Llegar más allá de la estratosfera…
A 42 años del lanzamiento del famoso cohete que tripulaba el mono Juan, la Agencia CTyS repasa la historia de lo que podría haber sido un hito más para la ciencia argentina. Un ambicioso proyecto aeroespacial que se detuvo por la política científica de los `90.
Leandro Lacoa (Agencia CTyS) - La historia de un sueño truncado. Así se podría sintetizar la idea de Pablo de León, el científico argentino que hoy desarrolla su carrera profesional en el Laboratorio de Trajes Espaciales de la NASA, en Dakota del Norte.
En 1997, a De León se le ocurrió que Argentina no podía quedar afuera de los proyectos espaciales internacionales. De esta manera, nace el “Gauchito”, más precisamente el VESA (Vehículo Espacial Suborbital Argentino), un proyecto ambicioso que parecía irrealizable.
“Nuestro trabajo se hizo con gran esfuerzo en lo peor de los años noventa, cuando este tipo de desarrollos nacionales no recibían apoyo de nadie, menos del gobierno, que se te reía en la cara. Recordemos que Cavallo decía que los científicos tenían que irse a lavar los platos”, explicó en diálogo con la Agencia CTyS, el investigador de la NASA.
En la primera presidencia de Carlos Saúl Menem (1989-1995), el Estado dejó sin fondos a varios proyectos de ciencia y tecnología, entre ellos los de “cohetería” y de misiles, como el famoso programa Cóndor.
Jineteando en el espacio
Aunque muchos no lo advirtieron, Argentina probó, de manera experimental y sin tripulantes, este prototipo de nave ciento por ciento nacional, en la costa atlántica, hace más de diez años.
El “Gauchito” estaba propulsado por 4 motores y en la parte superior poseía una cápsula cónica para tres tripulantes. Al llegar a una altura de 108 kilómetros, la nave emprendió su regreso y, a tres kilómetros de la superficie terrestre, se separó del habitáculo de los tripulantes para descender mediante un sistema de paracaídas.
“Se usó una cápsula un poco más pequeña que la Apolo XI, que tenía un escudo térmico ablativo de materiales compuestos, llamado PICA, que se va desintegrando a medida que baja a la atmósfera terrestre y los pedacitos de escudo se van llevando el calor producido durante la reentrada”, describe el científico argentino al destacar que el escudo fue construido y probado con éxito.
El “Gauchito” iba a ser la primera experiencia para Argentina en el campo de los vuelos espaciales tripulados por humanos. Según el ingeniero argentino, la tecnología aplicada es “muy simple” y los objetivos son “modestos”, en comparación con los grandes programas de la NASA. De hecho, la nave espacial podría ser construida con materiales de la industria nacional y su gasto de energía sería 70 veces menor al de la tecnología utilizada en las principales agencias espaciales del mundo.
El transbordador tiene un diseño para realizar un vuelo corto, por lo que no es apto para viajes más extensos como a la Luna o Marte; por eso, los posibles astronautas en una prueba a escala real experimentarían una sensación de microgravedad durante cuatro segundos al llegar a la altura máxima. Es decir, durante ese tiempo se generaría una ausencia de peso en la nave, que luego se recuperaría al ingresar nuevamente a la atmósfera.
El ratón Belisario y el mono Juan, directo al espacio
Argentina tiene una prolífica historia en materia aeroespacial. El primer episodio ocurrió en 1967, cuando desde la Escuela de Tropas Aerotransportadas de Córdoba fue lanzado el Cohete Yarará, una cápsula que tenía a un ratón llamado Belisario. El curioso tripulante permaneció 30 minutos en el espacio y se convirtió en el primer ser vivo de origen argentino y el cuarto en el mundo en abandonar la atmósfera terrestre y aterrizar sano y salvo.
Pero uno de los hitos más famosos fue el lanzamiento del cohete Canopus II, el 23 de diciembre de 1969, a sólo cinco meses de la llegada del hombre a la Luna. En esa ocasión fue el mono Juan el nuevo tripulante.
Por entonces, el país tenía un Instituto Civil de Tecnología Espacial que fomentaba proyectos para enviar cohetería al espacio. En la mayoría de los casos, las cápsulas ascendían exitosamente hasta una altura promedio de 80 kilómetros y sus pequeños astronautas eran recuperados con vida.
El último lanzamiento aconteció el 1 de febrero de 1970 y fue la excepción a la regla. Los técnicos enviaron a una monita hembra, llamada Cleopatra, que llegó a una altura de 20 kilómetros a bordo del cohete “Pantera X-1”, pero murió al estrellarse en tierra, luego de que fallara el paracaídas.
Por las vicisitudes económicas del país, en 1971, el Instituto Civil de Tecnología Espacial dejó de funcionar. En ocho años había realizado 150 lanzamientos, a cargo de jóvenes investigadores y aficionados de entre 15 y 30 años.
Tuvieron que pasar 20 años para que la CONAE comenzara con el Programa Espacial Argentino, al enviar al espacio a los famosos satélites SAC. Sin embargo, la crisis económica del 2001 frenó la iniciativa para mejorar la tecnología aeroespacial, hasta que obtuvo un nuevo impulso con la creación de Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva en 2007.
Misión imposible
Con las nuevas perspectivas económicas, en 2004, el “Gauchito” se presentó en la competencia internacional “Ansari X Prize” junto con veinticuatro competidores de otras cuatro naciones. Argentina fue el único equipo de Latinoamérica y de todo el Hemisferio Sur.
En aquella ocasión, el concurso coronó al grupo liderado por Burt Rutan, que ejecutó, con menos de quince días de diferencia, dos vuelos con su transbordador espacial. Luego de la premiación, este equipo de científicos norteamericanos anunció que Paul Allen, co-fundador de Microsoft, iba a apoyar financieramente el proyecto con más de 27 millones de dólares. “Lamentablemente, en Argentina las posibilidades de realizar pruebas a escala real con el “Gauchito” eran escasas por la falta de apoyo financiero del Estado y el desconocimiento del trabajo en las universidades, una situación que aún persiste”, comenta De León.
A catorce años de su gestación la nave espacial argentina sigue siendo un sueño. “El tema es complicado y tiene trasfondos políticos. Si bien me encantaría volver a retomar el proyecto y poder enviar al espacio a un ciudadano latinoamericano con medios propios, es algo que hoy por hoy, pertenece más a la añoranza que a la realidad”, reconoce el investigador argentino que trabaja en la NASA.