“Las neurociencias deben ser debatidas por la sociedad”
El neurocientífico Facundo Manes visitó por primera vez la Universidad Nacional de La Matanza para presentar su última publicación, El cerebro argentino. Una reflexión sobre la influencia de las neurociencias en distintos aspectos de la sociedad y una curiosa explicación de cómo el contexto y la historia moldearon el esquema de la mente nacional.
(Agencia CTyS-UNLaM) - Dendritas, axones, millones de neuronas conectadas, historias, experiencias y tradiciones. Componentes biológicos y sociales que se conjugan formando un modelo cerebral replicado, por un pasado y un presente común, en alrededor de 40 millones de personas que, con sus realidades y contradicciones, pueblan el suelo argentino.
Facundo Manes estudia, desde hace décadas, la neurobiología de los procesos mentales. En diálogo con Agencia CTyS-UNLaM, el autor de Usar el Cerebro y El cerebro argentino (en coautoría con el semiólogo Mateo Niro) explicó la creciente incidencia de las neurociencias en la sociedad, un nicho que desplazó a los textos de autoayuda pero que, según el investigador, necesita ser debatido.
¿Por qué es importante el estudio de las neurociencias?
La neurociencia –sobretodo la neurociencia cognitiva- es un área de la ciencia moderna que en Argentina recién se desarrolló hace 15 años. Aquí había grandes neurólogos, psiquiatras, biólogos y científicos básicos que estudiaban mecanismos como la memoria en animales, el psicoanálisis desde hace varias décadas, pero no existían las neurociencias cognitivas. Por suerte, hoy, después de mucho trabajo, Argentina está en el mapa internacional. Este área, que es el estudio de la mente, va a impactar en todo lo que hacemos: la educación, la ley, la filosofía, la economía, la abogacía… porque todo lo hacemos con el cerebro. Así que es importante que esta área nueva en el mundo no quede restringida en los científicos, en el laboratorio, y sea debatida por la sociedad.
¿A qué se debe el auge de la divulgación de esta ciencia en la sociedad?
Se debe a varios factores: en primero lugar, se trata de un fenómeno internacional. Estamos aprendiendo mucho más de cómo funciona la mente. Otra cosa que ocurrió es que Estados Unidos y los países más desarrollados de Europa han puesto a la neurociencia como prioridad, con políticas de Estado. Además, hay dos cosas que le interesan a la gente: primero, la cuestión de cómo funciona la memoria, cómo tomamos decisiones y cómo las emociones regulan la conducta. Segundo, las enfermedades del cerebro son la principal causa de discapacidad en el mundo, más que el cáncer y que la enfermedad cardiovascular. Todos conocemos a un familiar o a un amigo con un problema desde pánico o ansiedad, traumatismo de cráneo, Alzheimer, y esto no solo afecta al paciente sino a la familia, así que hay varios motivos por los cuáles se están divulgando las neurociencias. Estos conocimientos tienen que ser problematizados por la sociedad: porque los avances en el entendimiento de la mente –y de cómo manipularla- generan un debate ético y moral que tiene que exceder a los neurólogos y neurocientíficos: tienen que debatirse en la sociedad.
¿Cómo es el “cerebro argentino”?
Biológicamente es igual que el cerebro de un ruso, un brasilero o un japonés. Pero, aunque parezca paradójico, la cultura, las experiencias como sociedad, las historias y las memorias colectivas influyen en cómo sentimos, pensamos y decidimos. Lo que hacemos es contar que la gente que nos rodea, la gente de nuestra sociedad, influye en la manera que pensamos creando esquemas mentales. Entre los que nosotros encontramos, está el hecho de pensar más en el corto plazo que en largo plazo: el futuro está impregnado de presente pero el presente también debe estar impregnado de futuro. Acá nos concentramos en el presente, siempre; otro sesgo es pensar que tenemos un destino de grandeza, pensar que, como somos ricos en recursos naturales, nos va a ir bien. No, nos va a ir bien si trabajamos, si nos educamos, si creamos universidades como esta, si tendemos al bien común. Otro sesgo, que definimos como sesgo argentino, es la tolerancia a la corrupción. El cerebro de un dinamarqués no es más corrupto que el nuestro, pero allá hay sanción social, castigo, y también tenemos que mejorar este aspecto. Nosotros, humildemente, damos pie a algunos sesgos pero también invitamos a los argentinos a que se imaginen los otros sesgos, a que piensen porqué no podemos lograr el desarrollo.
¿Cómo influyen las neurociencias dentro de la educación?
Muchísimo. El cerebro humano básicamente aprende cuando algo nos inspira, nos motiva y nos parece un ejemplo. Así que este y otros datos van a ayudar desde la neurociencia a la educación. Pero sería un error, como neurocientífico, decirle a los docentes, porque yo sé del cerebro: “Ustedes tienen que enseñar así”. Nosotros no sabemos que pasa en el aula, lo que tenemos que hacer es trabajar codo a codo, humildemente, para una educación mejor.
¿Cómo evalúa el rol de los medios a la hora de divulgar las neurociencias?
Las neurociencias cognitivas son un área nueva en Argentina y su difusión es una tarea que corresponde a los periodistas, sí, pero también a los científicos que, cuando algo nos parece mal, tenemos que levantar la voz. En Estados Unidos, había compañías que trataban de vender entrenamientos de estimulación cerebral con computadoras y juegos. Los neurocientíficos se reunieron y escribieron en el New York Times y en revistas de divulgación que dicho tratamiento no tenía evidencia científica. Hay que alertar a la población de que puede usarse el prestigio de la ciencia como marketing.
¿Cree posible una integración entre este tipo de ciencias y las ciencias sociales?
Debemos hacer una integración. Hay un trabajo que se publicó en Science que estudiaba patentes y miles de papers y se dieron cuenta de que el conocimiento se hace en grupo y que el futuro es la transdisciplinariedad. El conocimiento hoy ya no es tan individual como lo era antes: hay mucho conocimiento que se genera en equipo y entre disciplinas.