Una semilla de soberanía para el pueblo qom
El líder de la comunidad La Primavera, Félix Díaz, visitó la Facultad de Agronomía de la UBA y conmovió con su testimonio de luchas y carencias. Luego de escucharlo, un grupo de docentes y alumnos gestionó insumos y recursos para que los qom cosechen maíz, componente fundamental de su alimentación y cultura. Ahora, están trabajando en un programa de mejoramiento junto a ellos, que les permita seleccionar los cultivos que mejor se adapten y evita la compra permanente de semillas comerciales.
Nadia Luna (Agencia CTyS) - El territorio es su vida. Tienen una relación de complemento con la naturaleza, que les brinda todo lo que necesitan: alimentos, medicina, leña, comunicación con los espíritus que habitan el monte. Por eso, antes de tomar prestado sus recursos naturales, siempre le piden permiso a la madre tierra. Sin embargo, a lo largo de cinco siglos de despojos, a ellos nadie les pidió permiso. Debido a eso, el pueblo qom, tradicionalmente cazador-recolector, se vio obligado a adaptarse a un territorio cada vez más chico y comenzó a incursionar en la agricultura.
El año pasado, esta problemática llegó a la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA). Luego de escuchar el sentido testimonio de Félix Díaz, líder de la comunidad Potae Napocna Novogoh (La Primavera) de Formosa, autoridades y docentes de la institución decidieron que ellos podían aportar su granito de arena. Así, con el acceso a los insumos necesarios y el limitado asesoramiento técnico que la distancia hizo posible, la comunidad cosechó con éxito sus primeros maíces.
“El maíz es un componente básico de su alimentación y su cultura. Lo comen fresco, como choclo; o seco, según la variedad de maíz y de comida; mientras que entero o partido forma parte del alimento de los animales de granja, de los que sacan otros productos, como huevos, leche y carne”, cuenta a la Agencia CTyS el ingeniero agrónomo Carlos Carballo, coordinador de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CaLiSA), promotora de la formación del grupo de trabajo a partir de la interdisciplinariedad de los voluntarios.
Para esta primera cosecha, el maíz utilizado provenía de un programa de mejoramiento de la FAUBA, que facilitaba su siembra en las condiciones ecológicas de esa zona de Formosa. De todos modos, este material presenta una dificultad. “Se trata de un maíz híbrido. Como es el producto de un cruzamiento, los ‘hijos’ no son idénticos al ‘padre’. Por lo tanto, si se quisiera volver a sembrar, no se obtendría el mismo material”, explica el Dr. Gustavo Schrauf, docente de Genética y director de IncUBAgro, incubadora de emprendimientos que llevó a cabo el proyecto junto a CaLiSA.
“La ventaja del híbrido para la empresa semillera es que el productor está obligado a comprar la semilla todos los años. Por eso, esta fue la salida posible en la emergencia, pero la salida a largo plazo es que la comunidad tenga su propio material genético, sus propias semillas”, aclara. De esta manera, el objetivo final de la FAUBA es que el pueblo produzca sus propios alimentos y comercialice los excedentes, eligiendo y optimizando sus plantas y semillas a través de un programa que les permita seleccionar las variedades que mejor se adapten a la zona y a su cultura.
En este sentido, una de las opciones es realizar un mejoramiento participativo tomando maíces propios de Formosa. Otra, es recurrir a los materiales que utilizan los guaraníes y organizaciones de agricultores familiares en el Nordeste Argentino. En este punto, además de los docentes de la FAUBA, también colabora la ingeniera agrónoma Ana Bróccoli, investigadora de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).
La deuda interna de Argentina
En noviembre de 2011, los integrantes de CaLiSA organizaron la Semana de Soberanía Alimentaria. Uno de los exponentes invitados fue el escritor y periodista Osvaldo Bayer, para disertar sobre la situación de los pueblos originarios y el despojo de sus tierras. Pero no fue solo, sino que llevó también a Félix Díaz. “Félix es un gran líder y un gran comunicador. Nos sensibilizó mucho al contarnos el testimonio de su vida y los sufrimientos de su pueblo, con profundidad, vehemencia y sencillez. Eso fue lo que despertó las ganas de hacer de un montón de gente”, enfatiza Carballo.
Así comenzó un verdadero trabajo en equipo. La facultad envió los insumos y el capital para poner en marcha el operativo, pero quienes gestionaron las tareas de labranza, sembraron y cosecharon fueron los miembros de la comunidad. Uno de los problemas que debieron afrontar es que no tenían donde almacenar la cosecha. “La solución fue muy creativa: quebraron las mazorcas del maíz, para que la chala que protege el grano quedara hacia abajo. De esta manera, se evita por un tiempo que el agua de la lluvia pudra el maíz y permite que lo vayan cosechando de a poquito”, describe Schrauf.
En julio, algunos miembros del grupo de trabajo viajaron a Formosa y convivieron varios días con la comunidad. Primero, fueron recibidos por una asamblea compuesta por sus representantes para charlar sobre el proyecto. Gran parte de la confianza lograda fue producto de la intervención de Lorena Cardin, una antropóloga de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA que trabaja con los qom desde hace diez años. En los días siguientes, recorrieron el lugar junto a los qom.
“Varias mujeres nos llevaron por un monte natural bastante denso que aun les queda, mientras nos contaban parte de las muchísimas cosas que sabían sobre todo lo que hay en él: las características y usos de las plantas, y los seres que habitan allí, que componen su cosmovisión y con los que existe una integración muy importante. Fue un momento muy mágico para nosotros”, recuerda el coordinador de CaLiSA.
También, conocieron la dura situación en la que viven los qom. “Nos encontramos con pequeños agricultores que poseen tierras pero no tienen asistencia técnica ni colaboración de ningún tipo de programa público, y que enfrentan una situación conflictiva muy seria con las autoridades provinciales. En lo educativo, hay varias escuelas en la comunidad, con más de mil niños, pero solo un maestro habla el idioma qom y no le permiten que lo hable”, relata Carballo. “Además, tienen problemas de saneamiento y de salud por la falta de agua potable”.
Los docentes saben que se trata de un problema estructural muy complejo y consideran que su principal aporte es ayudar a hacer visible la situación para que otra gente también la conozca, se sensibilice y se comprometa en acompañarlos a encontrar otras respuestas. “Hay una deuda muy fuerte del conjunto de la sociedad con los pueblos indígenas. No estamos haciendo lo suficiente y, en muchos casos, estamos en condiciones de hacerlo. Uno mira a esa comunidad y no hace falta pensar en enormes inversiones para que mejoren sustancialmente su calidad de vida”, asegura el agrónomo.
Sabiduría originaria
El pasado 5 de diciembre, el grupo de trabajo realizó una segunda visita a la comunidad. En esta ocasión, se profundizó en el manejo agroecológico de toda la superficie, a través de la reforestación y de la producción de palmeras pindó para comercializar en el mercado de Buenos Aires. También, avanzaron en una propuesta de seguridad alimentaria a nivel familiar, a partir del Programa Nacional Prohuerta del INTA y del Ministerio de Desarrollo Social.
Por su parte, un grupo de técnicos biólogos especializados en hidrogeología acompañó al equipo de la FAUBA en la visita y realizó la perforación de un pozo que permita a la comunidad extraer agua subterránea de calidad, apta para consumo y riego, ayudando a paliar la falta de agua potable.
A raíz de los logros obtenidos, la FAUBA está evaluando constituir un grupo de estudio y trabajo permanente que se especialice en la temática. “La idea es ver cómo replicar todo lo que estamos aprendiendo con la comunidad La Primavera para otros pueblos indígenas del Gran Chaco”, comenta Carballo. Por eso, invita a docentes y alumnos de cualquier universidad y especialidad, a unirse al grupo o a conformar equipos que, junto a los pueblos originarios, busquen soluciones concretas y justas a sus problemas.
Mientras recuerda las sonrisas y abrazos que les regalaron los qom antes de su vuelta a Buenos Aires, Carballo reflexiona: “Parte de la tarea es aprender con la gente. No es solo ir y llevarle cosas, sino que se produzca un diálogo de conocimientos, donde aportaremos algunas cositas y aprenderemos muchísimas otras”. Su compañero asiente. “Uno está acostumbrado a decir ‘arrasemos todo y hagamos agricultura’, cuando se puede recurrir a una producción agroecológica o buscar producciones mixtas en las que el impacto sea menor y los resultados sean mejores para la vida de la gente. Eso, lo aprendimos de ellos”, concluye.