Un siglo entre el dolor y la lucha por la memoria
Se cumplen 100 años del Genocidio armenio, proceso llevado a cabo por el desaparecido Imperio Turco Otomano y que se cobró la vida de más de un millón de personas. Las causas de esta masacre, los mecanismos del negacionismo y la banalización del genocidio, en debate.
Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS)- Los números estremecen. Acaso la frialdad de las estadísticas se contradiga con el horror y con la difícil tarea de explicar lo inexplicable. De encontrar, en definitiva, las causas y razones a un proceso que terminó con la vida de más de un millón de armenios en manos del Imperio Otomano.
Han pasado exactamente 100 años del inicio de uno de los períodos más oscuros para el pueblo armenio y el presente parece demostrar que las tensiones y desencuentros se mantienen tan latentes como en sus orígenes. Y el ámbito académico no ha escapado a este intenso debate.
En este sentido, Celina Lértora Mendoza, investigadora del CONICET y especialista de la temática, apunta a la Agencia CTyS que es necesario estudiar de modo estructural las causas del genocidio armenio. “Que no nos limitemos a señalar las muertes sino que estudiemos cómo y por qué se han producido”, destaca la académica, doctora en Ciencias Jurídicas y en Filosofía.
Así, para la especialista, un enfoque de esta naturaleza permitiría una comprensión real de la situación, lo que llevaría a “tomar medidas para paliar los sufrimientos de los descendientes y que Turquía acepte la parte de la responsabilidad que le toca”.
Una Turquía sólo para turcos
Según apunta Lértora Mendoza, para encontrar las razones que llevaron a deportar a una enorme cantidad de armenios hacia las fronteras y que provocó la muerte de entre un millón y un millón y medio de ellos es necesario empezar a bucear en la historia y buscar los factores políticos.
“Durante mil años, turcos y armenios vivieron en una relativa armonía en el mismo territorio- explica la investigadora-. Los terrenos ocupados por el pueblo armenio habían sido invadidos en el siglo XI por las fuerzas turcas, que cuatro siglos después tomarían Constantinopla y establecerían allí la sede del Imperio Otomano”.
La expansión y apogeo del Imperio turco se verían detenidos a fines del siglo XIX. El punto de inflexión lo sería, pocos años después, una dolorosa derrota en la 1º Guerra Mundial, lo que le provocaría la pérdida de una gran cantidad de territorios y la firma de un pacto entre Inglaterra y Francia, en 1916, para establecer un régimen de protectorados para esa zona.
“En medio de este clima adverso, el sultanato empezó a perder poder y fue derrocado por una facción política denominada Jóvenes Turcos, quienes impusieron un régimen republicano e iniciaron una política de modernización”, relata Lértora Mendoza, quien agrega que uno de los principales objetivos de este grupo fue “armar una sociedad homogénea desde el punto de vista étnico, condenando el concepto de multitud de naciones y en pos de lo que sería una ‘turquización’ de Turquía”.
Bajo esta órbita política, todos los que se oponían se convertían en enemigos del pueblo turco. “Como no hubo acuerdo de parte de los Jóvenes Turcos con los líderes armenios, los primeros se inclinaron por las deportaciones, que incluyó todo tipo de violencia como golpes, fusilamientos y violaciones contra el pueblo armenio.”, detalla la académica.
Del negacionismo a la justificación
A lo largo de estos cien años, las políticas adoptadas por el gobierno turco con respecto a estos eventos fueron variando. Así, Lértora Mendoza reconoce tres grandes momentos o etapas en el último siglo.
“En un primer período se discuten los hechos, al punto tal que Turquía negaba que fueran tantas las víctimas. Incluso se defendía argumentando que las políticas de las deportaciones habían sido aceptables y que los responsables de los excesos durante las deportaciones habían sido juzgados y condenados”, resalta la académica.
El segundo momento tendrá como particularidad la negación del concepto de “genocidio”, al enarbolar argumentos tales como que la creación y definición de esta noción fue posterior a los hechos de 1915 o que para ser clasificado como tal, es necesario probar la existencia de una voluntad explícita del Estado para destruir una comunidad.
“Desde luego, esa voluntad es difícil de probar porque el Estado es un ente abstracto, funciona a través de sus funcionarios. Es algo poco común que algún funcionario salga a expresar que es el responsable del exterminio de un determinado grupo. Tal vez en el caso de Alemania y Adolf Hitler resultara claro, pero no es así en todos los genocidios”, aclara Lértora Mendoza.
La tercera y última etapa, iniciada durante la década de 1980, tuvo su base en la configuración de un campo de estudios turcos. “Allí se llegó a la conclusión de que si no se hubiera llevado a cabo el proceso de homogeneización impulsado por los Jóvenes Turcos, las fuerzas centrífugas de esa sociedad variopinta hubieran impedido la consolidación de un estado turco como tal”, especifica la académica.
Claro que el interés legítimo por la continuidad del Estado turco no parece justificar en ninguna medida la masacre del pueblo armenio, como apunta la doctora: “El problema no está en negarles el derecho a Turquía de mantener su Estado, sino en que en virtud de ese proyecto político se masacró a otro pueblo y se hizo caso omiso de sus derechos”.
Para Lértora, además, resulta muy perjudicial la banalización del concepto de genocidio, en lo que constituye, a su juicio, una estrategia más de negación. “A casi cualquier hecho se le llama genocidio, sea un asesinato, un crimen, un delito. Por supuesto, esto debe ser castigado, pero no todo es genocidio. Si todo es genocidio, nada lo termina siendo”, subraya.
Por eso es que, según la perspectiva de la académica, no se debe comparar el caso armenio con situaciones similares pero de distinto contexto u origen. “Para hablar del genocidio armenio se lo agrupa junto a hechos deplorables de la humanidad como el genocidio judío, las bombas atómicas, las dictaduras latinoamericanas, etc. Pero las responsabilidades en cada caso son diferentes, con distinto grado de responsabilidad. Si uno mezcla todo corre el riesgo de confundir todo y termina siendo más una frase de condolencia y duelo que de análisis crítico”, concluye.