Descubren en San Pedro restos de una nueva especie de cóndor
Investigadores del CONICET y del Museo Paleontológico de San Pedro hallaron partes del antebrazo de una nueva especie de cóndor. Los fósiles, de unos 30 mil años de antigüedad, ofrecen nuevas pistas en el árbol evolutivo y en la distribución geográfica de la especie.
Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM)- Los restos de un cóndor que vivió en la época en que la región pampeana estaba habitada por megamamíferos, hace más de 30 mil años de antigüedad, fueron hallados en la localidad bonaerense de San Pedro por personal del Museo Paleontológico de San Pedro “Fray Manuel de Torres”. Luego, el descubrimiento fue registrado por un equipo integrado por miembros del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados (LACEV), de la Fundación Azara y del CONICET.
Los fósiles fueron encontrados en una expedición conformada por José Luis Aguilar, Julio Simonini, Javier Saucedo, Matías Swistun, Bruno Zarlenga y Bruno Rolfo. Fue Rolfo, justamente, el que avistó restos del antebrazo en una pequeña lomada del Establecimiento la Paloma, ubicado en la costa del Río Paraná.
Los restos del animal en cuestión constan de un antebrazo incompleto con características únicas que, junto a su gran tamaño, indican que se trata de una especie desconocida. “Es un cóndor que, por el tamaño de los restos hallados de su ala izquierda, se estima que medía más de 3.60 metros, es decir, es un animal mucho más grande que el cóndor andino actual”, detalla José Luis Aguilar, director del Museo Paleontológico de San Pedro, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
Los cóndores y su historia
Federico Agnolín, investigador del CONICET e integrante del equipo, explica que los cóndores hoy en día se encuentran restringidos a dos especies:el cóndor andino (Vultur gryphus) y el cóndor de California (Gymnogyps californianus), que se encuentran en peligro de extinción y sobreviven en áreas montañosas de Norte y Sudamérica.
“Los fósiles del cóndor de San Pedro se suman al hallazgo de otros cóndores extintos que indican que este grupo de aves presentaba una distribución geográfica pasada mucho más amplia que la actual, incluyendo las pampas, las selvas brasileñas y ambientes costeros a lo largo de América”, detalla.
Hace aproximadamente unos 10 mil años, la mayor parte de esas especies de cóndores se extinguieron, y las que aún sobreviven quedaron restringidas a los ambientes andinos. La súbita extinción de estas aves ha sido adjudicada, a su vez, a la extinción de la megafauna, cuyos cadáveres proveían de alimento a estas aves carroñeras. Sin embargo, los investigadores creen que otros factores pudieron ayudar a dar el puntapié final que culminó en la extinción de los cóndores gigantes que dominaron los cielos en la Era del Hielo.
“Posiblemente los cambios climáticos, y la acción conjunta de los primeros cazadores humanos hayan sido los responsables de esa extinción. Los grandes mamíferos, más vulnerables que los pequeños a los cambios ambientales, habrían sufrido de manera drástica cualquier cambio climático”, señala Agnolín.
“Las aves de gran tamaño, al igual que los megamamíferos, tienen varias limitantes: requieren más alimento, y, por lo tanto, necesitan mayores territorios; tienen densidades poblacionales naturalmente bajas y una menor cantidad de crías pero con mayor tiempo de cuidado por parte de sus progenitores. Asimismo, son especies de desarrollo y crecimiento lentos. Todas estas características posiblemente hicieron a las aves gigantes del Pleistoceno más frágiles ante cambios drásticos en sus ambientes”, agrega.
El principio del camino
Cuando terminan las campañas, no termina la investigación. Ese momento, que, en realidad, es el punto de partida para empezar a entender el alcance del hallazgo, deja muchas preguntas para responder. “Al tratarse de un animal tan grande nos cuesta comprender, por ejemplo, cómo hacían para levantar vuelo en lugares de llanura en donde no podían aprovechar las corrientes de aire ascendente y salientes de las montañas”, plantea Agnolin, doctor en Ciencias Naturales.
“Además -agrega-, al tratarse de zonas con muy baja altura, surge la duda de dónde anidaban para evitar ser víctima de depredadores.”. Por su parte, Aguilar destaca que “en la provincia de Buenos Aires, este tipo de hallazgos resultan muy raros” y explica que, al contar con escasas piezas, aún no se pudo bautizar a esta nueva especie con un nombre propio.