Chernobyl, Fukushima y el nuevo debate nuclear
A 25 años de la catástrofe de Ucrania, el accidente nuclear de Japón reavivó los temores por el uso de energía atómica para la generación eléctrica. Argentina tiene dos plantas nucleares en actividad y un tercer reactor que se sumará a fin de año.
Agencia CTyS (Cecilia Laclau) - ¿Una central nuclear es sinónimo de bomba atómica? “Claramente, no”, enuncia Mario Mariscotti, Doctor en física nuclear, ex investigador del Centro Nacional de Energía Atómica (CNEA) y autor del libro “El secreto atómico de Huemul”, que explora la historia del nacimiento del desarrollo nuclear argentino.
“En una bomba atómica, el proceso de fisión nuclear es más veloz y la reacción se produce en un tiempo mucho más corto”, explica. “De hecho –completa- el combustible utilizado en las centrales nucleares es de uranio enriquecido en un 3%, mientras que en una bomba atómica se utiliza un nivel de enriquecimiento del 95%”.
Sin embargo, admite que el principio es el mismo y su consecuencia radiactiva ante un eventual accidente, aunque muchísimo menor, también.
El principal temor de la gente está basado en la radiación que, en determinados niveles, daña a la salud. “Hay certeza sobre el hecho de que altas dosis de radiación pueden causar la muerte directa de personas. Pero no existe tanta certeza sobre la consecuencia de recibir dosis bajas”.
Para ejemplificar, Mariscotti explica que “las personas expuestas a 4.000 milisievert (mSv), aumentan en un 50% sus posibilidades de morir, mientras que una radiación de 2.000 mSv tienen un 10% de probabilidades de muerte”.
Otro factor que crea alarma es la perdurabilidad del elemento radiactivo en el medioambiente, ante un accidente nuclear, y sus consecuencias sobre las personas. “Puede liberarse Iodo 131, que afecta a la tiroides, pero que tiene una vida media de ocho días, por lo que eliminarlo totalmente puede llevarle a una persona entre 40 y 50 días”, detalla el especialista.
“El Cesio 137, otro elemento contaminante que se aloja en los músculos, tiene una vida media de 30 años pero, al ser soluble en el agua, tiene una vida media en el cuerpo humano de 70 días y puede eliminárselo completamente, en forma natural, en un año”, agrega.
En tanto, el Dr. Montenegro, biólogo ambientalista, docente de la Universidad Nacional de Córdoba, presidente de FUNAM y Premio Nobel Alternativo 2004 (RLA, Estocolmo, Suecia), opina lo contrario: “la radiación ionizante emitida por los materiales radiactivos es dañina para las células, tejidos y organismos vivos. Incluso la exposición a la radiación natural de fondo, relativamente baja, implica riesgos”.
La radiación natural, emitida por la tierra y hasta por las paredes o por otras personas, conforma lo que se denomina “radiación natural de fondo”.
Cualquier aumento de ese fondo aumenta la posibilidad de efectos negativos. Cada ciudadano debe saber que, biológicamente, ningún umbral de radiactividad es seguro”, opone el Dr. Montenegro.
Según la World Nuclear Association (WMA), la radiación natural (entre ellas, la solar) aporta el 85% de las dosis que reciben las personas; la medicina contribuye con el 14%, y la industria nuclear (sin considerar accidentes), con el 1%. De hecho, detalla la WMA, en algunos lugares de Brasil la radiación de fondo puede alcanzar los 40 mSV anuales, en otras partes de Europa puede llegar hasta 50 mSv, y en algunas regiones de la India, hasta 260 mSv/año.
Por qué crece la opción nuclear
Las centrales nucleares aparecen, por primera vez, como opción para la generación eléctrica, en 1954. El crecimiento, al principio fue gradual, pero tomó mayor fuerza a partir de los años 70’s, tras la crisis del petróleo y apoyado en los daños al medioambiente por las emisiones de dióxido de carbono y del “efecto invernadero” de las centrales térmicas tradicionales.
Rolando Granada, doctor en Física, especialista en Gestión Ambiental, investigador de la CNEA y del CONICET, además de docente de la Universidad de Cuyo y del Instituto Balseiro, explica a la Agencia CTyS que “el efecto invernadero es el sobrecalentamiento de la superficie terrestre debido al incremento de la cantidad de energía solar que queda atrapada por la atmósfera, a causa de determinados gases, cuya presencia y proporción han sido modificadas por la actividad humana”.
En este sentido, según la Organización Meteorológica Mundial , la concentración de CO2 atmosférico se ha incrementado desde la época preindustrial (año 1.750) desde un valor de 280 ppm a 379 ppm en 2005.
“Hemos convertido a nuestra atmósfera en un basurero planetario, y los efectos se están manifestando en la frecuencia creciente de fenómenos climatológicos devastadores”, sentencia Granada.
Los gases de efecto invernadero más importantes son el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido de nitrógeno (NOx), los clorofluorocarbonos (CFC), el dióxido de azufre (SO2) y el hexafluoruro de azufre (SF6).
Los combustibles fósiles (carbón, gas natural, gas oil y fuel oil, entre otros), además de CO2, producen una amplia serie de contaminantes tóxicos. Entre ellos, el SO2 y el NOx, que son los principales responsables de la lluvia ácida y provienen, en su mayor parte, de la combustión en centrales térmicas y de las refinerías.
“Más del 40% de las emisiones de NOx proceden del quemado de combustibles fósiles. Sólo con la sustitución limpia de las centrales térmicas de combustibles sólidos se obtendría una reducción de estas emisiones a una quinta parte. En tanto, permitiría reducir las emisiones de SO2, causante de la lluvia ácida, a la mitad”, apunta el Dr. Granada.
Asimismo, aclara que las centrales nucleares no emiten gases que provoquen el calentamiento global. Sus emisiones gaseosas y líquidas están supervisadas por la Autoridad Regulatoria Nuclear y están reducidas a valores inferiores a límites que garantizan su inocuidad.
Por este motivo, para el Dr. Granada no hay dudas: “La energía nuclear y las renovables deben ser conjuntamente visualizadas como elementos indispensables para satisfacer las demandas mundiales inmensas de energía limpia”.
Por su parte, el Dr. Montenegro considera que estos beneficios no justifican el uso de la energía nuclear por la contaminación que generan los desechos radiactivos y su perdurabilidad a través del tiempo y el consecuente riesgo de accidentes como los ocurridos en Chernobyl o en Fukushima.
El más grave de la historia
En la madrugada del sábado 26 de abril de 1986, Ucrania despertó con una grave noticia: uno de los reactores de la Central Eléctrica Nuclear Memorial V. I. Lenin había estallado y, como consecuencia, se habían liberado a la atmósfera altísimos niveles de radiación, contaminando seriamente el medioambiente.
El accidente sucedió como consecuencia de una prueba en la que se simulaba un corte de suministro eléctrico a la central para ensayar cómo debía operar el sistema de refrigeración ante una eventual pérdida de energía. Sin embargo, una falla humana hizo que el ensayo se volviera real y se produjo un aumento súbito de potencia en el reactor 4, provocando una explosión del hidrógeno acumulado en su interior.
El reactor no contaba con el edificio de contención que ya estipulaban las normas de seguridad mundial y la explosión, que voló el núcleo, expuso una gran cantidad de dióxido de uranio, carburo de boro, óxido de europio, erbio, aleaciones de circonio y grafito, todos materiales radiactivos o tóxicos.
Según las mediciones de entonces, la contaminación fue unas 500 veces mayor a la provocada por la bomba atómica arrojada en Hiroshima en 1945. Y, en los tres primeros meses inmediatamente después del suceso, causó la muerte de 33 personas.
No obstante, a largo plazo, según los expertos, Chernobyl se cobró la vida de otras 4.000 personas en Ucrania, Rusia y Bielorrusia -los países afectados por la catástrofe, además de haber contaminado con radiación a más de 50 mil.
Tragedia reciente
En el mediodía del 11 de marzo de este año, otra noticia volvió a ganar espacio entre los titulares del mundo. Esta vez, Japón había sufrido, primero, un terremoto y, luego, el impacto de un tsunami. Y entre las consecuencias de este desastre natural, evaluadas como las más graves desde los daños provocados por la Segunda Guerra Mundial, asomaba, nuevamente, el temor nuclear: el complejo Fukushima Dai-ichi, uno de los de mayor potencia instalada del mundo, tenía serios inconvenientes para refrigerar el núcleo de uno de sus reactores.
Las opiniones no tardaron en llegar y muchos criticaron que, siendo Japón un país que había sufrido la feroz potencia de dos bombas nucleares, eligiera esta alternativa para abastecer casi el 30 por ciento de su consumo eléctrico.
En este sentido, Japón tiene 54 reactores y es el tercer país del mundo en el ranking de potencia instalada eléctrica de origen nuclear, tras EE.UU. y Francia.
Los daños del accidente de Fukushima, sin embargo, a poco más de un mes de ocurrido, son mucho menores a los producidos por el incidente de Chernobyl.
En comparación con aquél, aun no se han reportado muertes directas por el hecho y los niveles de contaminación radiactiva, aunque mayores a los que se emite allí como radiación natural, siguen por debajo de los admitidos a nivel internacional para un accidente nuclear.
En tanto, respecto de los trabajadores, se detectaron niveles de radiación mayores a 100 mSv en otros 22 trabajadores (el máximo admitido es de 250 mSv), razón por la cual todos fueron reemplazados en sus puestos.
Sin embargo, a principios de abril, la autoridad reguladora Japonesa ha elevado provisoriamente la clasificación del accidente de Fukushima Dai-ichi al nivel 7 porque decidió combinar los incidentes de los cuatro reactores y ha considerado a todo el conjunto como un solo evento.
Argentina y el debate futuro
El incidente nuclear de Japón no sólo causó pánico en el lejano oriente, en muchos países se encendieron alarmas por el terror a una nube tóxica como ocurrió hace 25 años en Europa (hecho ya descartado), y en otros tantos, por la seguridad de sus propias centrales nucleares. Lógicamente, también en Argentina.
El país cuenta con dos centrales nucleares, una en la provincia de Buenos Aires, C. N. Atucha, y otra en Córdoba, C. N. Embalse. Juntas suman unos 1.000 MW de potencia instalada y aportaron, en 2010, un 5,8% del total del consumo nacional. Tras el desafortunado hecho de Fukushima, llovieron las dudas sobre un evento similar en Argentina.
Según la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN), en Argentina, es “casi imposible” que suceda un accidente como el ocurrido en Japón. “Las centrales nucleares están lejos de las zonas sísmicas que existen en nuestro país (cuya nivel, además, es mucho menor a Japón o Chile)”, explicaron tras el accidente de Fukushima.
Asimismo, en la ARN detallaron que el diseño de los reactores de Argentina es diferente al de los reactores afectados, que tienen una potencia térmica menor y que los sistemas de contención son “técnicamente mejores”.
Para Montenegro, en cambio, Argentina no está exenta de un evento similar al de Fukushima: “Embalse está sobre la falla de Santa Rosa, en una zona sísmica, y tanto la central cordobesa como Atucha I almacenan el combustible gastado, y por ende radiactivo, en lugares donde estructuralmente tienen menos protección. Además, nadie está exento de un error humano, ni del impacto devenido de un accidente aéreo o de un ataque terrorista”.
De cara al futuro, para Montenegro, Argentina debe reconsiderar su programa nuclear y someter a revisión independiente los sistemas de seguridad de sus reactores de potencia y experimentales. “El país debe replantear su costoso programa nuclear en base a debates amplios e informados, y consultas públicas”, reclama.
Por su parte, Mariscotti sostiene que el accidente de Fukushima obligará a las autoridades internacionales a endurecer los requerimientos de seguridad para que una central nuclear se instale y opere, pero que no llevará a cancelar proyectos atómicos vigentes.
“Toda actividad humana produce algún impacto sobre el ambiente, y genera residuos de diferente tipo que contaminan. Nuestro desafío es generar la energía indispensable para asegurar calidad de vida digna a la humanidad en un contexto de sustentabilidad en cuanto al uso de los recursos naturales”, señala Granada como conclusión.
En tanto, el pasado 14 de abril, el Organismo Internacional de Energía Atómico (OIEA) declaró, en un comunicado, su compromiso de “mejorar la seguridad mediante el análisis y el intercambio de las enseñanzas extraídas y las medidas adoptadas en respuesta a los acontecimientos de Fukushima, así como examinar la eficacia y, de ser necesario, la idoneidad de las disposiciones de la Convención sobre Seguridad Nuclear”.
El planteo está sobre la mesa. El impacto de Fukushima se sentirá, quizás no tanto como el de Chernobyl. Así y todo, probablemente, la alternativa nuclear se resentirá como opción frente a las nuevas fuentes de energías renovables.