Cien años de Machu Picchu para el mundo
Un rumor. Comentarios al pasar. El conocimiento de los habitantes del Cusco guió a Hiram Bingham hasta Machu Picchu, esa construcción de piedra que se erige entre las montañas peruanas.
Agencia CTyS (María Laura Guevara) Han pasado 100 años desde aquel 24 de julio de 1911, cuando el explorador norteamericano dio a conocer esta misteriosa ciudadela al mundo occidental.
“Hiram Bingham llegó al valle del Uribamba y escuchó lo que contaban los lugareños de la ‘ciudad perdida de los incas’”, relata Graciela Dragoski, especialista en culturas precolombinas de la UNLaM: “Los lugareños sabían perfectamente que eso existía. Es más, ellos la recorrían y utilizaban. Se descubrió para el mundo occidental, nunca fue ignorada por la gente del lugar”.
Bingham, que entonces se desempeñaba como profesor de la universidad norteamericana de Yale, llegó al Cusco buscando Victos, el último refugio de los incas rebeldes, en la selva de Vilcabamba.
En 1906, llegó al Perú y, con la ayuda de guías locales, se topó con lo que hoy se conoce como las ruinas de Choquequirao. No conforme con esto, volvió a Estados Unidos, recibió el apoyo financiero de la National Geographic junto con Yale, y organizó un segundo viaje.
Al regresar, en julio de 1911, Bingham finalmente llegó a la cima del cerro de Machu Picchu y se encontró con la ciudadela que hoy es visitada a diario por tres mil turistas. El hallazgo se hizo público meses después, aunque, como el mismo Bingham admite en su biografía, no fue él el primero en pisar aquella maravilla arqueológica.
Daniel Schávelzon, en el artículo “Escribiendo en la pared: los relevamientos de graffiti y su significación arqueológica” cuenta que el norteamericano encontró en el Picchu inscripciones de expediciones anteriores que se efectuaron entre 1812 y 1834.
Por otra parte, Fernando Soto Roland, profesor de Historia y transformaciones del Siglo XX de la Universidad Nacional de La Plata sostiene “en las escrituras coloniales del Siglo XVII ya aparece nombrada la ciudadela de Machu Picchu”.
Entonces, ¿En qué radica la importancia de este hallazgo? El mundo occidental desconocía su existencia, y la importancia de su “aparición” se relaciona con la visión de lo “exótico” que tenía de todo lo precolombino, herencia del romanticismo.
“El descubrimiento hay que ubicarlo en el contexto de los estudios de las culturas precolombinas porque lo precolombino aparece como un elemento exótico”, explica Dragoski.
En un principio, las ruinas aparecen como el testimonio de un tiempo mítico, que inspira a artistas, intelectuales, más que como objeto de estudio científico. Es recién en los albores del Siglo XX que América pasa a ser estudiada de manera científica.
Machu Picchu, lugar sagrado de los Incas
El complejo consta de dos partes: el Machu Picchu, o montaña vieja, y el Wayna Picchu, o montaña joven. Según los expertos, este asentamiento ubicado en la montaña vieja, que data del Siglo XV, fue construido para ser la última morada de Pachacútec, el gobernante Inca que convirtió en imperio a la cultura Quechua.
Se desconoce hasta cuándo permaneció el cuerpo del emperador Inca en el Picchu, zona donde se encuentra el santuario. Pero no caben dudas sobre su función: “era un lugar sagrado, fundamentalmente religioso”, asegura Dragoski.
En la ciudadela de Machu Picchu habrían vivido pocas personas -probablemente no más de 200 o 300-, todas ellas eran de alto rango y ligadas al linaje del Inca; es decir, eran descendientes del fundador del Tawantinsuyu, denominación que recibió el período imperial Inca, cuando se logró el máximo nivel organizativo y territorial.
Algunos expertos se animan a afirmar que Macchu Picchu también fue la última morada de Tupac Amaru, uno de los más recordados jefes de los Incas rebeldes.
El santuario propiamente dicho es una ciudadela conformada por palacios y templos, viviendas y depósitos, pero, sobre todo, por edificios que cumplían claramente funciones ceremoniales religiosas cuyos componentes más lujosos y espectaculares son los mausoleos labrados en la roca.
Algunos especialistas no conciben utilizar el término “ruinas” para hablar de este tipo de construcciones arqueológicas. “No son ruinas, son testimonios de una cultura determinada, en este caso, la Inca”, propone Graciela Dragoski, a cargo del Centro Cultural Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Lo tuyo es mío…
El centenario de Machu Picchu tuvo una coronación anticipada. En febrero pasado, la universidad de Yale finalmente accedió a los reiterados reclamos del gobierno peruano y decidió devolver los más de 45 mil restos arqueológicos, 350 de ellos con calidad de museo, que el “descubridor” Bingham se había llevado del Cusco.
El convenio de repatriación de los restos arqueológico contempla la creación de un museo y un centro de investigación en Cusco. La devolución se llevó a cabo gracias a la coordinación entre la Universidad de Yale y la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco. Hasta la llegada del acuerdo, la universidad norteamericana había rechazado todo pedido de devolución con el argumento de que estos restos arqueológicos habían sido exportados legalmente.
Para los peruanos, la recuperación del conjunto arqueológico tiene un sentido de reivindicación histórica, además de reforzar su identidad y su pasado.
Estas piezas forman una parte importante de los festejos que el Gobierno peruano planeó para todo el mes de julio. A ellos se sumarán expediciones científicas, muestras fotográficas, visitas abiertas a museos y el lanzamiento de una moneda conmemorativa.
Machu Picchu fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la ONU en 1983 y una de las nuevas maravillas del mundo en 2007.