Una vida en constante evolución
Hablar de la evolución de las especies suele remitir al mundo conceptual darwiniano. Pero ¿qué conocimientos se generaron en esta área en los últimos años? Melisa Olave es bióloga evolutiva y su curiosidad por los animales la llevó a convertirse en pionera y referente de esta disciplina en el país. En esta nota, repasa su trayectoria, logros y los desafíos que enfrentan las mujeres en la ciencia.
Marianela Ríos (Agencia CTyS-UNLaM) - “Yo quiero ser veterinaria”, decía Melisa cuando era chica. Su fascinación por los animales la había llevado a elegir una profesión que por mucho tiempo creyó que iba a ser la suya. Los años pasaron y, cuando llegó el momento de elegir una carrera, la única universidad que tenía cerca solo ofrecía una que se acercara a sus intereses: biología. Cambió de título, pero no de pasión.
Melisa Olave es bióloga evolutiva y se dedica a estudiar cómo se desarrolla la gran diversidad de especies animales y sus aplicaciones en conservación. Nació en Mar del Plata, pero, al poco tiempo, su familia se asentó en el sur del país. La ciudad que la recibió fue Trelew, en la provincia de Chubut, y allí se graduó de Licenciada en Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.
Los grupos de investigación a los que se unió durante la carrera marcaron el rastro de un camino que Melisa siguió con determinación, guiada por docentes que hoy son referentes. “El equipo de la doctora Mariana Morando y el doctor Luciano Ávila, de Puerto Madryn, fue el que me mostró todas las posibilidades que había para hacer en investigación. Eso me abrió las puertas a un montón de cosas”, recuerda.
"El sistema te exige ser muy productivo. Tenemos que poder manejar múltiples proyectos al mismo tiempo, colaboraciones, formar a otros estudiantes y encontrar subsidios de investigación que sean competitivos tanto a nivel nacional como internacional para asegurarnos que vamos a tener el dinero para poder trabajar".
Melisa Olave, investigadora del CONICET
En el marco del Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, Melisa dialoga con la Agencia CTyS-UNLaM para detenerse en el pasado y el presente de una carrera en constante evolución.
¿Hay un momento que asocies con el descubrimiento de tu vocación científica?
Sí, claro. Cuando estaba en el segundo año de la Licenciatura, cursé la materia de Zoología general y me encantó. Pasaba por el laboratorio y me quedaba mirando los esqueletos colgados. Es una materia muy cargada, esas que tenés que estudiar un montón y que también tenía una profesora muy exigente.
Cuando tuve que rendir el final, elegí un tema un poco salido de lo normal, que era la evolución de los animales en general. La verdad es que me puse en una posición un poco difícil porque tuve que hablar de todo, en lugar de elegir un grupo y definirlo, que es lo que hizo la mayoría. Pero fue con esa materia y preparando ese final que me di cuenta qué era lo que quería hacer.
Imagino que te fue muy bien en ese final…
Sí, sí, incluso, después fui ayudante en esa materia muchos años (risas).
Incursionaste en la docencia desde muy chica. ¿Fue algo buscado?
La docencia es la otra pata que termina de completar mi vocación. Empecé siendo ayudante en Química orgánica, después Zoología general y Evolución. Luego me fui al exterior y también di clases en Alemania, he dado muchos cursos de posgrado intensivos. Cuando volví a Argentina gané un cargo en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo y estoy enseñando Evolución, que es lo mío. Es algo que me llena muchísimo.
¿Cómo es, para una científica, estudiar y trabajar en el exterior?
Toda la experiencia de haber viajado es muy enriquecedora. Son cosas que yo aliento mucho a que los jóvenes de acá hagan porque en ciencia tenemos muchas de estas posibilidades. Para mí, intercambiar laboratorios para poder enriquecerse profesionalmente es fundamental.
Lo que realmente me hizo la diferencia fue el nacimiento de mi hija. Nació en la pandemia, en 2020, y fue complicado porque estaba en Alemania y tuve que volver con un vuelo de repatriación. Tenía fecha de parto en septiembre y eso hizo que tenga que irme antes de terminar lo que estaba haciendo allá. Eso genera dificultades porque es difícil que la gente, principalmente los hombres, puedan entender que, cuando tenés familia, las prioridades se tienen que dividir y ya no podés dedicarte por completo al trabajo.
El sistema te exige ser muy productivo. Tenemos que poder manejar múltiples proyectos al mismo tiempo, colaboraciones, formar a otros estudiantes, encontrar subsidios de investigación que sean competitivos tanto a nivel nacional como internacional para asegurarnos que vamos a tener el dinero para poder trabajar… Pero cuando una tiene una familia, las cosas se ponen mucho más complicadas y, muchas veces, te siguen exigiendo al mismo nivel.
¿Cómo fue la experiencia de hacer ciencia en pandemia, entre el home office y la crianza de tu hija?
Compleja (risas). Una semana antes de la fecha de parto nos llegaron las devoluciones de un editor por una publicación en la que habíamos estado trabajando durante tres años con colaboraciones entre Alemania y un laboratorio de China, y yo era la persona que estaba llevando el liderazgo de ese proyecto. Me dijeron “tenés tres meses” para hacer más análisis, corregir, cambiar algunas cosas y yo estaba a una semana de tener a mi hija.
Así que les escribí explicando la situación y les dije que iba a tomarme tres semanas para enfocarme en mi hija recién nacida. Les costó bastante entenderlo, pero hice eso y después volví a la computadora a terminar ese trabajo, que era sobre diversificación de caballitos de mar en todo el mundo. El apoyo de otras colegas, poder hablar con ellas, ayudó un montón.
¿Cuál dirías que fue el mayor logro de tu carrera científica hasta el momento?
Me es difícil hablar de uno solo. Creo que hubo muchos pequeños logros que hicieron de a poco una diferencia en la construcción de mi carrera. Cuando gané la beca Fulbright para poder ir a la Universidad de Michigan fue uno de esos. Ahí tomé un curso de programación que cambió rotundamente el rumbo de mi carrera.
Después, está también el haber conseguido la beca de la fundación Alexander von Humboldt para ir a la Universidad de Konstanz en Alemania, que, creo, fueron los años en los que más crecí profesionalmente y que también me enseñaron mucho de la vida en general.
Volver a la Argentina y ser pionera en una disciplina nueva para el país es otro de ellos. Estamos haciendo muchos avances en cuanto al estudio de los reptiles con presencia en Argentina y otros países como Chile, Perú y Uruguay. Hemos avanzado mucho en generación de conocimientos y sentado las bases para generar preguntas que son muy interesantes para poner a prueba con estudios a futuro. Y algo que está en proceso, pero es muy importante, es la base de datos de insectos artrópodos de Argentina.
A todo esto, le sumo el hecho de poder mantener una carrera tan exigente como la científica y, a la vez, ser madre y cumplir con todas las responsabilidades que ambas tareas necesitan, y a pesar de todas las dificultades que nos impone el sistema, es uno de mis logros más importantes también.
¿Cómo considerás que se puede motivar la incursión científica de mujeres y niñas?
Lo principal es la visibilidad. En 2023, recibí uno de los reconocimientos Nacionales L'Oréal-UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia”, en la categoría “Beca”, y este tipo de iniciativas me parece que hacen que los más chicos puedan sacarse de la cabeza la imagen automática de pensar en una persona que hace ciencia e imaginarse un hombre grande, canoso, con barba. Hay que fomentar otro tipo de figuras que rompan estos estereotipos.
Y después tenemos los cupos de género, hay becas especialmente destinadas a mujeres que ayudan mucho en ese sentido. Acá, en CONICET, tenemos algo que es excepcional al resto del mundo, que es que hay más mujeres que hombres, pero también hay menos mujeres en cargos jerárquicos.
¿Cuáles son los desafíos que va a enfrentar la ciencia en los próximos años?
Nosotros sabemos que van a ser años complicados, por la economía, decisiones políticas y demás, teniendo en cuenta que siempre ha sido complicado hacer ciencia en Argentina, incluso en los mejores años. A mí me entristece la idea de que se hagan recortes en becas, recursos, ingresos y subsidios.
Tengo muchos colaboradores afuera, estoy trabajando con gente de Estados Unidos, Chile, Italia, Alemania y Suiza. Entonces, lo que estamos haciendo es hablar sobre posibilidades de presentar proyectos de investigación afuera, que lo hacemos siempre pero ahora estamos obligados a buscar esas vías y depender de ellas. Creo que pueden ser cuatro años de estancamiento que, en cuanto a crecimiento, es muy malo.
Melisa Olave realizó pasantías y cursos en Estados Unidos y Alemania, a través de subsidios y otras becas entre los que se destacan el programa Fulbright (EE.UU.), la Fundación Alexander von Humboldt (Alemania) y la Universidad de St. Gallen (Suiza). Hoy es investigadora adjunta en el Instituto Argentino de Investigación de Zonas Áridas (IADIZA-CONICET, CCT CONICET Mendoza), docente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo y editora asociada de la revista Journal Molecular Phylogenetics and Evolution.
Reconocimiento
En noviembre del año pasado, Melisa fue galardonada con la Mención en la categoría BECA del 17º Premio del Premio Nacional L’Oréal-UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia”, en colaboración con el CONICET, por el proyecto “Bases científicas necesarias y urgentes para definir estrategias eficientes de conservación de la biodiversidad ante la sexta extinción masiva”.
“Fue algo súper emocionante. En mi caso, yo hago ciencia básica, algo que tiene aplicaciones en lo que es conservación de la biodiversidad, pero la mayoría de las chicas que recibieron este premio tiene aplicaciones mucho más directas, por ejemplo, en Alzheimer, Parkinson, estudio de cáncer, etc. Que le hayan dado este año una distinción a alguien que está haciendo ciencia básica y estudiando la crisis climática, sobre todo en este contexto, es algo muy reconfortante”, destacó.