La Universidad como un Derecho Humano Universal
Eduardo Rinesi, ex Rector de la UNGS, destaca esta concepción que amplía la educación superior a "las grandes mayorías", con el ejemplo de las universidades del Conurbano, pero lamenta el "contexto de mucha hostilidad" que plantea hoy el Gobierno Nacional hacia el sistema universitario.
Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS-UNLaM)- Filósofo, politólogo e intelectual argentino, Eduardo Rinesi cuenta con una amplia trayectoria académica en materia de educación superior, avalada además por su experiencia como rector en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
En el marco de los debates por el centenario de la Reforma Universitaria y de su reciente participación en la CRES (Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina y el Caribe) 2018, Rinesi dialogó con la Agencia CTyS-UNLaM sobre la evolución de la universidad argentina en los últimos cien años y las mejores formas de articulación con la sociedad, entre otros de sus desafíos.
A la luz de los distintos debates que se han dado por motivo del centenario de la Reforma, ¿hacia dónde cree que se dirige la Universidad Pública y cuáles son, o deberían ser, sus próximos objetivos?
Es difícil decir adónde se dirige la universidad pública. Depende de nuestras capacidades, de nuestras militancias y de las orientaciones políticas que seamos capaces de darle a esas instituciones, que tienen además la peculiaridad de ser instituciones que se autogobiernan, que son autónomas. Hay que perseverar en la idea de que las universidades tienen que garantizarle al pueblo la formación de los mejores profesionales que ese pueblo necesita, la producción de conocimiento que ese pueblo necesita y la articulación con las organizaciones sociales, políticas, territoriales, culturales en las que ese pueblo se organiza. Hay que seguir avanzando en esa dirección, en un contexto de mucha hostilidad del Gobierno Nacional hacia el conjunto del sistema universitario nacional, y hacia algunas universidades en particular. Nuestras universidades tienen que seguir siendo cada vez mejores, con cada vez más estudiantes y cada vez de mejor nivel y eso tenemos que hacerlo hoy, lamentablemente, en un contexto en el que las políticas públicas hacen todo lo que pueden por volvérnoslo difícil.
¿Cómo analiza el impacto y la influencia de nuevas universidades, por ejemplo en el Conurbano, pero también a lo largo del territorio?
La ampliación del sistema universitario argentino a lo largo de las últimas décadas es muy importante por todo tipo de razones, y una de ellas es que ha vuelto más verosímil y menos abstracta la idea de la universidad como un derecho. Hoy en todas las provincias argentinas hay una universidad pública; hoy no hay ningún joven argentino que no tenga una universidad pública, gratuita y buena a más que un rato razonable de viaje de la casa. Eso vuelve mucho más efectivo y cierto el derecho a la universidad que decimos que le asista a los jóvenes. En ese sentido, la existencia de un conjunto de universidades en el Conurbano bonaerense es, por supuesto, una excelente noticia, en la medida en que ese Conurbano es una zona densísimamente poblada. Pero no le daría a ese conjunto de universidades un estatuto diferencial respecto al conjunto de universidades de país entero, porque hacerlo suele llevar muy rápidamente a un conjunto de estigmas o de caracterizaciones muy apresuradas, como la que a veces lleva a pensar (críticamente por algunos, orgullosamente para otros) que estaríamos ante unas universidades “para pobres”. Y no. No hay ni debe haber universidades para pobres. Las universidades que tenemos sirven y deben servir para que ciudadanos de las más diversas clases sociales puedan ejercer en esas universidades, en los más altos niveles de calidad (sea como sea que después esa calidad se mida: ese es otro asunto, que no interesa acá), un derecho humano que los asiste.
A lo largo de estos últimos 100 años, ¿cómo ha evolucionado la Universidad en su función social, más allá de la educación?
En realidad, las dos cosas son inseparables. A lo largo del siglo XX, la Universidad ha cumplido tres funciones que están muy expresamente indicadas en los grandes documentos que nos deja la Reforma. La primera es la de la formación. Me parece que allí lo interesante para destacar es el modo en que esa formación ha ido alcanzando, a lo largo de este último siglo, a una creciente cantidad de capas sociales. La universidad, hoy, es un nivel educativo mucho más democratizado que un siglo atrás. La Reforma Universitaria fue un movimiento de fuerte democratización de la vida interna de las universidades, pero lo cierto es que no postuló la idea de que la Universidad pudiese ser pensada como un nivel educativo alcanzable por grandes mayorías. Hoy, la idea de que la Universidad es un derecho universal es una idea que nos pone un poco más cerca de la posibilidad de pensar que una cantidad grande y creciente de jóvenes de distintos estratos sociales puedan acceder a la universidad. La idea de que la universidad es un derecho responsabiliza al Estado, y no en abstracto, sino, concretamente, a los gobiernos de los Estados, a desarrollar políticas que garanticen la posibilidad del ejercicio efectivo y cierto de ese derecho por todo el mundo.
¿Y en relación a las otras dos funciones?
La segunda función de la Universidad es la producción de conocimientos. También, a lo largo de este siglo, hemos ido avanzando en un sentido que nos permite pensar hoy que la investigación no es ni puede ser apenas la investigación desarrollada dentro de los muros de la Universidad y para consumo de sus propios habitantes, sino que tiene que alcanzar también, y ser de provecho, a los distintos actores de la vida social, de la vida política, de la vida cultural, de los distintos niveles del Estado y de la actividad productiva. Pensar la universidad como un derecho también es entender que el pueblo que pagando sus impuestos sostiene el trabajo investigativo de la universidad tiene que poder beneficiarse con los resultados de ese trabajo.
Y, por último, está la clásica función que los estudiantes reformistas de 1918 llamaron “de extensión”. Esa palabra hoy, por muchas y muy buenas razones, nos parece necesario revisarla. Incluso los estatutos de las universidades de creación más reciente eligen muchas veces reemplazarla por otras expresiones, como “articulación social”, “compromiso social” o “compromiso universitario”. Es necesario seguir insistiendo en la idea de que la universidad debe tener sus puertas abiertas: no sólo hacia fuera para dejarnos salir a nosotros, los universitarios, hacia el mundo, sino también hacia adentro, para que sea el mundo, con sus problemas, sus demandas, sus exigencias, sus reclamos y sus tensiones, el que penetre en la universidad y la enriquezca desde adentro.