“Existieron grandes científicas que, sin reconocimiento y en situaciones muy complicadas, hicieron aportes enormes"
No le temieron a la cárcel, a la hoguera ni a sus maridos. Desafiaron los mandatos impuestos y derribaron estereotipos. Sin embargo, muy pocos las conocen. En conmemoración del Día Internacional de la Mujer, Agencia CTyS dialogó con la autora de Científicas. Cocinan, limpian y ganan el premio Nobel (y nadie se entera), para saber un poco más sobre las barreras que tuvieron que enfrentar estas luchadoras a lo largo de la historia.
Por Nadia Luna (Agencia CTyS) - Corría el siglo XIX cuando a Theodor von Bischoff se le ocurrió pesar cerebros humanos. No, no era un asesino con hobbies siniestros. Era un fisiólogo bastante prestigioso que, tras años de investigación, llegó a la conclusión de que el peso promedio del cerebro masculino era 1350 gramos, en tanto el femenino era de 1250. No había nada más que hablar: la mujer era evidentemente inferior. Al parecer, no se le cruzó por la cabeza (¿o sí?) pensar que el cerebro del hombre es mayor simplemente porque es proporcional a su masa corporal y que no tiene nada que ver con la capacidad intelectual. De lo contrario, un cachalote y su cerebro de 9 kilos podrían dominar el mundo tranquilamente.
“Aquellos que históricamente postularon la superioridad del hombre por sobre la mujer siempre trataron de buscar una explicación científica que avale su teoría. Al buscar lo que uno quiere encontrar, es fácil sacar conclusiones erradas o sesgadas”, explica a la Agencia CTyS la doctora en Química Valeria Edelsztein. Y retruca: “Por supuesto que el hombre y la mujer no son iguales. Su cerebro no es igual, no piensan igual y es buenísimo que así sea, porque quiere decir que son complementarios y que sus distintos puntos de vista van a poder sumar y enriquecerse mutuamente”.
A esta investigadora del CONICET y docente de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA le encanta contar ciencia a todo el que quiera escucharla (ver artículo relacionado). O leerla. Así lo hizo en su primer libro Los remedios de la abuela, de la Colección Ciencia que ladra perteneciente a Siglo Veintiuno Editores, dirigida por Diego Golombek. Y volvió a darse el gusto con Científicas. Cocinan, limpian y ganan el premio Nobel (y nadie se entera), obra ganadora del Concurso de Divulgación Científica 2012 organizado por la editorial. Allí, realiza un recorrido a través del tiempo buscando a esas grandes mujeres que desafiaron a todo y a todos por estudiar y hacer ciencia. Porque, claro, tampoco hay que echarle toda la culpa al pobre Bischoff.
¿Qué barreras tuvo que enfrentar la mujer en la Antigüedad para poder estudiar?
La mujer siempre estuvo asociada a las tareas de la casa y el cuidado de los chicos porque era la madre quien se quedaba en la casa cuando el hombre salía a trabajar. El problema era cuando quería hacer otras cosas. En la Antigüedad, la mujer tenía prohibido estudiar, bajo pena de muerte. A pesar de esto, la cocina misma era un laboratorio donde muchas, sin ser conocidas, hacían ciencia. Otras fueron más conocidas, como "María, la judía", que sentó las bases de la química moderna, además de legarnos el famoso “baño María”. Otro caso emblemático es el de Agnódice, que tuvo que vestirse de hombre para ejercer la medicina. Como atendía muy bien a las mujeres, los hombres, celosos, quisieron desprestigiar a este médico y la acusaron de abusar de las pacientes. Hasta que, para mostrar que era mujer y desmentirlos, decidió desnudarse frente al Areópago (los jueces de Atenas).
Una de cal y una de arena. Por desobedecer la prohibición, Agnódice fue condenada a muerte. Sin embargo, su coraje se plasmó en muchas de las mujeres que había atendido, quienes aseguraron que si ejecutaban a la médica, morirían con ella. Así que los jueces tuvieron que acceder a la presión de las masas y la absolvieron. ¿Final feliz? Valeria menea la cabeza en señal de negación.
“A medida que fue pasando el tiempo la situación no mejoró”, aclara la investigadora. “Durante la Edad Media, sufrieron las acusaciones de brujas y las quemas en la hoguera. Más tarde, con la Ilustración, el ingreso a las universidades seguía estando vetado para ellas. Muchas solo podían estudiar acompañando a sus maridos, hermanos y padres, por lo que quedaron relegadas a ser la esposa de, la hermana de y la hija de. Recién cuando la mujer pudo entrar a la universidad, a fines del siglo XIX, la situación mejoró un poco. Y sin embargo, cuando uno se fija en las academias de ciencia, ve que a las mujeres les costó mucho ingresar. La Académie Royale des Sciences le negó la entrada a Marie Curie un año antes de que ganara su segundo Premio Nobel”.
Alrededor del año 500, la emperatriz Teodora del Imperio Bizantino dictó la primera ley de aborto que se conoce y autorizó el divorcio. La Iglesia siempre tuvo (y aún tiene) un gran poder sobre estos temas. ¿Cuánto influyó con respecto a la mujer y la ciencia?
La Iglesia fue un freno para el desarrollo de la ciencia en general. En los lugares donde tuvo mayor presencia fue donde mas tardó en avanzar el conocimiento. En una época de la Edad Media, los médicos solo podían ejercer al lado de un sacerdote. Para curar el dolor de muela, por ejemplo, escribían rezos en la mandíbula del paciente. De todos modos, es paradójico, porque las mujeres que tenían cierto acceso a la medicina y curaciones eran las que estaban dentro de los conventos y abadías.
¿De qué se trató la Querella de las mujeres?
Fue un largo debate que se desarrolló en Europa desde fines de la Edad Media hasta la Revolución Francesa. Eran las mujeres que querían protestar contra la segregación a la que eran sometidas. Respondían con cartas, se juntaban, escribían libros. De ahí, surgieron los salones. Como ellas no podían acceder a las academias, comenzaron a reunirse en los salones aristocráticos, donde debatían, hacían mecenazgo de artistas y desarrollaban ciencia. Uno de los más famosos fue la Sociedad de las Medias Azules, donde pensadores y políticos competían por recibir invitaciones.
Quienes también han sido históricamente catalogados como inferiores son los indígenas. Sin embargo, las mujeres mayas también hacían ciencia...
Sí, es interesantísimo como trabajaban ciertos materiales. El azul maya fue un color característico de sus murales y cerámica. En general, los colorantes eran orgánicos y poco resistentes al paso del tiempo. Sin embargo, éste era prácticamente indestructible a pesar de la humedad, el oxígeno y la acción del clima. Lo que sucedía es que se formaban nanopartículas resistentes al calentar las hojas de la planta de añil junto con una arcilla. Hacían nanotecnología sin saberlo. Un conocimiento ancestral que era química pura.
Reconocidas, desconocidas, ¿y la madre de la Relatividad?
Al pensar en la figura de un científico o un inventor, probablemente imaginemos a un hombre con guardapolvo blanco, pelo canoso revuelto y cara de loco. ¿Y las mujeres? Según afirmó Voltaire en 1764, “hay mujeres letradas como hay mujeres guerreras, pero nunca ha habido mujeres inventoras”. Por suerte, la historia le demostraría que estaba muy equivocado.
“Al principio, las mujeres no podían patentar sus inventos. Recién cuando empezaron a hacerlo, se vio su gran capacidad inventiva. Ada Byron desarrolló un sistema que es considerado el primer programa de computación, pero cien años antes de que se inventara la primera computadora. Otra pionera fue Hedy Lamarr. Como su marido la dejaba encerrada en la casa, comenzó a estudiar ingeniería. Cuando logró escapar, viajó a Estados Unidos y se convirtió en actriz. Allí, conoció al músico George Antheil, con quien inventó el sistema de espectro ensanchado, base de los actuales sistemas de comunicación inalámbricos BlueTooth, Wi-fi y Wlan. Obviamente, los hombres tuvieron infinidad de inventos. Pero la idea de decir ‘las mujeres también lo hicieron’ tiene que ver con que les costó un montón y merecen tener su reconocimiento”.
Marie Curie es el emblema femenino de la ciencia. ¿Por qué nos acordamos de ella pero dudamos un montón para nombrar a otras mujeres científicas? ¿Cuáles fueron sus logros?
La vida de Marie Curie es maravillosa. Trabajó con Pierre, su marido, durante muchos años, hasta que él falleció. Hicieron grandes descubrimientos relacionados con la radiactividad, entre ellos, dos elementos más radiactivos que el uranio: el radio y el polonio. Pero lo que a mí más me muestra a Marie Curie como persona es cómo, durante la Primer Guerra Mundial, creó los Petites Curie, unos autitos equipados para realizar radiografías a los heridos en el frente de batalla. Cuando todo el mundo se escapaba de Francia, ella decidió quedarse, creó una flota de veinte coches y se dedicó a ayudar a la gente, mostrando un nivel de generosidad que no es común ver a diario. O sea, además de sus dos premios Nobel y de que, siendo mujer, logró vencer un montón de prejuicios, yo me quedo con esa muestra de altruismo.
Mucho más desconocida que Marie, otra científica que hizo un gran aporte fue Lise Meitner. Junto a Otto Hahn y Fritz Strassmann, desarrolló la teoría de la fisión nuclear. Este fue el descubrimiento que llevó a Albert Einstein a alertar al presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, sobre la posibilidad de que los nazis desarrollaran una bomba atómica. Así fue como se inició el Proyecto Manhattan, cuya misión era lograr la bomba antes que Alemania. El resto es una triste historia conocida. El punto es que Lise rechazó la oferta para trabajar en el proyecto. Además, como provenía de una familia judía, debió escapar de Berlín. Así que Otto aprovechó y publicó el trabajo sin mencionarla. Y cuando, en 1944, ganó el Premio Nobel de Química, repitió el “olvido”.
Otra gran olvidada fue Rosalind Franklin, la cristalógrafa que consiguió la famosa “Fotografía 51” que permitió dilucidar la estructura del ADN. Su compañero Maurice Wilkins decidió unilateralmente mostrarles la evidencia a James Watson y Francis Crick, otros científicos que también trabajaban en el tema. Finalmente, solo ellos tres fueron los que obtuvieron el Premio Nobel por el hallazgo.
También está la polémica en torno a Einstein. Hay quienes afirman que su primera esposa y brillante matemática, Mileva Maric, fue coautora de la Teoría de la Relatividad. Se basan en tres puntos: la dificultad matemática de la teoría; el hecho de que los descubrimientos más importantes del científico fueron mientras estaba casado con ella; y que, cuando recibió el Premio Nobel, él le donó todo el dinero. De cualquier manera, la controversia está planteada. ¿Se sabrá algún día la verdad?
Mujeres de velo rasgado
Tome lápiz y papel, y apúntese como lectura de cabecera el discurso de Rosalyn Sussman Yalow, Premio Nobel de Medicina de 1977: “Tenemos que creer en nosotras mismas o nadie más lo hará. Tenemos el compromiso de hacer más fácil el camino para las mujeres que vendrán detrás. El mundo no puede permitirse perder el talento de la mitad de la población si queremos resolver los problemas que nos acechan”.
¿Cómo es actualmente la situación de la mujer en la ciencia?
En los parámetros de evaluación en sí, no hay diferencias. Para mí, el problema empieza cuando la mujer queda embarazada. Con la licencia por maternidad y los cambios de horarios, la productividad baja inevitablemente. Entonces, cuando los evaluadores comparan su productividad con la de un hombre u otra mujer, se nota la diferencia. Pasa lo mismo con los puestos jerárquicos. Si un gerente tiene que elegir entre ascender a un hombre o una mujer, quizás elige al hombre por su mayor disponibilidad. Incluso, en el ámbito privado, a veces los hombres cobran más que la mujer por el mismo trabajo. Es difícil para una mujer equilibrar la maternidad y la profesión, pero se pueden hacer las dos cosas. Yo soy mamá y soy científica. Y a lo largo de la historia, existieron grandes científicas que, sin reconocimiento y en situaciones muy complicadas, hicieron aportes enormes. Si ellas pudieron, podemos todas. Es cuestión de quererlo.
Pensar que la mujer fue catalogada como el sexo débil… Y con respecto a las disciplinas, ¿hay algunas más “machistas” que otras?
Hay carreras que tienen mayor porcentaje de hombres, como física, matemática e ingeniería, y otras en las que hay mayoría de mujeres, como biología y química. A la hora de conseguir trabajo, quizás a las mujeres les cuesta más en profesiones de mayoría masculina. Pero sucede lo mismo a la inversa. No hay que pensar que la mujer siempre es la víctima. Es cierto, tuvo que luchar con un montón de prejuicios a lo largo de la historia, pero a los hombres también les pasa en otros ámbitos. Por ejemplo, un hombre que quiere ser maestro jardinero. La cuestión es bogar por la igualdad de oportunidades para todos, hombres y mujeres. Que todos tengamos la oportunidad de elegir libremente, sin que el hecho de ser hombre o mujer lo impida.
Segundo discurso de cabecera, esta vez de Gerty Radnitz, Premio Nobel de Medicina de 1947: “El amor y la dedicación al propio trabajo son, en mi opinión, la clave de la felicidad. Para un científico, los momentos inolvidables de su vida son aquellas escasas ocasiones que se dan después de años de intensa investigación, cuando el velo que esconde los secretos de la naturaleza se rasga de repente, y lo que antes era oscuro y caótico aparece ordenado bajo una luz clara y brillante”.
Esta vez, el velo rasgado puso bajo la luz a un montón de valientes luchadoras que vivieron y murieron por la ciencia y por el bienestar de la humanidad. Vale la pena conocerlas y reconocerlas.
“Si la ciencia no se cuenta, se pierde”
¿Qué investigás?
Estoy en química orgánica. ¿Viste que la gelatina es un sólido, pero le ponés agua, la calentás, se enfría y se forma un gel? Bueno, yo busco sólidos que son moléculas de un peso molecular relativamente bajo, pero que en vez de gelar agua, gelan otro tipo de solventes. La idea es encontrar compuestos organogelificantes, y después buscarle una aplicación a esos geles, dentro del área de materiales. Por ejemplo, para generar nanotubos, o nanopartículas fluorescentes que funcionen como sensores.
¿Cómo fue que derivaste de tu área de investigación a la divulgación?
Siempre me gustó la divulgación. Es que si la ciencia no se cuenta, se pierde. Es importantísimo salir a contar ciencia, no solo porque es divertida y maravillosa, sino porque uno puede ayudar a despertar vocaciones y a tomar decisiones informadas. Explicar cosas como por qué no hay que cortar con el mismo cuchillo la carne cruda y las verduras, o por qué tengo que completar el tratamiento cuando me recetan un antibiótico, no es tarea difícil y ayudan a mejorar la calidad de vida de las personas.“Yo empecé dando charlas en un programa de la FCEyN, que se llama ‘Exactas va a la escuela’. Después, me di cuenta de que quería hacer más cosas, así que me contacté con Diego Golombek, que es una persona muy generosa y confió en mí para escribir el libro. A partir de ahí, se me abrieron muchas puertas, como la posibilidad de estar en Científicos Industria Argentina, escribir otro libro, ir a otras provincias a dar charlas y conocer mucha gente de la que aprendo un montón”.