Región Pampeana: entre la soja y la exclusión
La Food and Agriculture Organization (FAO), dependiente de la ONU, declaró el 2014 como el año de la agricultura familiar. La Agencia CTyS, detalla las condiciones socioeconómicas principales de las largas extensiones de las pampas argentinas, donde el agronegocio y los pequeños productores compiten en un mercado donde se excluye al pequeño agricultor tradicional.
Gaspar Grieco (Agencia CTyS) - Según el Foro Nacional de Agricultura Familiar (FoNAF), que aglutina a más de 900 organizaciones que se dedican a este tipo de producción a lo largo y ancho del país, la agricultura familiar es “una forma de vida” y “una cuestión cultural” que lucha por la “reproducción social de la familia en condiciones dignas”.
Aunque en ocasiones sufra del mal del olvido, la agricultura familiar tiene un rol clave en el desarrollo de las economías regionales y la producción nacional. De hecho, hoy el 65 por ciento de los productos agropecuarios son familiares y representan el 20 por ciento del PBI agrícola. Por ejemplo, el 88 por ciento de la mandioca, el 77 por ciento del ganado caprino, el 49 por ciento de los porcinos y el 62 por ciento de la yerba mate, circulan en el país gracias a este tipo de producción.
En todo el territorio nacional, un gran número de agricultores familiares se encuentran socialmente desfavorecidos por el avance del agronegocio. En la Región Pampeana, particularmente, aunque la mayoría de los “pequeños productores” están inmersos desde hace años en el mercado mundial, los agricultores que habitan en la periferia sufren las condiciones de pobreza y exclusión. Además, su actividad, generalmente, queda relegada a la generación de productos, mientras que la comercialización y el traslado están en manos de empresarios intermediarios.
Para revertir esta situación, desde el Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Pequeña Agricultura Familiar (CIPAF-INTA), los investigadores trabajan con los agricultores buscando alternativas favorables de producción y gestión.
En diálogo con la Agencia CTyS, la directora del CIPAF, Andrea Maggio, cuanta el trabajo que realizan: “el actor en sí mismo no tiene capacidad propia hasta que nosotros lo fortalecemos. De esta manera, se involucra en el mercado, se constituye en actor económico y a partir de allí empieza a tener su propio despliegue comercial en su propio territorio. Genera sus propios recursos y sus propias capacidades”.
Uno de los principales problemas que sufren los agricultores familiares de la periferia de la Región Pampeana es la falta de agua potable y el avance de la frontera sojera por sobre sus territorios. Al respecto, Maggio señala que “donde no está disponible el agua el CIPAF trata de generar tecnologías para la captación, ya sea superficial o de subsuelo, y además crea reservorios con tecnologías sencillas y fáciles de resolver. Tenemos la obligación de pensar en el agua no solo para la producción sino, sobre todo, para el consumo de la unidad familiar”.
Además, la especialista destaca el trabajo realizado por el Estado desde la formación de la Subsecretaría de Agricultura Familiar que funciona desde el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de La Nación.
Por su parte, la doctora en Ciencias Sociales e investigadora en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL-CONICET), Melina Neiman, explica a la Agencia CTyS que “cuando, en 2003, comenzó a subir el precio de la soja, muchos agricultores que históricamente se dedicaron al desarrollo de productos diversos vieron más conveniente arrendar sus campos para el cultivo de soja. De esta manera, se produjeron migraciones hacia las localidades cercanas y descendió la producción de diversos cultivos y ganado”.
Neiman, a su vez, advierte sobre la posible desaparición de ciertos productores que formaban parte de las economías regionales: “según los datos de los dos últimos censos agrarios (2002 y 2008, este último escaso de datos debido al conflicto en torno a la Ley 125), las producciones que más se perdieron son las más chicas. Sin embargo, se ve que hay entre 200 y 500 hectáreas que siguen siendo explotadas por producción pequeña, pero no tanto como las otras”.
Los pequeños sojeros
Según el Registro Nacional de Agricultura Familiar (ReNaF-MinAgri), la agricultura familiar es un tipo de organización donde “la actividad doméstica y la unidad productiva están físicamente integradas”. Siguiendo esta lógica, el agricultor familiar sería el pequeño chacarero, criancero u horticultor, entre otros, que destina su producción tanto para el autoconsumo como para el mercado interno. Sin embargo, en la mayor parte de la región pampeana, la realidad dista de tal definición.
A diferencia del resto del país, la historia de la agricultura pampeana cuenta con una larga tradición en la producción de cereales y oleaginosa a mediana escala. De hecho, hoy, la exportación y el comercio de soja son moneda corriente entre la mayoría de los agricultores familiares, reconocidos como “pequeños productores”. Pero existen marcadas diferencias con el gran agronegocio.
“Han habido transformaciones socioproductivas en la zona que llevaron a homogeneizar las formas de producción. Esto tiene que ver con la introducción de lo que se denomina el paquete tecnológico de siembra directa y la sojización”, cuenta Neiman, quien realiza investigaciones en el Noroeste de la Provincia de Buenos Aires.
La mayor parte de los “pequeños productores” de las pampas argentinas están insertos hace años en el mercado mundial. Asimismo, el avance de los cultivos de soja en las largas extensiones fértiles, representado por la semilla transgénica y el uso del herbicida glifosato, ha generado un proceso de urbanización. Como afirma la investigadora, “cada vez se ve menos gente viviendo en el campo, pero a diferencia del agronegocio, que también produce soja pero los dueños viven en Buenos Aires en su mayoría, el agricultor familiar vive en las localidades cercanas”.
Uno de los periodos de mayor conflicto en la zona pampeana es al momento de la cosecha (dos veces por año). Al parecer, las empresas propietarias de las costosísimas maquinarias, a las cuales los pequeños productores no tienen acceso, están sobre demandados y prefieren prestar sus servicios primero en los campos grandes. Entonces, dejan relegados a los más pequeños.
Tanto en esta situación como al momento de la comercialización, los pequeños productores encuentran alternativas. “Hay cooperativas, que son acopiadoras, que se encargan de vender lo que producen los productores. Esa es la alternativa que más se ve para producir a escala y poder negociar como negocia un gran productor. También hay casos de compra conjunta de maquinaria”, remarca Neiman.
Según las investigaciones que realiza el CEIL en el partido de Junín y los resultados de los censos agrarios realizados en el año 2002 y 2008, otra de la diferencia con el agronegocio es visible en la medida en que el trabajo agrario pasa de generación a generación.
“Hay transformaciones de tipo sociales que tienen que ver con la urbanización. Los hijos de los productores no se dedican al trabajo en el campo en forma tradicional, como lo hicieron sus padres, pero tampoco significa que se desvinculan totalmente de esa producción familiar. La mayoría estudia carreras como agronomía, economía agraria y después se vuelven a insertar pero no como peón de campo sino en la gestión de esa explotación”, explica la socióloga.
De esta manera, pueden observarse las diferencias sociales en el extenso agro pampeano: el gran agronegocio, los “pequeños productores” de soja que gozan de una notable tranquilidad financiera, y los agricultores familiares de la periferia, que sufren la pobreza y la exclusión.