De Catán a Kazán, la historia de un pequeño gran programador
El joven estudiante Gastón Fontenla Nuñez es uno de los cuatro argentinos que viajarán el 10 de agosto a Rusia para participar en el certamen internacional de Informática para alumnos de secundario. Competirá con los mejores 400 programadores del mundo en su categoría.
Carolina Vespasiano (Agencia CTyS) - Una mañana cualquiera de 2013, Hugo, vocero de la Escuela Técnica Fundación Fangio de Virrey del Pino, comentó: “Existe una competencia mundial de informática para alumnos de secundario”. El anuncio pasó inadvertido para algunos, pero otros señalaron a un compañero que ya era conocido entonces como “el chico de la computadora” y le dijeron: “Andá”.
Y un tímido adolescente alto, moreno, de ojos pequeños y afición por el ping pong, fue. Gastón Fontenla Núñez pensó que no tenía nada que perder si lo intentaba y se metió de lleno en un mundo de algoritmos y secuencias de programación que jamás había visto en el aula ni en sus tardes de juego tras el monitor. Tres años después del anuncio, y tras cientos de horas de práctica y estudio, el joven de 19 años haría lo impensado: consagrarse como uno de los cuatro mejores programadores argentinos.
El chico de la computadora
El 21 de marzo de 2002, Gastón cumplía cinco años de edad. Muy lejos de las complejas ecuaciones, de pequeño se aferró a los videojuegos que le valieron el apodo en el colegio. Una compu vieja lo acompañó en esos primeros pasatiempos de la infancia que, desde el mes de marzo pero de 2013, devinieron en una rutina de cuatro horas diarias de prácticas y competencias preparatorias que se libraban en foros de Internet.
Ese año conoció la Universidad Nacional de la Matanza, lugar donde se capacitó durante meses para encontrar un lugar en las olimpiadas internacionales. Allí aprendió lo más básico y lo más complejo de la programación y de la lógica de los algoritmos. Conoció profesores que le explicaron leyes matemáticas, técnicas y trucos útiles para enfrentar una competencia que, al comienzo, no dejaba de asimilar como un juego.
En octubre de 2013, se presentó. La eliminatoria fue en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. En esa instancia, el entrenamiento, aunque duro y constante, no alcanzó. Al año siguiente volvió a intentarlo, pero todavía faltaba mucho por conocer del mundo binario.
—Hasta que le agarré la mano, como a todo –resume.
El gran salto
En el año 2015 sería la última oportunidad. El certamen tenía como requisito la participación de alumnos secundarios y Gastón ya se encontraba en séptimo año, un nivel opcional que ampliaba el título escolar, a la vez que comenzaba a cursar la carrera de Ingeniería en Informática en la Universidad Nacional de La Matanza.
Desde entonces, la competencia dejó de ser un juego para ser una estricta disciplina. Del colegio a la universidad y de la universidad a su casa en pleno barrio San Enrique de González Catán, Gastón pasó todo el tiempo posible dilucidando respuestas lógicas a problemas informáticos con herramientas que mayoritariamente se obtenían en inglés. Un desafío presente que también desbordaba sus fines de semana.
—Creo que nadie en su sano juicio lo haría –reconoce.
En el camino participó de más de veinte competencias online en páginas de entrenamiento conocidas por los aficionados, encuentros virtuales donde debatía y ayudaba a otros concursantes e interesados en el arte de la programación. Así se relacionó con estudiantes africanos, europeos y latinoamericanos con los que se dio cuenta de esa otra arista que tuvo su entrenamiento: la capacidad de enseñar.
Un sueño hecho realidad
Llegó octubre de 2015. En menos de cuatro horas, resolvió las tres consignas que le presentaron en la Universidad Nacional de San Martín. Esta vez, con un resultado superior: quedó octavo de un grupo de 30 participantes y pasó a la segunda ronda que se disputó en junio de 2016.
—Fue muy cómico. Estaba en el colectivo y de repente me llegó un mail diciendo que me iba a Rusia y yo no podía ni festejar. Tenía una alegría por dentro que no podía expresar ni aguantar.
Gastón quería gritar: el vuelo –el primer viaje de su vida- a la ciudad de Kazán ya era una realidad a poco de concretarse.
Ahora, en los últimos días previos al viaje, Gastón aprovecha al máximo las horas para ejercitar y acompaña a sus primeros seis alumnos que buscan alcanzar el mismo sueño que su guía. Proyecta un futuro como profesor y programador en alguna de aquellas empresas que dominan el globo en materia tecnológica.
Reconoce su logro y evoca a quienes lo empujaron a un inevitable destino relacionado a esta experiencia: “Le agradezco al profesor Ariel Cacho Mendoza, la Licenciada Verónica Aubín, los ingenieros Lucas Ponce de León y Natalia Pérez, Facundo Galán y su equipo de la Universidad Nacional de La Plata, y al Departamento de Ingeniería e Investigaciones Tecnológicas, en especial a Marcelo Goncalves, que puso a disposición al gran plantel de profesores de la UNLaM. El viaje a Rusia no sería posible sin ellos y les doy las gracias de todo corazón”.
El próximo 12 de Agosto, el tímido adolescente alto, moreno, de ojos pequeños y afición por el ping pong competirá con 400 programadores y buscará consagrarse con un reconocimiento internacional. Sin embargo, a esta instancia, su historia y su determinación ya son un mérito tan inconmensurable como cada uno de los catorce mil doscientos kilómetros que lo separan de la ciudad rusa.