Publicar y no morir en el intento
El reconocido biólogo de la Universidad Nacional de Quilmes, investigador Principal del CONICET y divulgador científico reflexiona acerca de la problemática en torno a las revistas científicas: el cuestionado factor de impacto, las estrategias regionales de difusión y por qué no todo es colonialismo.
Por Diego Golombek* (Especial para Agencia CTyS) - La ciencia no es ciencia hasta que no se comunica. De nada sirven los experimentos más fantásticos, las ecuaciones más elegantes o las interpretaciones más sesudas si quedan atrapadas en los laboratorios, oficinas y gabinetes de los investigadores. Como buena actividad social, la ciencia requiere de la permanente exposición al escrutinio de nuestros colegas – de los amigos y de los otros – y esto, en términos profesionales, ocurre principalmente en dos ámbitos: los congresos y las publicaciones científicas (dejando de lado otras instancias como las defensas de tesis o los libros académicos).
Por otro lado, las publicaciones científicas (los papers) son efectivamente nuestra carta de presentación frente al mundo – en general los científicos somos evaluados principalmente por este parámetro. Es cierto que si bien hasta hace un tiempo la cantidad de publicaciones podía ser el parámetro a considerar (al menos en nuestros pagos, lo que generaba infinidad de artículos irrevelantes, pero que a la hora de elevar el informe para la evaluación generaba un peso y un espacio impresionantes) actualmente se trata de poder juzgar los papers por su calidad. Y esto es un problema: ¿quién juzga? ¿Con qué parámetros? ¿Se le puede poner números a la obra de un científico? ¿Cómo se ponen en la misma mesa producciones de distintas disciplinas?
Como sea, hay que hacerlo, y hasta hay una ciencia que se ocupa de ello: la bibliometría. Aun perfectibles, los intentos por objetivar la calidad son necesarios y, en general, bastante razonables: hoy en día se le pueden poner números específicos a la producción de cada investigador, sobre la base de sus citas personales y los factores de impacto de las revistas en donde publique. Asimismo, no hay que olvidar que, estemos o no de acuerdo, la lengua franca de la ciencia es el inglés, y las revistas en ese idioma son las que mayor difusión tienen.
Así, siempre que tengamos en cuenta sus limitaciones y la dificultad para comparar peras con manzanas o filosofías con fisiologías, los factores numéricos de análisis de calidad debe ser bienvenidos, perfeccionados y utilizados al máximo. Surgen así algunos cuestionamientos, que en general pueden ser refutados:
1-Los factores de impacto representan las modas de la ciencia del momento. Es cierto, así como la primera mitad del siglo XX fue el momento de brillo de la física, hoy estamos aún en pleno crecimiento y resplandor de la biología, con lo que obviamente la numerología bibliométrica de un biólogo tenderá a ser mayor que la de otras disciplinas. La solución es simple: consideremos los índices de manera relativa a cada disciplina, para saber dónde está ubicada la producción en ese campo del saber específico.
2-Las revistas en castellano (u otros idiomas) siempre pierden frente al inglés. Sí, y en este momento son las reglas del juego, como lo habrá sido el latín hasta bien entrada la edad media y hasta parte del renacimiento… Es un precio relativamente menor a pagar para la difusión del conocimiento.
3-El acceso a las revistas es restringido. Esto ha cambiado notablemente en los últimos años con la aparición del open-access, que ha revolucionado la difusión del conocimiento científico. Claro, hay que pagarlo, y aquí es cierto que se producen diferencias de clase (o sea, de dinero) entre los científicos. Asimismo, los investigadores de sistemas públicos muchas veces tienen acceso a bases de datos bastante completas.
4-Hay áreas del conocimiento que son de interés puramente local y que no llegarán nunca a publicarse en ámbitos internacionales. Al menos en cuanto a las ciencias naturales, dudo mucho de esta posibilidad: el conocimiento de la naturaleza es de interés universal, sea tratándose de la cuenca del río Pilcomayo o de una enfermedad emergente subtropical.
Nada de esto quiere decir que no sea loable y deseable contar con publicaciones propias y que lleguen a tener difusión internacional (en sus años de oro, el Acta Physiologica Latinoamericana creada por Bernardo Houssay era uno de los lugares top en donde publicar en el mundo). Pero no se debe alentar la aparición de revistas sin un nivel de calidad elevado, con el más estricto control editorial y de referato. Una estrategia es fomentar el crecimiento de unas pocas revistas locales o regionales pero que realmente alcancen estándares internacionales que les permitan estar indexadas (y, por ende, conocidas en el mundo).
El hecho de que hay ciencia central y periférica es incuestionable, así como que la disponibilidad de recursos (y no sólo la de ideas) es fundamental para poder producir conocimiento y eventualmente publicarlo de la mejor manera. Pero no es con argumentos de colonialismo y quejas de bandoneón como podremos superarnos, sino logrando más apoyo para nuestra ciencia y nuestros científicos, poniendo varas más altas de evaluación y, en definitiva, tratando de ser, nosotros y nuestros estudiantes, mejores investigadores.
*Diego Golombek es Doctor en Biología, Investigador Principal del CONICET y un reconocido divulgador científico, destacado por su labor en la colección de libros “Ciencia que ladra”. Fue asesor científico del programa de Discovery Channel, “La Fábrica”, y actualmente conduce el programa “Proyecto G” que se emite por Canal Encuentro. Su línea de investigación principal está asociada a la cronobiología, tema del que es autor de numerosas publicaciones y dos patentes.
Fuente foto: Secyt (UNC)