Alarma y crítica por el panorama en Ciencia y Tecnología
Continúan las críticas y reclamos de la comunidad científico-académica en contra del ajuste, el recorte de presupuestos y cambio de rango del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva a Secretaría. Opiniones de investigadores a nivel multidisciplinar y federal.
(Agencia CTyS-UNLaM) Luego de la degradación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva a Secretaría, y de las voces de opinión emitidas ayer, la comunidad científica continúa expresando su preocupación de cara al futuro en declaraciones a la Agencia CTyS-UNLaM.
Doctor Rodrigo Díaz, investigador del Instituto de Astronomía y Física del Espacio (CONICET-UBA)
La conversión del MinCyT en Secretaría es una medida que, además de las consecuencias prácticas, tiene un fuerte impacto simbólico. La fusión con Cultura y Educación parece mostrar la intención de querer alejar a la Ciencia y Tecnología del proceso productivo del país.
En la práctica, mi trabajo en el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (CONICET-UBA) ya se ha visto afectado por la disminución en los subsidios, en el número de becas doctorales y la perspectiva deteriorada de una carrera de ciencia para los estudiantes que terminan su carrera de grado.
Estimo que la nueva situación del Ministerio conllevará seguramente una disminución de financiamiento para grandes proyectos y otras reducciones que perjudicarán la competitividad de la ciencia argentina y dificultarán todavía más el trabajo en investigación en el país.
Doctor Damián Álvarez Paggi, investigador del CONICET en el Instituto Leloir y docente de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA
La degradación del MinCyT es un acto simbólico por partida doble. Se ejecuta como una componente más de un paquete de medidas con consecuencias que transversalizan prácticamente todos los sectores socioeconómicos del país, pero que en sí misma no contribuye absolutamente en ningún tipo de ahorro real para el Estado y solo puede entenderse como una señal de voluntad de ajuste. Sin embargo, el momento en el que ocurre la degradación del MinCyT parece guionado, ya que simboliza la culminación de un proceso acelerado de deterioro en materia de Ciencia y Técnología en el país. Hoy cualquier persona de la comunidad académica, en cualquier instancia de su carrera, se encuentra severamente afectada ya que todas las componentes de la matriz científica están drásticamente dañadas. Las clases se dictan en facultades con serios problemas presupuestarios. Los docentes universitarios cobran un sueldo extremadamente bajo.
Los estipendios de las becas doctorales y postdoctorales son igualmente pobres. El ingreso a la Carrera de Investigador de CONICET está lejos de la normalidad. Las unidades ejecutoras de CONICET no están recibiendo los fondos necesarios para su funcionamiento. Las cuotas de los subsidios para llevar adelante las tareas de investigación no se están depositando y la devaluación de éste último año los dejó prácticamente sin poder adquisitivo real. Sería un error buscar la raíz de éstas dificultades en el ámbito económico, ya que la ciencia argentina cuenta con un presupuesto ínfimo, y solo pueden comprenderse como una política de Estado.
“Producir” un científico es un proceso de incubación muy larga, que requiere la participación de diversos actores a lo largo de muchos años. Idealmente, un científico debería ser visto como un activo valioso capaz de producir conocimiento con alto valor agregado. Es así como son vistos en los países de mayor desarrollo económico del mundo. La realidad indica que hoy, en Argentina, no es así. Sin embargo, además de recursos, somos humanos. La vertiginosa sumatoria de adversidades no hace más que producir una profunda sensación de desaliento, desconcierto y pérdida de horizonte. Una sensación que no se circunscribe únicamente a los acontecimientos que ocurren en el ámbito científico, si no que acompañan a la totalidad de la realidad del país hoy. Inevitablemente algunos se irán sin la perspectiva inmediata de volver. Otros que pensaban volver, lo dudarán. Los que permanezcan, harán lo que pueden con lo que tienen. Sin embargo, de situaciones más adversas ha reverdecido el sistema científico argentino. No necesitamos de “grandes científicos”, si no de grandes personas trabajando con un objetivo común en todos los sectores de la sociedad, principalmente el científico y el político, para lograr detener y revertir ésta situación. Difícil, sí. ¿Imposible? No.
Pablo Rodríguez, Doctor en Ciencias Sociales, Investigador Adjunto de Conicet, Instituto de Investigaciones Gino Germani
Mi hijo de 10 años me preguntó ayer en la cena por la inflación, abrumado por las charlas sobre economía de sus padres en estos días aciagos. Le respondimos explicándole la ley de la oferta y la demanda, y yo usé el ejemplo del precio relativo del café en los diversos bares a los que suelo ir a la tarde a trabajar cuando mis hijos están en casa. “¿Y por qué no tenés oficina?”, siguió. Porque mis empleadores, Conicet y la Universidad de Buenos Aires, no me pueden ofrecer una.
Ojalá ese fuera el problema: una situación sin dudas anómala, que hemos naturalizado en Argentina pero que sorprende no sólo en los países del hemisferio norte, sino también en el sur. En realidad, la cuestión es si podré seguir pagando cafés; casi no hay bibliotecas en condiciones a donde ir, y si las hay están abarrotadas entre otras cosas por los precios en los bares circundantes.
Hoy un gobierno decide que su acción simbólica –dado que su impacto “de ahorro” es insignificante—hacia la ciencia y la tecnología es degradarla políticamente de ministerio a secretaría, así como las sucesivas reducciones de la inversión en el área destruyen lo que había aunque equivalgan a apenas unos centavos de un solo bono de esos que inventan los “magos” de las finanzas. En los ’90 esta dinámica estaba dominada por la quimera del “Primer Mundo”, donde hay oficinas, bibliotecas y cafés. Así provocaron antes la famosa “fuga de cerebros”. Y así lo hacen ahora, sin siquiera ofrecer una tierra prometida.
Amaicha Mara Depino, doctora e investigadora del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (UBA-CONICET)
Me recibí de bióloga en marzo de 1999, y mientras veía como toda mi camada se iba del país o de la ciencia, tuve la rara oportunidad de presentarme y ganar una de las pocas becas de doctorado que había en ese momento. Cobré $714 (hasta que me sacaron el 13%) durante 5 años en los que trabajé un promedio de 10 horas por día, incluyendo muchísimos fines de semana. Creía, y creo, que con mi trabajo puedo devolver al país lo que invirtió en mi educación desde los 13 años, transformado y enriquecido. Superamos el 2001, creando líneas de investigación originales, a pesar del poco apoyo.
Luego vinieron años de inversión, de reconocimiento de nuestro trabajo, me asombré y emocioné cuando en la ferretería escribieron CONICET en la boleta sin preguntarme qué era eso, sino preguntándome qué investigaba, vi aquellos amigos que se habían ido empezar a volver, me fui y volví, dirigí estudiantes de doctorado, estuve y estoy orgullosa de lo que hacemos los científicos argentinos y lo dije públicamente en conferencias internacionales... Hoy veo cómo mis estudiantes, ex-estudiantes y colegas empiezan a buscar trabajo afuera, tengo que reconocer internacionalmente un desfinanciamiento que me impide participar de congresos internacionales o publicar en la revista que considero mejor para lo que hemos descubierto. La baja de rango del ex MinCyT no es sólo eso, es el blanqueamiento de una no política científica de los últimos dos años que está destruyendo todo lo que con muchísimo esfuerzo construimos. Para dejarnos a la mayoría sólo las opciones de emigrar o convertirnos en ñoquis.
Doctora Gabriela Canziani, Investigadora Independiente del CONICET en el Instituto Leloir.
Déjà vu. El sistema productivo busca lo que es rápido y una inversión redituable a corto plazo. Si es mínima y con el mayor rédito, mejor. El conocimiento, el descubrimiento y la innovación son lentos y el costo es una inversión a largo plazo pero segura. Este es el precipicio que nos separa aunque ambos deberían coexistir.
Como investigadora del CONICET obviamente estoy convencida que el progreso del conocimiento por la investigación y el estudio alimenta ese conocimiento que es útil muchas áreas productivas, más que a la ciencia y a la tecnología per se.
Se beneficia la salud, la alimentación, el ambiente y con ellos todas las facetas de la vida de los argentinos: el arte, la música, la cultura nacional, la cultura del trabajo disciplinado, la educación mediante la modernización de los métodos de enseñanza, y muchos aspectos del aprendizaje. Pero más que todo, la ciencia y la tecnología promueven la creación de nuevas fuentes de trabajo…
He tenido oportunidad de ver en las comisiones de evaluación en las que he participado en los últimos cinco años un incremento sostenido de la calidad y diversidad de los proyectos en tecnología, en todas las áreas que se les ocurra pensar (salud, materiales, nanomateriales, aceites industriales, instrumentos de precisión, alimentos, remediación ambiental, pesquería, agroindustria...). Ideas valiosas y aplicables demostrando cómo la inyección de subsidios, esto es “una inversión” en el valor del conocimiento, da frutos.
Claro, tomó tiempo.
Cortarlo no significa que se puede volver a empezar “pronto” como si nada. Parece un déjà vu. El descreimiento de la inversión en Ciencia y Tecnología es grave… ¿para qué buscar un voto de confianza de todos los argentinos?
Doctor Rodrigo Gonzalo Parra, Bioinformático, Postdoctorado en European Molecular Biology Laboratory (EMBL-Heidelberg, Alemania)
Con 30 años, viví mi infancia en la época de la pizza y el champagne; época en la que entre otras cosas, si eras artista o científico estabas condenado a ser un hippie muerto de hambre.
Comencé la Facultad, en la FI-UNER, un año antes de la creación del MinCyT, en 2006. Durante el grado viví el florecer del sistema científico. Desde el Estado decían que la ciencia era importante, empezábamos a escuchar acerca del CONICET, nuestros profesores nos decían que cuidáramos el promedio y que nos presentáramos a becas doctorales. En 2010, les dije a mis padres que, mas allá de las dudas que les generara, yo quería ser científico y me iba a presentar al CONICET para ir a hacer el doctorado en Buenos Aires. En 2011, arranqué a trabajar por 5 maravillosos años en un laboratorio de la FCEyN UBA. Subimos en rankings, muchos ganaron premios y obtuvieron muchos hitos más.
Me doctoré en 2016. Como tantos antes que yo, me fui del país para perfeccionarme y volver. En medio de mi estadía, decidí no presentarme a carrera del CONICET como tenía planeado ya que había comenzado el desguace del sistema científico que culminó en estos días con la eliminación del MinCyT. Como joven, siendo una mezcla de impotencia, bronca y desilusión. Me siento un iluso, por haber confiado en que por una vez era posible no retroceder, que las conquistas no se podían perder y que una Argentina normal era posible. De chico no creíamos en la política, era algo sucio, mezquino y ajeno. Nos hicieron enamorar de la ciencia, confiamos, dedicamos años de nuestras vidas y ahora nos sacaron nuestro mayor orgullo, el MinCyT. No sabemos si podremos volver a trabajar en condiciones decentes en nuestra patria. Va a ser extremadamente difícil volver a confiar…muchos se van a ir y, lamentablemente, pocos, tal vez, volverán.
Alfonso Soler Bistué, doctor en Química Biológica e Investigador Adjunto de CONICET en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la UNSAM
La ciencia en Argentina es un bien estratégico que no podemos darnos el lujo de desperdiciar. Al desarrollo con una mejora de los niveles de vida se puede llegar por varios caminos (industrialización acelerada como Corea, aprovechamiento de recursos naturales como Noruega, Canadá, Australia o Nueva Zelanda), pero lo que siempre es necesario es Ciencia. Pero, además, la ciencia es un bien cultural invaluable ya que construye identidad nacional y tiene la posibilidad de intervenir en el debate público para ayudar a tomar mejores decisiones de política pública (por ejemplo, la intervención del doctor Kornblihtt en el debate sobre la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo). En este contexto, la eliminación de recursos en salud o trabajo es una reducción de la calidad de vida inmediata de la población. Pero, además, quitar fondos a Educación (y Universidad) y Ciencia es hipotecar el futuro y el presente (en el caso de INVAP y CONAE), donde ya se están logrando exportaciones de alto valor agregado trabajo-intensivas.
Se están sub-ejecutando y recortando entrada de nuevos investigadores y becarios. Las partidas de investigación (Agencia) no se están ejecutando o se ejecutan con mucho atraso. Las inversiones en equipamiento pesado se han detenido. Y lo peor es que no se puede viajar al exterior a usar los "fierros" ajenos porque se han interrumpido súbitamente los fondos de viaje por convenios internacionales. Lo más grave es que nuestros estudiantes y discípulos están muy desilusionados, pensando en alejarse de las vocaciones científicas o, lo que es mas grave, pensando en emigrar. El equipamiento y los insumos se consiguen rápido, los científicos cuesta lustros formarlos.