Volver al aire libre
Un becario y dos investigadores del CONICET analizaron los efectos que el confinamiento por COVID-19 tuvo en distintas especies de aves y mamíferos voladores a nivel global. Además, propusieron generar políticas de reactivación económica que puedan reducir el impacto de la actividad humana en la biodiversidad aérea de cara al futuro.
Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM) – Los primeros meses de la pandemia trajeron, en algunas regiones y ciudades del mundo, la sensación de que distintas especies de animales estaban comenzando a ocupar de otra forma espacios anteriormente tapados de tráfico, polución y luz artificial.
Ese breve periodo de “apagón” de las actividades generó, en efecto, verdaderos cambios: disminuyeron las emisiones de gases de efecto invernadero a niveles históricos y mostró rápidamente los beneficios de reducir el uso de combustibles de origen fósil. Desde Argentina, un equipo de investigadores analizó el impacto de este suceso inédito en el hábitat aéreo y compiló una serie de evidencias para proponer estrategias de conservación y producción sustentable de cara a la puesta en marcha del mundo post COVID-19.
“Aprovechamos esta suerte de experimento llamado antropausa, -o sea, la interrupción abrupta en los sistemas de producción y movilidad alrededor del planeta a causa del coronavirus- para ver qué repercusiones tuvo en el hábitat aéreo en particular”, adelantó a la Agencia CTyS-UNLaM el becario doctoral y primer autor del estudio publicado en la revista Trends in Ecology & Evolution, Santiago Zuluaga.
Pensar el aire
El trabajo de Zuluaga (INCITAP-CONICET-UNLPAM), junto a los investigadores Sergio Lambertucci y Karina Speziale (INIBIOMA, CONICET-UNCOMA), se suma a unos pocos trabajos que han comenzado a poner énfasis en la “aeroconservación”, es decir, en la consideración del espacio aéreo como un hábitat en sí mismo, con sus condiciones ambientales variables y biodiversidad, para fomentar su uso de manera responsable.
En su estudio, los científicos destacaron que parte de las especies que brindan servicios ecosistémicos claves -como la polinización de las plantas, la dispersión de semillas y la limpieza del ambiente- son aves, mamíferos voladores (como los murciélagos) e insectos, que logran hacer frente a la fragmentación de los hábitats terrestres por su capacidad de volar.
Pero el aire no está exento de disturbios, y este trabajo resalta cuánto afectan aquellos que ya son parte del paisaje cotidiano de la ciudad: las construcciones, las distintas formas de contaminación y nuestras formas de desplazarnos. “Si nosotros continuamos perturbando las condiciones del viento, de calidad del aire y demás, hay una biomasa gigante de insectos, aves y mamíferos que no va a lograr cumplir su rol en ambiente, y eso repercutirá en los ecosistemas y en nosotros mismos”, advirtió Lambertucci.
Un cambio breve, pero radical
Uno de los factores de disturbio aéreo que señaló Zuluaga tiene que ver con la contaminación sonora de las grandes urbes. “El ruido impacta fuertemente a la fauna. Muchas aves se comunican con el canto y, gracias a eso, se pueden hacer visibles y reproducirse. Si hay mucho ruido, se afecta la comunicación entre ellas y por ende procesos que son importantes para los ecosistemas en su conjunto, como la reproducción, la dispersión, entre otros”, ejemplificó.
En esa línea, el trabajo cita un estudio publicado en la revista Science en octubre del 2020, en el que se revela cómo la reducción del sonido producido por el tráfico durante la cuarentena favoreció a los gorriones en el Estado de California, Estados Unidos, ya que les permitió hacer cantos en frecuencias anteriormente ocupada por el ruido de los vehículos, y así producir un canto más “efectivo”, cubriendo mayores distancias. Por otro lado, las aves también se vieron beneficiadas por el descenso del tráfico aéreo durante el confinamiento, ya que se redujeron los choques contra aeronaves.
Respuestas después del silencio
Las distintas cuarentenas también aminoraron los efectos de la contaminación lumínica y la polución en las ciudades, pero el efecto más categórico de la gran “antropausa” tuvo que ver con una disminución pronunciada en la demanda energética y en las emisiones de gases de efecto invernadero, factores que mueven la aguja del cambio climático.
“Los estudios sobre emisiones de dióxido de carbono, dióxido de nitrógeno, azufre y otros compuestos mostraron un cambio positivo en el hábitat aéreo”, agregó el Zuluaga. Además, señaló que la caída en el tráfico aéreo y terrestre, actividades que acaparan casi el 60 por ciento de la demanda mundial de petróleo, explica en gran medida ese fenómeno.
Según un informe de la International Energy Agency (IEA), citado por los autores, los países que se encontraban bajo cuarentena al comienzo de la pandemia mostraron, para mediados de abril del 2020, “una disminución promedio del 25 por ciento en la demanda de energía por semana” que, en el caso de los Estados con un confinamiento parcial, rondaba el 18 por ciento.
Con estos datos, los investigadores subrayaron que la pandemia por el COVID-19 puso sobre relieve la relación íntima entre las acciones humanas y el equilibrio ambiental, y expresaron que, para enfrentar este panorama, la experiencia de la antropausa puede ayudar a pensar en nuevas formas de producir y consumir que aminoren la carga sobre el ambiente y den espacio para su recuperación.
La pregunta, entonces, es cómo emprender ese “regreso” a la “normalidad”. Zuluaga, Speziale y Lambertucci plantean dos caminos posibles: que nada cambie, con las consecuencias negativas que esto tendrá, o que se aproveche la oportunidad para “volver mejores”. Es decir, tomar acciones que permitan la reactivación económica de manera sostenibles, considerando la crisis climática actual y futuras pandemias.
Con el ejemplo del espacio aéreo, Lambertucci exhortó a generar diálogos y que la conservación sea necesariamente tenida en cuenta por otros sectores. “Hay que buscar un equilibrio que no sea ni problemático para las especies ni para los seres humanos, pero para eso tiene que existir una interacción con muchísimos actores. Hablar de conservación del aire sin dialogar con las empresas de aeronáutica, de drones y de energía eólica, o sin incluir a los legisladores y otros actores, no alcanza”.
Por ejemplo, en lo que respecta al tráfico aéreo, los investigadores vienen proponiendo la creación de reservas aéreas dinámicas para proteger a las aves migratorias, el cambio del avión por otros medios de transporte en distancias cortas, la sustitución del combustible de origen fósil por energías limpias y la utilización de infraestructuras amigables con la fauna.
En esa línea, resaltaron la necesidad de incrementar la economía circular, la agroecología, el comercio, generación y consumo de bienes locales, el impulso de la eficiencia energética en las ciudades y el control estricto de la polución.