enseñándonos qué hacer y cómo proceder. El futuro lo vamos construyendo trayendo al presente el trabajo de esas mujeres y siguiendo sus ejemplos.
Falta mucho, tenemos que seguir avanzando hacia la igualdad de oportunidades y la equidad de género junto a todas las identidades sexuales. Y en ese camino no quiero dejar de mencionar a los varones que eligen repensar sus roles, porque son compañeros indispensables. Las nuevas masculinidades son muy importantes a la hora de educar a las siguientes generaciones, a la hora de desnaturalizar las violencias institucionales, a la hora de respetar las identidades de géneros de sus familiares, de sus estudiantes, de sus colegas, a la hora de votar a mujeres u otras identidades sexuales en cargos de poder.
En un artículo que escribiste, hablás de la ciencia como "un modo de amar la naturaleza en su totalidad". ¿Cómo llegaste a esa conceptualización?
Creo que es una mirada que conservo de la infancia. Yo creo en el poder del planeta y de la naturaleza. Creo en que la especie humana es una más entre las millones de especies de animales y que es la que está haciendo mayores estragos, desequilibrando todos los ecosistemas. No somos más importantes que el resto de los animales.
La escritora Úrsula Le Guin decía algo que me gusta mucho: "Ahí donde la observación poética te implica, la observación científica te explica". En la naturaleza está todo, están los principios de la vida y también su final. La ciencia, la poesía, nuestra identidad y el devenir de nuestro ser está siempre relacionado con el ambiente en el que crecemos. Pienso la naturaleza no solo como el escenario en el que las vidas transcurren sino como interlocutora de quiénes somos.