Una ciencia para pensar los sentidos
Una nueva corriente filosófica está tomando vuelo de la mano de la cultura vitivinícola. La interpretación del mundo mediante el preciado néctar de las uvas, su aroma y producción asombra las mentes de algunos intelectuales modernos.
Guillermo Meliseo (Agencia CTyS) - El Museo Nacional de Bellas Artes atesora en sus paredes una colección de imágenes sobre la historia de la ciudad de Buenos Aires en el siglo XIX. Empero ¿existen registros que demuestren cómo olía la capital de la Argentina en esa época? Cuando se restauró el Teatro Colón se intentó preservar su calidad acústica y exquisitez estética, ¿pero se tuvo en cuenta la temperatura de la sala y su aroma original? ¿Cuentan las bibliotecas nacionales con documentos sobre la historia de los aromas en el mundo?
Estas inquietudes fueron las que le permitieron al filósofo Martín Narvaja plantear la idea de una Filosofía del vino (o Enofilosofía). Partiendo desde la premisa “El olfato, un sentido olvidado”, el pensador explica cómo, desde los aromas, se puede comprender la realidad de forma tan clara y precisa como cuando se analiza el mundo desde una perspectiva visual.
En diálogo con la Agencia CTyS, el becario doctoral del CONICET, explicó de qué trata su estudio: “Cuando una persona privilegia sólo un sentido está dejando la puerta abierta al prejuicio sobre lo real. Y la única forma de salir de un prejuicio es poner el cuerpo. El análisis visual está sobrevalorado, cuando uno huele el aroma del vino está poniendo en funcionamiento tantas funciones cerebrales como cuando observa distintas imágenes”.
Esta corriente filosófica, que toma al vino como un muestrario del mundo, se centra en las cualidades secundarias, como sabores y aromas, para pensar la realidad desde un punto de vista heterodoxo. Si la educación formal privilegió desde siempre el sentido de la vista, el desafío que tiene la Enofilosofía, hoy en día, es enseñar y demostrar que los otros sentidos (como el olfato) son tan preciosos y necesarios para la vida como la vista misma.
“Los filósofos del vino trabajamos justamente sobre cómo se puede hacer ciencia del olfato o del gusto y estamos en contra de la tradición moderna que supone que el único sentido que da verdadero conocimiento del mundo es la vista y, quizás, un poco, el tacto”, aclaró el filosofo.
Simposio de aromas
Originariamente, el concepto de sabor y saber siempre fue el mismo. En latín Saber significa “gustar” o “probar”. La idea de la experiencia y el conocimiento tiene que ver con una incorporación a través del gusto, por ello, se consideró al necio o al prejuicioso como aquel que tiene un paladar flojo, con falta de experiencia, mientras que los sabios eran los que tenían un paladar desarrollado.
No es una novedad que el preciado néctar de las uvas le abra la puerta al intelecto. Existen numerosos textos de filosofía que hacen referencia o toman como punto de partida o de contexto al vino, como algunos ensayos de Michel Eyquem de Montaigne y algunos de los clásicos diálogos de Platón como “El Banquete”, donde, entre copas, se genera un acalorado debate sobre cuál es el real sentido de la belleza y el amor.
El olfato con el que se distingue si una prenda está limpia o sucia también permite imaginar y sobrevolar lugares jamás imaginados, manteniendo el cuerpo sobre la tierra. “En una cocina, por ejemplo, uno tiene una ventana aromática al mundo. Cacao de Colombia o Brasil, té de China, cúrcuma de la India, pimentón español, Azafrán de Turquía, orégano del norte argentino, es un rejunte cultural y exquisito de sabores”, ejemplificó Narvaja.
“Cuando se huele un aroma complejo, como el del café, se percibe el azúcar con el que fue torrado, las sustancias químicas que están en el grano y otros aromas asociados a su elaboración. Con la vista no ocurre lo mismo, la vista es pura superficialidad, uno puede ver una pelota, pero no puede ver la cámara que la recubre o la cantidad de aire que tiene”, concluyó el pensador.
Desde esta perspectiva, se intenta dar cuenta que el sentido de la vista genera un recorte de la realidad, donde ésta se organiza y acciona de acuerdo a la representación de los objetos observados, sin contemplar la existencia de otras cualidades, como sí ocurre con el olfato. Es ahí donde radica la complejidad, la riqueza y el sentido de su importancia.