Crean una silla de ruedas que se puede mover con la mente
El dispositivo fue realizado por investigadores de la Universidad Nacional de San Juan y está destinado a personas con discapacidad motora severa. Se trata de un sistema que “lee” las señales cerebrales del usuario y envía la orden a las ruedas para que avancen, giren o se detengan.
Nadia Luna (Agencia CTyS) - Mover objetos con la mente parece solo cosa de película. Muchos recordarán a los caballeros Jedi, por ejemplo, portadores de habilidades telequinéticas en La guerra de las galaxias. Sin embargo, avance tras avance, la ciencia le va pisando los talones a la ciencia ficción.
Así lo demuestra la creación de una silla de ruedas que puede ser comandada a través del pensamiento y está destinada a personas con discapacidad motora severa. Se trata de una innovación realizada por investigadores del Gabinete de Tecnología Médica (GATEME) y del Instituto de Automática (INAUT), pertenecientes a la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ).
El sistema responsable de conectar al usuario con la silla de ruedas se llama Interfaz Cerebro Computadora (ICC). “Es un dispositivo que capta y procesa las señales cerebrales mediante un software que aplica algoritmos e interpreta lo que la persona está pensando”, explica a la Agencia CTyS el doctor en Bioingeniería Pablo Diez, quien viene trabajando en la innovación desde su tesis de grado, allá por 2005, y la continuó con una beca doctoral del CONICET.
¿Pero cómo hace la computadora para “leer” el cerebro de la persona? El circuito de comunicación comienza en la pantalla de control situada frente al usuario. Allí se pueden ver cuatro luces que representan los diferentes comandos (avanzar, girar hacia la izquierda, girar hacia la derecha y detenerse). Todas titilan rápidamente, de manera que no es perceptible a simple vista, pero cada una lo hace a una frecuencia distinta.
“La Interfaz está basada en los potenciales evocados, es decir, ciertas ondas que se producen en el cerebro ante un estímulo visual, auditivo, etc.”, precisa Diez. “Por eso, según la persona se focalice en uno de los cuatro estímulos (las luces de la pantalla), se podrán detectar sus potenciales en el cerebro y saber lo que la persona desea hacer”.
Los encargados de captar esos potenciales y transformarlos en señales eléctricas son los electrodos colocados en el cuero cabelludo del usuario. “Son las mismas ‘chapitas de metal’ que se utilizan en un electrocardiograma”, indica el bioingeniero. Así, la orden emitida por la persona llega a un electroencefalógrafo que amplifica las señales y las envía al CPU situado detrás de la silla. El software procesa la información y ordena al motor que mueva o detenga las ruedas.
“Este dispositivo sería la alternativa final para una persona con discapacidad motora, cuando no puede mover otra parte del cuerpo o lo hace con dificultad”, señala Diez. “Principalmente, es una herramienta de comunicación. Nosotros lo aplicamos en una silla de ruedas, pero también se podría apuntar a colocarlo en un teléfono celular, por ejemplo, para que el usuario pueda entrar a internet o hablar a través de él”, sostiene.
La innovación fue probada con personas sanas, primero, y luego con algunas personas discapacitadas. “Aún no está disponible para el público. En otras partes del mundo también se está estudiando el tema, y quizás a alguna persona se le ha facilitado el sistema, pero todavía siguen siendo pruebas”, aclara el investigador. “No se puede dejar al usuario para que dependa de ese sistema porque todavía está factible de fallas. Tiene que haber otra persona cerca por si se presenta un desperfecto”.
Una dificultad que tuvo el equipo para realizar el trabajo es que no contaban con la silla de ruedas que precisaban para el sistema, por lo que tuvieron que viajar hasta Brasil para utilizarla. Con el objetivo de conseguir fondos para comprar una, decidieron participar de Innovar, el concurso organizado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Finalmente, la creación sanjuanina triunfó y obtuvo un premio de veinte mil pesos.
“Cuando tengamos la nueva silla vamos a tener que armar todo el sistema nuevamente y trataremos de perfeccionarlo para hacerlo más confiable. Debido a que el usuario no se puede mover, si el sistema falla, no tiene manera de resolverlo”, concluye Diez, antes de continuar trabajando por desafiar los límites de la ciencia ficción.