Violencia urbana: cómo las ciudades se convierten en espacios hostiles para las mujeres
En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las mujeres, Natalia Czytajlo, arquitecta e investigadora del CONICET, analiza cómo la violencia funciona como una de las principales limitaciones que enfrentan las mujeres y disidencias al momento de circular por el espacio público. Nuevas prácticas y políticas urbanas en clave de género, los ejes que contribuirían a disminuir estas situaciones.
Marianela Ríos (Agencia CTyS – UNLaM) – Las calles, las plazas, los edificios, las casas… todo forma parte de la estructura del urbanismo y la arquitectura de las ciudades que funciona, muchas veces, como barreras simbólicas que permiten o no su acceso y apropiación. Las condiciones excluyentes pueden ser varias: social, económica, cultural e, incluso, de género.
Es en estos espacios donde la naturalización de las desigualdades y violencias hacia las mujeres y diversidades tienden a reproducirse. Así lo sostiene Natalia Czytajlo, docente e investigadora del CONICET y el Observatorio de Fenómenos Urbanos y Territoriales en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), quien asegura que existe un uso diferencial del espacio atravesado por la categoría de género.
“Es una característica estructural en las ciudades de América Latina, que las mujeres sufran de un modo particular las desigualdades. Por ejemplo, son las que se encargan principalmente de las tareas de cuidado, que, desarrolladas en espacios de la periferia, suponen, además, menores condiciones de acceso a los bienes y servicios que necesitan”, precisó, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
En esa línea, aseguró también que diversos estudios recientes para el caso de Tucumán muestran que existen desigualdades en el uso de los medios de movilidad, ya que la mayoría de las licencias de conducir están en manos de varones, mientras que las mujeres suelen trasladarse más a pie o en transporte público y lo hacen en horarios de mayor circulación de personas, evitando las horas nocturnas.
Transitar las ciudades, un desafío con riesgos
El espacio público está formado y modelado por procesos ideológicos. Allí se juegan estructuras de poder que establecen limitaciones que afectan principalmente a las mujeres. “Cuando nos referimos a violencias urbanas pueden ser materiales o simbólicas. Y estas últimas son omisiones y violencias en tanto restringen derechos de uso y disfrute de la ciudad”, explicó la investigadora del CONICET.
Una de ellas es la representatividad en el espacio público. En la Ciudad de Buenos Aires, solo el tres por ciento de las 2165 calles llevan nombres de mujeres. “Las referencias son generalmente masculinas. No solo en calles sino en edificios públicos. Y también se hace énfasis en los valores masculinos de la lucha y la imposición, entre otros”, puntualizó. En cambio, lo que se nombra en femenino remite, en su mayoría, a mujeres laicas formadoras, santas y vírgenes. “Esas omisiones van actuando simbólicamente en el acceso al espacio público”, remarcó.
Respecto a las violencias materiales, el acoso callejero y la sensación constante de inseguridad ante la posibilidad de sufrir un episodio de abuso son las principales y los números lo avalan. Según un informe de la Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), 8 de cada 10 de las mujeres manifestaron haber pasado por alguna situación de inseguridad en el espacio público en la Ciudad de Buenos Aires. El 45 por ciento señaló que tenía en cuenta el horario y el 35 por ciento la presencia de gente a la hora de salir a la calle. Además, el 95,9 por ciento pasaron por situaciones de acoso en la calle, el 70,3 en el transporte público, y el 63,5 en plazas o parques.
En Tucumán, por su parte, hay diversas investigaciones que dan cuenta de relatos de las mujeres sobre diversos espacios de la ciudad, que remiten a experiencias de incomodidad, a veces de temor o naturalización de las estrategias para evitar ciertas situaciones.
“Hay espacios que en determinada hora quedan sin actividad y actúan negativamente en el uso de ese lugar con tranquilidad. Esto determina cambiar el recorrido o pensar la vestimenta, y es importante destacar que son violencias porque restringen el uso del espacio. Eso está modificándose, porque las mujeres están apropiándose de ese espacio, pero no sin riesgos”, argumentó Czytajlo.
Ciudades amigables
Para la investigadora del Observatorio de Fenómenos Urbanos y Territoriales de la UNT, se pueden implementar varias acciones enmarcadas en políticas de diseño urbano que contribuirían a disminuir situaciones de violencia. “Tenemos que lograr ciudades más amigables con el uso de la calle. Una estrategia es la diversidad de usos comerciales, residenciales o de servicios, propuestas ya por la divulgadora científica y teórica del urbanismo, Jane Jacobs, hace más de 40 años, que permiten que haya gente casi todo el tiempo y no espacios que quedan vacíos y se convierten en inseguros”, precisó.
Otras medidas vinculan a la comunidad y los gobiernos. Son iniciativas en las que se busca favorecer políticas que implican a negocios o instituciones en el resguardo inmediato para personas que sufren acoso, trayectos seguros y dispositivos de conocimiento, interpretación y materialización de criterios de diseño de la ciudad que se pueden ensayar como la iluminación, límites visuales o lugares para pedir ayuda.
Por último, alertó sobre la tendencia a que haya más “condiciones de cerramiento” del espacio privado, lo que genera que “el afuera sea más hostil para las mujeres que lo transitan”. “Estos son puntos que se pueden trabajar desde la gestión urbana y códigos de planeamiento, de hecho, hicimos algunas aproximaciones con las colegas del Observatorio desde proyectos e iniciativas recientes, que ponen atención en esos límites para favorecer el uso del espacio con mayor tranquilidad”, concluyó.