Analizan las interacciones negativas entre la fauna autóctona y los seres humanos
El Grupo de Investigaciones en Biología de la Conservación estudia cómo ciertos factores culturales, a partir de la desinformación o los mitos, llevan a conductas que afectan de manera crítica a ciertas especies autóctonas, ya sea mamíferos carnívoros o aves rapaces y carroñeras. El rol de los medios y la necesidad de más educación ambiental, entre las principales herramientas para revertir el escenario.
Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS-UNLaM)- Los mitos, prejuicios y desinformación en torno a la fauna autóctona pueden generar un escenario crítico para la conservación de ciertas especies y su ambiente. Basta una escena para ilustrar el panorama: bajo la creencia de que las aves rapaces atacan masivamente al ganado, muchas personas comenzaron a usar venenos indiscriminadamente, generando la muerte de estas especies en grandes cantidades. La clave, sostienen los investigadores, es entender cómo y por qué se llega a esa decisión de utilizar veneno.
“Cuando se dan estas situaciones antagónicas, se habla de interacción negativa entre el ser humano y la especie en cuestión. Y hay varios factores para que esa interacción negativa tenga lugar. Por lo general, tanto en la ciudad como en el campo, las personas somos muy poco tolerantes ante la fauna que no conocemos bien y que percibimos que podría generarnos algún problema. La reacción más habitual es la persecución o desplazamiento de esas especies”, alerta Sergio Lambertucci, investigador principal del CONICET, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
Junto a su equipo de investigación, con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA- CCT Patagonia Norte), Lambertucci viene analizando, desde hace varios años, los factores que conducen a esa interacción negativa entre la fauna autóctona y la población. No es el único: los trabajos publicados sobre el tema, ya sea con aves rapaces o con mamíferos carnívoros, se incrementaron notablemente en las últimas décadas.
Para Lambertucci, estos escenarios son muy influenciados por los sesgos de información en torno a estas especies. A partir de un trabajo en Bariloche, el grupo analizó qué pensaban los pobladores locales sobre aves rapaces, incluyendo especies carroñeras, como águilas, cóndores, caranchos y chimangos, entre otros.
“Entrevistamos a habitantes de la región y muchos sostenían que este tipo de especies atacaban y mataban a su ganado y, luego, fuimos al campo a analizar si efectivamente esto era así. En campos con parcelas utilizadas por miles de ovejas sólo se observaron un puñado de eventos de interacción grave entre estas aves y el ganado. Es decir, una cifra considerablemente baja para la abundancia de ganado presente”, ilustra el investigador. Debe resaltarse que hay otros factores, como la sequía, el anegamiento o los parásitos y enfermedades infecciosas, entre otros, cuyo impacto en el ganado y la producción es muchísimo mayor que el de estas aves.
Lambertucci agrega que, incluso en el caso de interacciones graves, se podría tratar de ganado ya débil o abandonado al nacer, por lo que sus chances de sobrevivir no hubieran sido muy altas. “Estamos trabajando en la idea de que las aves rapaces tienen la capacidad de percibir a los individuos débiles, y por eso los atacan.
El problema con estas interacciones graves, advierte el experto, es que, en muchas ocasiones, las decisiones drásticas terminan siendo aun más negativas. “Al morir los carroñeros y no poder ‘limpiar’ los restos de materia orgánica en descomposición como los animales muertos, esa carroña termina convirtiéndose en hábitat para microorganismos patógenos. Y esos restos son consumidos por especies como ratas o perros, que pueden transmitir enfermedades al ambiente”, comenta Pablo Plaza, investigador integrante del GRINBIC.
Luego de esos trabajos, los investigadores publicaron otro estudio donde analizaron este tipo de interacciones negativas entre fauna autóctona y habitantes en toda Sudamérica, a partir del análisis de 136 publicaciones científicas. Con mayor presencia de datos en Argentina, Brasil, Chile y Colombia, los estudios daban cuenta de interacciones con grandes félidos (panteras y pumas) y con otros mamíferos depredadores.
“Como factores a destacar, se encuentran las percepciones de impacto sobre la economía, como la pérdida de ganado o de cultivos, o los aspectos no materiales, como miedos, mitos y creencias religiosas. Y aunque se propusieron estrategias no letales para mitigar las interacciones negativas, la mayoría no se utiliza ampliamente y los controles letales siguen siendo muy comunes”, advierte.
Medios y educación, aliadas indispensables
Para Lambertucci, la clave para entender este tipo de interacciones negativas está, muchas veces, en la información –errónea o sesgada- que se replica en los medios de comunicación.
“Hicimos dos trabajos, donde mostramos, por ejemplo, cómo muchos medios a veces magnifican y reproducen noticias con percepciones erróneas o incluso falsas o fake news. Incluso eventos esporádicos como la observación de un ave rapaz atacando al ganado pueden viralizarse, tomándose como una generalidad. Encontramos que las noticias reales y con connotación positiva tienen muchísima menos visualización que las negativas que, en muchísimos casos, están exageradas, mal contadas o incluso pueden ser inventadas”, agrega Fernando Ballejo, también integrante del grupo.
Por otra parte, y como aspecto positivo, los investigadores consideran que, en los últimos años, creció el interés por la fauna autóctona y el interés por implementar su enseñanza en ámbitos educativos.
“Si bien mejoró, porque hay más bibliografía, más interés y más conciencia por estas temáticas, sigue habiendo, en términos muy generales, muchas falencias para hablar en torno a la flora y fauna nativa o a problemáticas ambientales locales. Solemos contar con más información de la fauna exótica que de la nuestra”, asegura Lambertucci.
Para el investigador, son necesarios enfoques multidisciplinarios, basado en diversas acciones -mejorar las prácticas ganaderas, realizar programas educativos, aumentar la participación de las partes interesadas y proporcionar soluciones a los agricultores-, que minimicen las interacciones negativas y promuevan la coexistencia entre los seres humanos y la fauna silvestre.
“Todo esto es clave para conservar las especies amenazadas, mantener las interacciones ecológicas y entornos saludables que a su vez hagan que las personas vivamos mejor y más conectados con la naturaleza tanto en Argentina como en otros espacios de Sudamérica y del mundo”, concluye.