"La universidad pública es la única institución que definió una política común desde la pluralidad de actores"
El magíster en Investigación Social y doctor en Sociología analiza la transformación del papel que juegan los intelectuales en la sociedad, en relación con las universidades públicas y el desarrollo de los debates sociales.
Nicolás Camargo Lescano y Agustina Fuertes (Agencia CTyS) - Puestos siempre bajo la lupa, acusados ya sea por no bajar de su “torre de marfil” o por mezclar su orientación académica con las actividades político-militantes, el rol de los intelectuales siempre ha sido un tema controvertido en las sociedades modernas. Y la Argentina no ha sido la excepción.
En diálogo con Agencia CTyS, el doctor en Sociología Diego Pereyra expone su visión para entender el papel que los intelectuales jugaron desde la conformación de la Nación hasta nuestros días, y el rol que asumen con una universidad pública que participa cada vez más de los debates públicos, hasta convertirse en “caja de resonancia” de las principales problemáticas políticas y sociales.
Teniendo en cuenta la historia argentina, ¿cómo podría definir el rol que asumieron los intelectuales en la construcción de la Nación?
El rol que cumplieron fue central, ya que durante todo el siglo XIX ocuparon una posición destacada en la generación de la agenda política, aunque la división entre el accionar intelectual y la labor política era prácticamente inexistente. Habrá que esperar recién a la conformación de un campo cultural e intelectual autónomo hacia las primeras décadas del siglo XX para que esa distinción se empiece a generar. Hasta ese momento, los intelectuales políticos cumplieron roles muy importantes porque fueron los que finalmente lograron prevalecer en la disputa por la apropiación de los bienes simbólicos, definir el proyecto del país y generar la agenda político intelectual durante todo aquel siglo.
¿Quiénes fueron los nombres propios que encarnaron este rol de intelectuales y políticos, al mismo tiempo?
Uno puede encontrar tres generaciones. En la primera, de 1810, la figura central sin dudas fue Mariano Moreno, sin dejar de lado a Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo. Ellos fueron no sólo cabezas pensantes, sino también hombres de acción. Luego, en la Generación de 1837, Juan Bautista Alberdi, Domingo Sarmiento y Esteban Echeverría tuvieron un papel clave, ya que definieron la agenda de construcción del Estado y la Nación, y el horizonte de sentido político- institucional del país, basado en la legitimidad democrática. Abrieron entonces un interesante debate sobre el futuro civilizatorio de la Argentina, en una oscilación entre un proyecto singular de imitación adaptativa o una mera copia de los países centrales. A su vez esta generación será cuestionada por la Generación del Centenario, que por primera vez planteó un discurso más atado a la racionalización y que reclamaba la separación entre la ciencia y la política. Allí aparece el primer debate sobre la especialización científica, que pone en tensión algo que va a acompañar a todo el siglo XX: la relación entre el mundo intelectual y el mundo de la política.
¿Este momento podría considerarse un punto de quiebre entre estos mundos?
No hay una fecha precisa, pero hay dos fenómenos que parecen confluir. Uno es la emergencia de un discurso basado en la modernización de las ciencias sociales; el otro es el debate sobre la reforma universitaria, y el lugar de esta institución en el mundo moderno. En términos de la modernización de discurso, la ubicación de idea de sociedad como objeto de estudio puede ser un punto de quiebre porque es la primera vez que se reclama la cientificidad de la mirada social, especialmente a partir de la aparición de la sociología como una disciplina autónoma que pretende orientar científicamente a la política, pero sin pretender la participación de los sociólogos en el mundo político partidario. La famosa dicotomía weberiana entre ciencia y política como proyectos vocacionales disímiles va a recorrer esa historia. De este modo, durante todo el siglo XX se encuentra esta fuerte tensión entre el mundo intelectual y el mundo político, tensión y muchas veces incomprensión, en una relación de mutua desconfianza que pudo haber sido mucho más enriquecedora si se hubieran aprovechado los saberes de cada uno.
¿Cómo afectó esta tensión al desenvolvimiento de la universidad pública en la sociedad?
Dicha situación se tradujo en términos de la historia institucional: los fuertes desencuentros entre la universidad y el mundo político fueron algunas de las características que marcaron la historia de la universidad argentina en el siglo XX. Una de las desventajas fue la imposibilidad de la universidad de pensar una articulación exitosa en el debate por la permanente reconstrucción del estado y la Nación, ya que el Estado generalmente vio a la universidad como un espacio institucional donde los hombres de ideas querían construir una autonomía que se planteaba como independiente del mundo social, y las universidades veían al Estado como una amenaza que quería controlarlos, manejarlos e intervenirlos. El diálogo se transformó en algo infructuoso, y creo que esa es una de las variables que habría que tener en cuenta en una reflexión sobre el fracaso en el país de un proyecto nacional a largo plazo.
¿Cómo han marcado a los intelectuales y al desarrollo de su actividad la aparición de las distintas dictaduras?
Más allá de las pérdidas humanas que hay que lamentar, el principal factor o impacto de las dictaduras en el ámbito cultural, científico y universitario fue el bloqueo a la continuidad institucional. Se han bloqueado así las carreras profesionales y académicas en términos institucionales y en términos de acumulación de producción intelectual. Esto hizo que en determinados momentos las carreras y las secuencias de producción se vean completamente alteradas, y todos los actores tuvieron que salir a reconstruir su trayectoria permanentemente. Las dictaduras no pudieron consolidar proyectos institucionales dentro de las universidades de largo plazo, con lo cual después de tantos saltos y reconstrucciones institucionales, llegados los años 80 y cuando se reinicia la democracia, no hay acumulación institucional previa y es necesario recomenzar rutinas burocráticas y acumular nuevamente saberes institucionales.
¿Cuál es el rol asumido por los intelectuales hoy en día, dentro y fuera de la universidad?
Creo que una buena definición de los intelectuales en la actualidad es la metáfora del intelectual anfibio: por un lado deben ser muy buenos en su disciplina y para hacer bien su trabajo de producción científica, diferenciar claramente la ideología del saber universal y científico, pero por otra parte eso no les implica que como actores sociales no desarrollen un compromiso y una actividad política en defensa del bien público. Creo que la clásica dicotomía que separa a los intelectuales de los expertos, o a los hombres sabios y los técnicos, es instrumental para el análisis pero en realidad son dos tipos de acciones complementarias que muchas veces quien mejor desarrolla la actividad intelectual es aquel que domina los dos campos, el que domina el campo disciplinario técnico pero a la vez tiene una actividad política y un compromiso, es decir una responsabilidad de intervención.
¿Cambió el paradigma social en cuanto a lo que significa la universidad pública?
Me parece que la universidad pública, mas allá de todos los desafíos que tienen, es la única institución que durante estos últimos treinta años de democracia pudo dar mejor respuesta a la reorientación de su propio proyecto institucional. Porque a nivel político cultural, todavía dentro del sistema político como también dentro del debate de la agenda pública, se cruzan enfrentamientos, tradiciones y antagonismos no resueltos que vienen de las primeras generaciones, tanto de Mayo como de Caseros, que tienen que ver con una mirada todavía irresuelta sobre el camino civilizatorio de la Argentina, ya sea la copia de los países centrales o una búsqueda singular, llamada “barbarie”. La universidad, que había sido caja de resonancia en ese sentido, porque era también parte de la disputa por el proyecto del país, creo que ha encontrado ciertos consensos que la propia política partidaria no fue capaz de lograr. Es la única institución en la Argentina que pudo definir una política común desde una pluralidad de actores y de tradiciones, y eso se dio porque se encontraron mecanismos institucionales y hubo una racionalidad del debate que superó las elecciones previas para encontrar una agenda común más allá de las diferencias. El lugar del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) como lugar de debate y socialización de prácticas y proyectos, y el rol orientador de la CONEAU resultan centrales en este proceso.
¿Qué lectura hace de esta migración de los debates de problemáticas públicas y políticas hacia el espacio de la Universidad pública?
Me parece que no es que el debate público se trasladó a la universidad, sino que la universidad tuvo la capacidad de ingresar en este debate. Ahí esta la clave. La gran mayoría ha cumplido un papel más allá de las diferencias que uno pueda hacer por tamaño o capacidad de intervención. Es un sistema universitario integrado que tiene una fuerte discusión hacia adentro y creo que el CIN, como recién mencionaba, ha cumplido un rol central en la política argentina de acompañamiento y participación. Las universidades han logrado así intervenir en el debate social porque lo que han reestablecido es el diálogo con el Estado y contribuir en la orientación de las políticas públicas.
¿Cree que ha cambiado la visión de la sociedad sobre las universidades públicas?
Creo que el mayor impacto positivo ha sido que la sociedad en general, pero algunos grupos sociales más desfavorecidos en particular, ven a la universidad como algo más cercano, ya no inaccesible. En esto no sé si hay investigaciones sistemáticas pero seguramente hay un cambio importante en la representación de la universidad, y tiene que ver con que la universidad físicamente esta más cerca. Las universidades en el Conurbano ocuparon un lugar muy importante, y también pasó esto en algunos lugares del Interior. Está cerca y además tiene un aspecto más familiar, y esto explica que haya tenido un fuerte impacto en aquellos sectores que son primera generación universitaria.
¿Y cuál es, en su opinión, los desafíos que debe resolver la universidad pública?
Al respecto, me parece que el desafío más importante que tiene la universidad argentina hoy es resolver la tensión entre dos aspectos que suelen ser antagónicos, calidad o lo que podemos llamar la obtención de mejores resultados de acceso, permanencia y egreso, y desarrollo profesional con el criterio de mayor inclusión social. En general, las universidades con mejores indicadores académicos son las que más excluyen, y las más inclusivas están peor posicionadas en la clasificación. Será necesario entonces pensar la capacidad de inclusión de las instituciones universitarias como un criterio de evaluación y premiar esos esfuerzos a la par de estimular criterios de eficiencia y calidad educativa.
Diego Pereyra es sociólogo, Magíster en Investigación Social (UBA) y Doctor en Sociología (University of Sussex at Brighton). Su área de investigación es la historia de la sociología y las tradiciones sociológicas como un campo de intersección de la historia intelectual, la sociología política y la sociología de la educación. Es Investigador Adjunto del CONICET, con sede en el IIGG, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, y Coordinador de la Comisión en Historia de la Sociología del Consejo de Profesionales en Sociología, Buenos Aires. Entre otros antecedentes, ha sido, becario del FOMEC, BIRF, Banco Mundial (1996-1997), becario del Programa Fundación YPF- British Council (2002- 2005), ganador del Rockefeller Archive Center Grant Award, General Grants- in- Aid (2003) y Secretario Académico del Programa de Doctorado de la FLACSO- Argentina (2008- 2010). Actualmente, es docente e investigador en la UBA y la UNL, y dicta cursos de postgrado en la UBA, la UNLa y la FLACSO.